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lunes, 21 de septiembre de 2015

lady relatos - Un ejemplo de humildad



Relato: Un ejemplo de humildad

(Basado en hechos reales)

Ella permanecía en aquella cama de hospital, esperando su final. La enfermedad y los años habían hecho mella en su cuerpo envejecido. Nunca se había cuidado demasiado, su vida se había reducido a trabajar con dureza para sacar adelante, primero a sus hermanos, pues todos ellos habían quedado huérfanos cuando eran pequeños, y después a su marido y a sus hijos. Ella era la menor de cinco hermanos, que desde los cinco años tuvo que tomar las riendas de la familia, la casa, la comida en una época en que los estragos de la guerra no ofrecían demasiadas alternativas, lo que le enseñó a espabilar, a cocinar con muy pocos recursos. Fue al colegio un año, lo justo para aprender a leer y escribir, pero ello no le convirtió en una ignorante, conocía el monte muy bien y lo que de él se podía recolectar. Conocía la vida en su parte práctica, la teoría siempre le rehuyó, pero eso no reducía sus ansias de salir adelante.
Recién casada tuvo que emigrar a otras tierras, dejando allí a sus hermanos ya mayores, a algunos de los cuales no volvería a ver nunca. Sólo viajaba a su pueblo de origen cuando la llamaban para comunicarle que alguno de ellos había muerto. Tuvo tres hijos, dos niños y una niña, aunque el hermano pequeño nació con una discapacidad que lo mantendría unido a su madre hasta el final de sus días. La mayor preocupación de la mujer era saber quién cuidaba a su niño, ya adulto, que la necesitaba las veinticuatro horas del día. Ella trabajaba en el sector de la limpieza, limpiaba colegios en una época en que el trabajo era precario y mal pagado. Pero era eso o nada. Las cosas no han cambiado tanto.
 Ella conocía una palabra: amor. Amor por su familia, por los demás, por su sencilla existencia, que transcurrió sin vida social alguna. Su mayor alegría era reunir cada fin de semana a sus hijos alrededor de su mesa, con sus cónyuges y sus nietos. Su relación con ellos era sana y fluida. También conocía otra palabra: paz. Lo primero que dijo a cada uno de sus hijos políticos al poner por primera vez los pies en su casa fue: “Aquí sólo queremos paz. Los problemas se hablan, pero no a las horas de comer”. Y así transcurrió su vida, alejada de ritos religiosos, sólo preocupada por los suyos, por su hijo discapacitado al que amaba tiernamente, y cuyo bienestar anteponía siempre al suyo propio.
Pero los años no perdonaron su vida sencilla, y un mal día fue ingresada en el hospital, sin que pudieran encontrar historial médico alguno sobre ella, pues nunca había ido a una consulta, sino que siempre se había curado de sus pequeños achaques y dolores con plantas que conocía bien y ella misma recogía en los campos cerca de su casa. Aquello fue un comenzar y un no parar. Le daban el alta cuando un pequeño problema se arreglaba, pero en pocos días otro parámetro vital se le descompensaba, y entonces la volvían a ingresar.
Hasta que una vez, pasados tres años de ingresos y altas por temas que en principio no eran graves, poco a poco su estado se fue agravando y ya no le quedaba esperanza de recuperación, la vida reclamaba su peaje.
Antes de cerrar los ojos para siempre, ella vio a sus padres y hermanos que la esperaban en la habitación del hospital, todos ellos etéreos, sonrientes, con los brazos abiertos. La mujer se fue con ellos, y mientras los demás lamentábamos su marcha, ella probó por primera vez el significado de la otra palabra que nunca pudo disfrutar: su libertad.
Dedicado a María, mi suegra, de la que guardo un amoroso recuerdo y cuyos años alrededor de su mesa añoro. Siempre serás ejemplo de humildad. Y también a todas esas personas sencillas que pasan a nuestro lado sin hacer ruido, pero que dejan un recuerdo indeleble en nosotros.
In memoriam.


Si te ha gustado este cuento corto, seguro que te gustarán estos:
-El mismo cadalso. Sentir la guillotina en primera persona y ser feliz son dos cosas aparentemente incompatibles. Sólo aparentemente...
-Surréaliste. El protagonista de este intenso relato corto escapa de sus secuestradores, pero encuentra cosas inexplicables en su huida.


Llicència de Creative Commons
Un ejemplo de humildad de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

jueves, 10 de septiembre de 2015

lady relatos: Dignitas dignitatis

Relato: Dignitas dignitatis


cuentos y relatos sobre la dignidad y la libertad
La familia malvivía en una casita humilde a las afueras del pueblo. La casa lucía desconchones, grietas, presentaba goteras cuando llovía, y una sobria lareira servía de cocina y calefacción en invierno. La familia estaba compuesta por una abuela muy desgastada por el sufrimiento, viuda desde hacía una década tras cuarenta y tantos años de feliz matrimonio, del cual sólo conservaba un nieto y una nieta. Los padres de los niños habían muerto, uno en un accidente de tractor durante sus labores en el campo seis años atrás, y la hija de la anciana se había dejado la vida en el parto de la hija menor, que tenía doce años; el niño tenía catorce. Los niños no iban al colegio, la abuela les enseñó a leer, a escribir y las cuatro reglas, pues en esa casa tan humilde había libros que habían heredado de su madre, y ellos constituían su mayor tesoro.
No tenían nada, se alumbraban con velas, recogían el agua de un manantial cercano, la tecnología no había llegado a aquel hogar. La mayor parte de los días casi no comían, estaban tan delgados que en el pueblo los llamaban Los Sombra. Sobrevivían de lo que recogían del campo, fruta, verduras que los amables campesinos les regalaban porque conocían las estrecheces que pasaban. Los niños habían aprendido a cazar conejos y pájaros que les alimentaban casi a diario, y con pocos años más aspiraban a aprender a cazar jabalíes. También pescaban truchas arco iris del río cercano, y cuando eso pasaba, aquella casa parecía una fiesta.
-Sí, abuela, cuando sea mayor cazaré jabalíes, así podremos curar su carne y comer todo el invierno. No pasaremos más hambre.
-¡Mi querido nieto! ¡Qué ideas tan grandes tienes! Pero no sé si llegaré a verlas, soy muy mayor ya, y siento que mis fuerzas se van agotando.
-¡Abuela, no digas esas cosas! Tienes que aguantar por nosotros. Este año, como ya somos mayores, vamos a preparar un pequeño huerto de hortalizas y árboles frutales aquí al lado y nosotros lo cuidaremos, así no tendremos que depender de la caridad ajena.
-¡Mis niños ya tienen proyectos de futuro!
-Sí, y te necesitamos con nosotros. Llegaremos todos los días muy cansados y necesitaremos a alguien que nos reciba con un abrazo, una manta y un plato caliente
  –dijo el niño.
-¡Contad conmigo, queridos míos!
Al día siguiente los niños se dirigieron al ayuntamiento del pueblo al que pertenecían  para hablar con el alcalde y contarle sus proyectos. Pero el alcalde no reaccionó como esperaban.
-La tierra que rodea la casa en que vivís no es vuestra, sino de la comunidad, por lo que, aunque lleva toda la vida baldía, si la cultiváis tendréis que entregar la mitad de lo que saquéis en beneficio de ésta.
-¿La mitad?
-Así es la ley. Pero no queremos vuestras lechugas, sino los rendimientos económicos que os proporcionen. Tendréis que vender vuestra producción en el mercado y entregarnos la mitad.
-Pero si nosotros sólo queremos trabajar esa tierra para comer lo que nos dé.
-No es posible. Ah, y por cierto, está prohibido cazar sin pagar un impuesto que vosotros no podéis costear, es sólo para la clase pudiente del pueblo. Y si pescáis, que sepáis que está prohibida la pesca con muerte. El pescado debe regresar siempre al agua. Además, vosotros tomáis el agua del manantial del Rebrazal. Ese manantial ha sido comprado por una empresa que embotella agua, así que tenéis que dejar de beber de allí.
-¡Pero usted está ahogando nuestras ansias de mejorar, de vivir dignamente!
-La ley es la ley.
-¡Pues esta ley es injusta, a medida de mandamases como usted!
-¡Chico, guarda esa lengua o llamo a las fuerzas de seguridad para que te encierren! Es más… esa casa en la que vivís ni siquiera os pertenece, porque no habéis pagado el impuesto sobre la herencia de vuestros padres. Esa casa pertenece al estado. Muy bien, tenéis una semana para desalojarla.
Los chicos salieron del consistorio llorando. No querían dar a su abuela el disgusto de tener que abandonar el muy humilde hogar a su edad, así que se dirigieron a la plaza del mercado del pueblo, se sentaron en el suelo con una pancarta que decía:
“NOS ECHAN DE NUESTRA CASA, NOS NIEGAN EL TRABAJO Y EL PAN. POR EL DERECHO A UNA VIDA DIGNA.”
La gente se paraba a mirarlos, y les echaban monedas, como si todo se arreglase de esa manera. Algunos se sumaron a sus reivindicaciones y se sentaron con ellos. Cuando llevaban varias horas allí, el mercado se encontraba lleno de gente sentada apoyando a los chicos.
Entonces el alcalde llamó a las fuerzas de seguridad del estado, que empezó a golpes con todos ellos, hasta que el grupo se dispersó y los hermanos fueron encerrados con los cargos de agitación social. Se les acusó de subversión, de rebeldía y de haber promovido disturbios en la plaza del pueblo. El mismo alcalde, que también era legislador y juez, les juzgó y les cayeron tres años de cárcel y una multa que jamás podrían pagar. Finalmente, la abuela fue desahuciada.
La anciana había sido acogida en casa de unos vecinos que se apiadaron de ella al verla sola, vagando sin hogar. Ayudaba en las tareas domésticas y siempre se sentaba en el porche para ver si por fin regresaban sus nietos de tan terrible encierro.
La ley había destrozado su vida y la de su familia.
Ellos, que sólo querían trabajar y vivir con dignidad.
Pero, cuando apenas llevaban en la cárcel del pueblo unos días, los vecinos se rebelaron contra la situación. No podían permitir que aquel cacique inmoral hundiera las ansias del pueblo de mejorar, y alguien desempolvó una guillotina que tenía guardada en el sótano de su casa desde tiempos inmemoriales. El pueblo detuvo al promotor del dolor de la ciudadanía y cortó por lo sano. Los vítores de todo el mundo llegaron a los oídos de los chicos que se asían a los barrotes atenazados por la depresión. Alguien abrió la portezuela, eran libres.
Entonces los chicos abandonaron la mazmorra del consistorio y sus sueños de progreso regresaron a sus atribuladas mentes. El reencuentro con su abuela constituyó una alegría indescriptible para todos, y el regreso a su casa, también. El pueblo había hablado y ya nunca ningún alcalde se atrevería a tratar a nadie de esa manera.
Ellos, que sólo querían trabajar y vivir con dignidad.



Si te ha gustado este cuento corto, seguro que te gustarán estos:
-El mismo cadalso. Sentir la guillotina en primera persona y ser feliz son dos cosas aparentemente incompatibles. Sólo aparentemente...
-Surréaliste. El protagonista de este intenso relato corto escapa de sus secuestradores, pero encuentra cosas inexplicables en su huida.

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Dignitas Dignitatis de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

miércoles, 2 de septiembre de 2015

lady relatos: Una distopía no tan lejana

Relato: Una distopía no tan lejana


Cuentos y relatos sobre el dictador. La dictadura.
Aquel presidente del gobierno metía miedo. Pertenecía a esa ideología que segregaba, dividía, discriminaba y exprimía el dinero, la moral y la vida de los que no pensaban así. Su aspecto era terrible: Una cara larga acanalada por arrugas profundas y con grandes ojos estrábicos; una boca superlativa en la que los dientes sobresalían y sus colmillos, torcidos e indiscretos, parecían esperar un cuello al que echar el diente; unas orejas de soplillo y enorme tamaño; una calvicie más que evidente sobre una base canosa; unas narices enormes, anchísimas y llenas de viruelas. Una sonrisa estentórea permanente y una de sus cejas hacia arriba como cuestionándoselo todo. Una barba de chivo incipiente y tan áspera como su carácter. Y bajo esa asimetría que lo convertía en un ser difícil del ver, se escondía una personalidad abyecta, que ejercía de político pero que en realidad sólo deseaba llenar sus arcas personales de dinero de la forma que fuera, total, él mismo se había dado las leyes que lo protegerían en caso de ser cazado en algún renuncio ante una sociedad cada vez menos crítica, más preocupada por mal sobrevivir que por la actividad de sus mandatarios. La democracia se había ensañado aquella vez con los ciudadanos.
-Éste es el último invento, señor. Es tal y como nos lo pidió. Vea.
La pantalla del ordenador mostró una sociedad virtual formada por personas aparentemente felices y bien vestidas que paseaban por las calles portando una pequeña mochila a la espalda, de la que salía un tubo que iba directamente conectado al cuello de cada uno a través de un chip. 
-El dispositivo va conectado directamente desde la mochila directamente al cuello, así los controles serán muy precisos. 
-¿Y está en la mochila? ¿Se puede mojar?
Cuentos y relatos sobre el dictador. La dictadura.-Sí, está recubierto por una superficie plástica que lo aísla de la humedad y otras circunstancias climáticas. La señal con las mediciones llega a la base de datos de la matriz que está aquí mismo, en el Ministerio. El tubito que sale de la mochila va conectado al cuello mediante un collar ceñido con un chip que capta las entradas de aire que se produzcan por la nariz o por la boca, es indiferente. Pero hay más. Si algún ciudadano no paga su recibo, mire lo que pasa…
En la pantalla las personas seguían paseando por la calle tranquilamente y portando la pequeña mochila. De repente se vio cómo una de ellas se desplomaba directamente sobre la acera. El hombre se cogía a sí mismo por el cuello y pataleaba en clara señal de lo que le estaba pasando: se estaba ahogando, sin más. En pocos instantes había muerto.
-Se les envía un requerimiento de pago hasta en dos ocasiones, y si no abonan el precio estipulado con arreglo a su consumo y los peajes correspondientes que usted establecerá, se les corta el suministro. El chip del cuello les ahoga, literalmente.
-Buen invento éste –comentó el presidente-. Nos vamos a hacer de oro con lo que nos dé. Enhorabuena. ¿Policía? Hay una persona amenazándome. Vengan a sacarlo de aquí enseguida.
Cuentos y relatos sobre el dictador. La dictadura.-¡Pero señor aquí no hay nadie más que yo y no le estoy molestando!
-Sabes demasiado. Policía, está aquí, pasen deprisa. Enciérrenlo.
-Muy bien, pero que muy bien –musitó el presidente mientras se mesaba su corta barba de chivo-, muy buena idea la de los contadores de oxígeno. Tendrán que pagar porque les irá la vida en ello.
Y soltó una risa sardónica que hizo marchitarse al pequeño ramo de flores que hasta entonces lucía ajeno a todo en un florero sobre la mesa.

Estábamos perdidos. Una forma de robo legal más. Del científico que había creado el invento de extorsión nunca más se supo. La guerra iba a ser inevitable.



Si te ha gustado este cuento corto, seguro que te gustarán estos:
-El mismo cadalso. Sentir la guillotina en primera persona y ser feliz son dos cosas aparentemente incompatibles. Sólo aparentemente...
-Surréaliste. El protagonista de este intenso relato corto escapa de sus secuestradores, pero encuentra cosas inexplicables en su huida.


Llicència de Creative Commons
Una distopia no tan lejana de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

miércoles, 26 de agosto de 2015

lady relatos: El otro Osiris

Relato: El otro Osiris (No apto para cardiacos)



Cuentos y relatos de terror.
Ella era una gran aficionada a la Historia, sobre todo de la antigua. Devoraba libros sobre el pasado, tomaba notas en un gran cuaderno, admiraba y se sobrecogía al mismo tiempo. Miraba a través de la ventana del tiempo tratando de recomponer una visión del mundo a través de sus héroes más queridos y también de los más que más odiaba. Temblaba de placer leyendo sobre las gestas de grandes conquistadores como Atila, Alejandro magno o Napoleón, las intrigas de palacio, las andanzas de los dioses de la antigüedad, con sus tramas casi novelescas. Pero de todas ellas, había una que le sedujo desde que conoció la leyenda, la historia de una de las grandes amantes de la historia: Isis, la diosa que tanto amaba a Osiris, que no dudó en buscarlo por medio mundo, él atrapado en un cajón viajando por el Nilo y acabada su vida en pedacitos perdidos en el sagrado río, traicionado por Seth, su hermano que codiciaba el trono. Lo que no sabía ella era que un día esa historia trataría de volverse real.
Porque Elaine, así se llamaba, estaba casada desde hacía veintitantos años con Mike. No tenía hijos de su marido, con el que mantenía una relación de amor madura y que parecía sobreponerse a todos los obstáculos, incluido el de su incapacidad para engendrar. Su vida transcurría feliz entre su trabajo de historiadora de la universidad y su vida en casa con Mike. Impartía clases a jóvenes que aspiraban sólo a vivir de la docencia, pues aquella materia no gozaba de las mejores salidas laborales. De todos sus alumnos, destacaba uno que siempre se hacía el encontradizo con ella, llamado Joseph. Le hablaba entre balbuceos casi incomprensibles, la voz se le trababa, se le caían los libros al suelo, las gafas… sufría todos los síntomas de haberse enamorado de su profesora. Ella no lo pensaba, creía que se trataba sólo de un chico patoso, un tanto tímido y terriblemente despistado para sus cosas. Ella ignoraba la realidad. No le hacía caso, apenas cruzaba con él alguna palabra suelta, no más conversaciones que las meramente académicas.
Cuentos y relatos de terrorUna tarde, Elaine se llevó el susto de su vida. Al regresar a casa encontró en su salón una imagen que jamás hubieran diseñado sus peores pesadillas. Su marido permanecía amordazado y atado a una silla, mientras el estudiante le apuntaba con una pistola. No cerró la puerta de la calle, esperando así que el drama que allí se estaba cocinando no llegase a culminarse.
Ella le conminó a dejar el arma en el suelo, asunto que el joven no atendió. Entonces, ocurrió algo horroroso: el joven sacó de detrás del sofá una sierra mecánica, amenazando directamente al asustado Mike, que no entendía nada.
-¡Así podrás recomponer su cuerpo, como hizo Isis! ¡Y lo hizo bien, luego tuvo un hijo con él! Si no funciona puedes tenerlo conmigo.
-¿Eso querrías? ¿Qué tuviese un hijo contigo? –contestó temblando aunque tratando de disimularlo.
-Así podrías cumplir tu sueño. Él no puede.
-Pero bueno, ¿cómo sabes tú eso? ¿De dónde lo has sacado? Si no hemos tenido hijos es porque no hemos querido.
-No es cierto y lo sabes. Los informes de vuestra clínica privada dicen otra cosa.
-¡Es el colmo! ¿Has estado investigándonos? ¿Por qué?
-¿Debo explicarlo aquí? No eres feliz. Yo puedo arreglar eso. Trocearemos a Mike y luego pegaremos sus fragmentos. Después podrás tener sexo con él y entonces tendrás a tu hijo, al que pondrás por nombre Horus.
-Joseph, sal de esta casa.
-¡Cállate ya! Yo sólo quiero ayudar.
-¿Ayudar matando a mi marido? ¿Eso es ayudar a quién? ¿A ti?
Cuentos y relatos de terror
Resultó que Mary, la amiga y vecina de Elaine, que solía pasarse por casa de su amiga por las tardes, al ver lo que sucedía a través de la puerta abierta, permaneció escondida y cuando pudo durante una distracción del estudiante, huyó al exterior. Llamó a la policía, que se personó en el domicilio en pocos instantes.
Joseph fue detenido y el libro sobre Isis y Osiris guardado en el desván en una caja bajo siete llaves. Elaine y Mike se mudaron a otra ciudad para intentar continuar con su vida. El enamorado estudiante fue encarcelado por intento de asesinato.
En la pared de su celda, Joseph escribía frases que le recordaban por qué estaba allí:
“En esta caja, Seth, mi hermano traidor, me ha encerrado. Seré pasto de cocodrilos y demás fieras, pero ella volverá para unir mis restos y amarme hasta darme un hijo”.

Joseph el Loco, o como él se hacía llamar en aquel penal, El otro Osiris.



Si te ha gustado este cuento corto, seguro que te gustarán estos:
-El mismo cadalso. Sentir la guillotina en primera persona y ser feliz son dos cosas aparentemente incompatibles. Sólo aparentemente...
-Surréaliste. El protagonista de este intenso relato corto escapa de sus secuestradores, pero encuentra cosas inexplicables en su huida.


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El otro Osiris de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

miércoles, 19 de agosto de 2015

lady relatos: Kuné

Relato: Kuné


cuentos sobre el hambre
-No vayas. No veo que te vaya a ir bien. Hay demasiadas señales que me llegan, y son todas negativas.
 La voz de la hechicera sonó contundente. Kuné llevaba demasiado tiempo esperando el momento de levantar el vuelo hacia Europa, y nadie iba a quitarle la ilusión. En su pueblo llevaban muchos años soportando una guerra que nadie quería, pero que parecía orquestada desde el mismo Occidente para, en medio de la confusión y la ruina, poder seguir llevándose el coltán sin que los beneficios que de él se derivaban repercutiesen de alguna manera en la tierra en la que se extraía.
-Occidente nos lo debe. Nos debe un lugar a cada uno de los que explota y mantiene muerto de hambre, en guerra, con las familias cada vez más disminuidas por la mala situación, y que ellos han provocado. Occidente debe sacarnos de esta situación. Por eso tengo que ir –le contestó-. Necesitan el coltán para esos teléfonos que tienen tan modernos. Y para sus ordenadores. Por eso, aunque ellos no lo admitan, nuestra tierra es la que abunda en riqueza, no la suya. Pero ellos nos la roban cada día y se hacen millonarios, mientras aquí nos matamos entre nosotros. No quiero vivir eso nunca más. Ni trabajar para el hombre blanco por un dólar al día. Quiero ver París y buscar trabajo allí. Me irá bien, con la ayuda de Dios.
-Como quieras –dijo la anciana-. Si esa es tu determinación, no seré yo quien te frene. Pero mi obligación es decirte que los espíritus revelan que tendrás problemas en tu viaje.

miércoles, 12 de agosto de 2015

lady relatos: El Amo del Bosque

Relato: El Amo del Bosque


Cuentos y relatos sobre el respeto a la naturaleza.
Ellas regresaban cada día por el mismo camino, un bosque de eucaliptos. Eran tres, una amiga y dos hermanas, las tres adolescentes más rubias del instituto. Se llevaban bien, permanecían juntas cada día durante las clases, durante los recreos, durante las tediosas horas libres del instituto. Se trataba de un grupo cerrado, las hermanas se llamaban Sandra y Elisa, Marta la amiga. Tenían en común las cosas que todos los adolescentes parecen tener, sus revelaciones que todos descubrimos de la vida, sus pequeñas conspiraciones con chicos que empezaban a despertar en ellas sentimientos nunca antes vividos, pero sobre todo, lo que más conversaciones iniciaba eran sus dudas acerca de todo. Dudas sobre el sentido de la vida, sobre la muerte, sobre el amor, dudas, preguntas, vacilaciones que parecían no satisfacerse nunca. Ellas eran hermosas, pero una sombra oscura atravesaba sus miradas. Algo en ellas era diferente a los demás de su edad. Cada día atravesaban el bosque siempre advertidas por sus familias de que el mejor camino era el de la acera que llevaba desde el centro de estudios a casa, pero ellas siempre tomaban ese atajo a través del campo que separaba el instituto de la urbanización en la que vivían.
Él lo sabía. Las veía pasar cada día con sus mochilas a la espalda cargadas de libros, pensaba él. Le gustaba una de ellas, Sandra, la más rubia de las tres, la que parecía la más callada. El hombre se escondía cada día tras los árboles esperando no ser descubierto, pues había concebido un plan para conquistar a la bella que le quitaba el sueño. Nunca las había visto por separado, siempre iban juntas, así que la empresa le parecía difícil. Él las había seguido al instituto y había recopilado datos sobre Sandra, de tal modo que creía saberlo todo de ella. Un día supo que el instituto organizaba un baile de alumnos, así que resolvió despertar en la chica el interés por un admirador desconocido como él. Escribió en papelitos que iba dejando caer por todo el bosque lemas como “Sandra, conóceme, soy tu príncipe”, “Sandra, te amo”, “Ven conmigo al baile”, “Te veo”. Esas cuatro frases cada una en varios papeles distintos. Eso despertaría su interés, seguro, pensaba él.
Cuentos y relatos sobre el respeto al bosque.Cuando al día siguiente de sembrar todo el bosque de papelitos, ellas se dieron cuenta del estado de suciedad en el que se encontraba aquel lugar, y sin leer ni uno de ellos, decidieron cambiar de ruta. Eso desesperó al hombre, que resolvió presentarse por la tremenda ante ella, corriendo el riesgo de sufrir un rechazo.
-Sandra –le dijo un día ante la atónita mirada de las tres-. ¿Tendrías un momento para mí? Desearía hablar contigo.
-No te conozco, y por tanto no debo ir contigo a ningún sitio –respondió tajante.
-¡Será sólo un momento! No te entretendré, te lo prometo. Es que quiero darte algo.
Las tres se quedaron mirando asombradas. ¿Qué sería lo que quería darle? Sandra claudicó, para sorpresa del hombre. Su curiosidad pudo con su sensatez.
-Bien, ¿qué es? –preguntó.
-Esto –y le dio un beso en la boca. Sandra reaccionó propinándole un sonoro bofetón.
-Así que era eso –dijo-. Sexo, sólo sexo. Todos sois iguales. Dais asco.
-No, no. Yo soy distinto. Soy capaz de cualquier cosa por ti. 
-¿Cualquier cosa? –inquirió divertida.
-Lo que sea.
-Bien, entonces quiero que ahora mismo vayas al bosque y recojas toda la basura que hay tirada por todos los sitios.
-¿Cómo lo has sabido? –preguntó él.
-No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que tú estás detrás de cada papel que ha ensuciado el bosque. Y cuando hayas terminado pasaremos revista. Y entonces ya veremos.
Cuentos y relatos sobre el respeto a la naturaleza.El hombre se marcho y pasó el día entero recogiendo papeles. Horas después ya estaba todo listo. Salió al paso de las jóvenes y les contó que todo estaba ya limpio.
-Bien, entonces quiero que hoy a medianoche me esperes en la parte central de ese bosque. Hoy te entregarás a mí.
El hombre no cabía en sí de gozo. ¡Entregarse a ella! ¡Mucho más de lo que había esperado!
Llegó la noche. El reloj dio las doce y el hombre llegó puntualmente, se sentó en una piedra cuadrada que destacaba en un claro en el que no había árboles y desde el cual se veía la luna y todo el firmamento, esperando a su amada. 
Pero ¡ay! su amada no llegó nunca. A veces el amor sale demasiado caro. Una jauría de perros asilvestrados le rodeó y se lo llevó a la espesura para hacer justicia. El hombre trató de resistirse, pero fue inútil. Su cuerpo les sirvió de alimento y en poco rato ya no quedaba nada de él.
Las jóvenes, no lo habíamos dicho, pertenecían a una logia de defensa de los montes, llamada El Amo del Bosque. La pena por ensuciar o quemar un espacio natural, protegido o no, era servir de festín para los perros. 
Ni que decir tiene que, en esa comarca nunca ardía un monte, es más, sus vitrinas lucían numerosos premios por su labor de cuidado de la naturaleza.
Aunque muchos de esos reconocimientos hubiesen supuesto la muerte de un incauto.

Sí, definitivamente, a veces el amor se cobra un precio demasiado alto.



Si te ha gustado este cuento corto, seguro que te gustarán estos:
-El mismo cadalso. Sentir la guillotina en primera persona y ser feliz son dos cosas aparentemente incompatibles. Sólo aparentemente...
-Surréaliste. El protagonista de este intenso relato corto escapa de sus secuestradores, pero encuentra cosas inexplicables en su huida.


Llicència de Creative Commons
El Amo del Bosque de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

miércoles, 5 de agosto de 2015

lady relatos: El mismo cadalso

Relato: El mismo cadalso


Cuentos y relatos sobre la Revolución
-Nicolas-Jacques Pelletier, por el poder que nos concede el pueblo, este tribunal le condena a la pena capital mediante el procedimiento de la guillotina. La pena se cumplirá mañana a mediodía en la Plaza de la Revolución.
La gente exclamó de gozo. Por fin un entretenimiento en las largas y grises jornadas de París, y además sin coste para el pueblo. Todos regresaron a sus casas felices, salvo el propio Pelletier. Se trataba de un asaltante de caminos que se buscaba la vida en las bolsas de los poderosos que recorrían las rutas del país en sus lujosos carruajes. Si hubiera desarrollado su actividad en callejas de la capital no habría sido detenido con tanta celeridad, pero, como molestaba a la nobleza, enseguida dieron con él. Y es que no podía permitirse ese libertinaje entre las masas de la nueva Francia.