Usamos cookies propias y de terceros que entre otras cosas recogen datos sobre sus hábitos de navegación para mostrarle publicidad personalizada y realizar análisis de uso de nuestro sitio.
Si continúa navegando consideramos que acepta su uso. OK Más información | Y más

Buscar este blog

jueves, 28 de enero de 2016

El último recurso




EL ÚLTIMO RECURSO


-No me toque. Váyase, déjeme en paz. Quiero estar solo.
-Lo lamento, pero tienes que acompañarnos –dijo el policía que pertenecía al grupo étnico de los desteñidos.
-¡No he hecho nada!
-¿Seguro? ¿Y esto que tienes en tu mochila, qué es entonces? ¿Podrías explicarlo?
-Es… una cabellera.
-Es una cabellera que conserva su trozo de piel. Y todavía sangra.
-¡Forma parte de las tradiciones!
-No es verdad. Los de tu tribu hace siglo  y medio que renunciaron oficialmente a este tipo de ritos.
-Esta vez no pude negarme. Tuve que hacerlo. Manitú se lo ordenó al jefe.
-¿Habláis con los dioses?
-¿Y qué tiene eso de particular? Ustedes los cristianos llevan haciéndolo dos mil años.
-Pero no matamos a nadie por orden de nuestro Dios.
-¡Ni nosotros! Pero no diga eso. ¿Y la inquisición? ¿No mataba por motivos religiosos? No mienta, inspector. Ya nos conocemos. No soy un tipo violento. No había arrancado una cabellera en mi vida, pero esta vez tuve que hacerlo. Sin embargo no he matado a nadie.
-Pero has profanado una tumba. Y eso no está bien.
-Hable con el jefe. Él me dijo lo que debía hacer. Mire, por ahí viene.
-¡Gran jefe Serpiente Veloz!
-He venido porque he oído la llamada. Piedra Plana me necesita.
-Claro que necesita de su testimonio. Está detenido por profanar una tumba.
-Yo se lo ordené. Hay que volver a los dioses. El hombre blanco prometió darnos una vida a cambio de nuestras tierras y sólo nos ha traído whisky y una juventud perdida. La cabellera es de su padre, que como sabes fue enterrado ayer en las plataformas de nuestra necrópolis, al modo tradicional –el jefe y el inspector se conocían de muchos años atrás, por eso se tuteaban.
-Sabes que debéis enterrar a vuestros muertos bajo tierra, como exige la ley.
-Nuestras leyes son otras. Y no hacemos daño a nadie con ellas. En cambio, vosotros deberíais analizar si las vuestras ayudan o perjudican. Ahora debo ofrecerle la cabellera al dios para que nos devuelva la vida y la dignidad. Es un gran sacrificio.
El inspector echó un vistazo a la reserva en cuyas afueras se encontraban. Se veían pasar jóvenes completamente borrachos con botellas en la mano, caminando de lado a lado por las calles sin asfaltar. Y era mediodía. No vio uno ni dos: en el escaso lapso de tiempo que estuvo en aquel lugar contó más de cien jóvenes en esas circunstancias.
-Es cierto que hay que hacer algo. No es normal, que de doscientos veinte jóvenes que tiene esta reserva ciento noventa sean alcohólicos.
-Pues eso estamos intentando arreglar.
-¿Cortándole la cabellera a un difunto? Además, ¿no debería pertenecer a un enemigo?
-Yo pregunté al dios qué podíamos hacer. Y una noche reciente él me contestó en mis sueños. Envió a uno de sus súbditos a cortarle la cabellera a su padre, y luego se la ofreció al dios, de tal modo que toda la tribu se curó. Nosotros ahora no tenemos más enemigo que el whisky y el desempleo, y a esos no se les puede cortar la cabellera. Pero el dios habló y ordenó. Y lo que él hizo, nosotros lo vamos a hacer igualmente: respetar su mandato. Piedra Plana perdió a su padre hace tres días, y ayer, con la luna adecuada era el momento. Piedra Plana, ¿tienes la ofrenda?
-Sí, gran jefe –la sacó de su mochila y se la entregó.
-Bien, esta medianoche toda la tribu se reunirá en torno al fuego en el sitio de costumbre para realizar el ritual. Escríbelo en la pizarra de avisos de la Casa del Pueblo, para que todos lo sepan.
-Iré también a la emisora de radio para que lo digan.
-Perfecto, hijo. Ve ahora.
-Está bien, jefe, me iré y haré como que no he visto nada. Dejaré que resolváis esto a vuestra manera, pero no toleraré que alguien resulte herido.
-Gracias y descuide, inspector.
 “Ojalá les salga bien –pensó el viejo inspector de policía-. Si creyendo en esos ritos algún muchacho recapacita y deja de beber, lo daré por bien empleado.”
El policía se subió al coche mientras miraba cómo el anciano jefe y el joven huérfano se alejaban cada uno en una dirección. En la reserva nunca dejaron de intentarlo, pero, por más cabelleras que ofrecieron, el mal nunca los abandonó del todo. El efecto placebo que suponen los ritos religiosos no siempre sirvió para ayudar. Tal vez si el grupo de los desteñidos interviniera con sus psicólogos y personal sanitario entendido en adicciones, se lograría algo. Pero desde el siglo XIX ellos vivían a su suerte, sin esperanza, sin futuro, sin brillo en los ojos.
Y todo eso en la tierra de las oportunidades.
In God we trust.





El último recurso de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons



jueves, 21 de enero de 2016

¡Corre, Lizzy, corre!




¡Corre, Lizzy, corre!

Detroit, 2023



-¡Ven, deprisa, por aquí, escóndete!
Un joven de apenas diecinueve años trataba de ayudarla. La perseguían. 

Tiró de su brazo hacia sí, sacándola de la vista de sus perseguidores. La ocultó en un escondrijo que conocía entre aquellos añejos restos de arqueología industrial, una vieja fábrica de luz abandonada desde hacía décadas. Todo el hierro había sido sustraído en una rapiña constante, pero las paredes y estructuras seguían en pie, aunque sin techo, lo que convirtió aquel lugar en un extraño reducto en el que la naturaleza verde y el ladrillo se mezclaban en insólita armonía, convirtiendo el lugar en un dédalo inmenso.


-¿Quién eres? ¿Por qué me ayudas? –preguntó ella, todavía asustada-. Soy Elizabeth.
-No importa quien soy yo, Lizzy. Y no te ayudo, me ayudo a mí. Cuanto menos sepas, mejor. Calla. Ya llegan.
El joven sacó una pistola. Quitó el seguro. El clic hizo temblar a la chica.
Era un grupo de once pistoleros a sueldo y varios operadores y técnicos de televisión.
Doce concursantes armados al estilo Rambo. Corrían, miraban, lo escudriñaban todo. Se jugaban algo importante, no dinero, ni fama, sino al contrario, su reputación de matones les podría suponer integrarse en alguna mafia. Para eso concursaban, era como un examen de ingreso, como un casting macabro. Se trataba de un black reality. El premio era cazar a Lizzy, una víctima elegida al azar. El pecado de la chica había sido estar en el sitio inadecuado en el momento inadecuado.
El ganador de la IX Edición, el joven escondido a su lado.





¡Corre, Lizzy, corre! de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons



miércoles, 13 de enero de 2016

David

Feliz año a todos.

Regreso con una nueva historia en este recién comenzado 2016, que no ha empezado muy bien. En cuestión de una semana dos referentes musicales se han ido para siempre: el cañero e inigualable Lemmy Kilmister y mi muy valorado y muy querido David Bowie. Mi sensibilidad está a flor de piel, y mi cuento de esta semana no podía dejar esta circunstancia sin mención. Mi homenaje a ellos. Nos veremos, chicos.



David


Un joven.
Una ventana.
Una estrella.
Una luz.
Una nave.
Una puerta.
Un ser.




Un joven asustado.
Una ventana reveladora.
Una estrella resplandeciente.
Una luz viajera.
Una nave aterrizada.
Una puerta abierta.
Un ser brillante.

Un joven asustado con la boca abierta.
Una ventana reveladora batiendo las contras.
Una estrella resplandeciente que se acerca en silencio.
Una luz viajera que surge de la nave.
Una nave aterrizada en pleno campo.
Una puerta abierta que muestra una luz cegadora.
Un ser brillante desciende de la nave.
-David. Debes regresar. Venimos a buscarte.

El joven siguió al ser de luz sin hacerse esperar, apenas tenía 69 años.
El mundo cayó en la oscuridad  y las lágrimas mientras la nave regresaba al éter sin conceder despedidas.
El joven regresó a donde había venido. A las estrellas.
-¿Es aquella estrella de allí, papá?
-Sí cariño, aquella es la estrella de David –respondió el padre, sin poder reprimir una lágrima.



A David Bowie, uno de mis padres musicales y fuente de constante inspiración, al día siguiente de su muerte, acaecida el 10 de enero de 2016. Te echaremos mucho de menos en esta tierra tan escasa de genios como el tuyo. Feliz viaje, hombre de las estrellas.





David de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons


jueves, 17 de diciembre de 2015

El sentido de su vida




El sentido de su vida


Cada noche miraba al cielo a través de las gastadas ventanas de madera. Esperaba ver algo extraordinario, algo que le sacara de su triste rutina, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Su empleo como operario en una cadena de montaje de una fábrica de coches, le sumía en la infeliz impresión de que su existencia no podía servir sólo para hacer siempre exactamente lo mismo, día tras día, año tras año, toda la vida, su única vida. 

Tras una jornada más de agotadora rutina, ya en el lecho, cuando estaba a punto de dormirse sintió que algo tiraba del él hacia arriba, tanto, que se vio flotando fuera de su cuerpo mientras aquel parecía tranquilamente dormido. Se rehizo del susto y decidió dejarse llevar. Volaba etéreo, sin frío ni calor, ni hambre ni sed, sólo una ligera calidez que elevaba y embelesaba. Voló durante instantes que parecieron días, recorrió el mundo y acabó flotando en el espacio exterior, buscando descanso sobre una estrella. Se asomó a una que no era el sol, y miró hacia uno de sus planetas. Se parecía a la Tierra. Era azul y marrón. Mar y tierra.
Se asomó y lo que vio le sorprendió: un planeta con ciudades integradas en la naturaleza, con tecnología ecológica, gentes que caminan y se saludan sonrientes, niños jugando en maravillosos jardines… El hombre era feliz al ver aquello, y sin haberlo previsto pensó que quería quedarse allí, en ese paraíso.

Cuando se disponía a proyectarse sobre el planeta, un tirón muy fuerte le devolvió a la cruda realidad. Despertó en su cuerpo, un tanto mareado y sorprendido por lo que había visto. Entonces sintió la necesidad de saber en qué estrella había estado, así que se asomó a la ventana, sacó su viejo telescopio y comenzó a escudriñar el universo en busca de aquel planeta de ensueño.
 

Desde entonces su vida había cobrado un sentido. Se convirtió en un astrónomo aficionado muy valorado entre la comunidad científica. Su trabajo en la fábrica dejó de atormentarle. La solución a su monotonía la tenía delante: el cielo.




Y con esto os dejo hasta después de las fiestas. ¡Nos vemos en 2016! ¡Divertíos!







El sentido de su vida de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

jueves, 3 de diciembre de 2015

Lo incomprensible




Lo incomprensible


La madre entró en la habitación de su hijo de once años sin llamar. Siempre había tenido ese defecto. Pero lo que vio le cerró la boca. Varios días antes se había dirigido a él, intrigada.
-¿Con quién hablas cuando estás en tu cuarto? Que yo sepa no te he comprado un móvil. Sabes que no lo tendrás hasta los catorce años.
-Pero sí tengo ordenador, y una buena conexión a internet. No puedo decirte más.
Y así había acabado la conversación. Estaba claro que su hijo hablaba con alguien desconocido a través de la pantalla. Aquel día no dijo nada más, pero siempre tuvo la mosca detrás de la oreja. Y cuando aquella tarde le oyó hablar de nuevo, no pudo reprimirse y entró. Y, como decía, lo que vio le aterrorizó.
El monitor mostraba la imagen de un ser que no llevaba ropa, era alargado de talle, de piel marrón claro, con unas grandes orejas de soplillo que salían al menos quince centímetros de la cabeza, que carecía de pelo, y cuya boca era circular, y su nariz era un tubo acabado en un anillo grueso en la punta. Los ojos eran grandes y almendrados. Parecía estar sentado, y hablaba cuando ella entró. Su voz era gutural, probablemente como consecuencia de aplicarle un programa decodificador y un traductor al castellano. La voz sonaba distorsionada.
-No te preocupes, X-19, se trata de mi madre. No puede estarse quieta.
-¿Qué es eso? –preguntó ella visiblemente inquieta.
-Mamá, te presento a X-19, mi amigo de las estrellas. Es extraterrestre.
-En… cantada –contestó sin saber bien cómo reaccionar.
-Mamá, X-19 y yo llevamos días charlando sobre cómo es la Tierra y cómo somos nosotros los terrícolas. Pero hay cosas que a él le cuesta entender.
-No entiendo concepto tuyo de vida. Tú explica –dijo el ser.
-Pues es así. El planeta está dividido en trozos. Cada uno nace en un trozo y digamos que ese ser pertenece a ese trozo.
-¿Trozos?
-Sí, pedazos de tierra, porciones… se dice de muchas maneras: países, naciones, regiones. Todo eso es porque cada trozo habla una lengua distinta y sus costumbres también sos distintas.
-Eso entiendo. Pero no entiendo tú naces en trozo y no puedes ir a otro trozo.
-No puedes sin unos papeles, unos documentos que te piden. Si vas a otro trozo sin pasaporte o visado, no te dejarán pasar, aunque en tu trozo haya guerra, no quede nada que comer o corras peligro.
-¿Pero no ser todos habitantes de planeta? ¿Para andar por planeta necesita papeles?
-Eso es. Ya lo vas entendiendo.
-Tú dijiste antes, “no quede nada que comer”. ¿No comen todos?
-No. En la Tierra hay unos pocos seres que tienen el acceso a toda la comida, pero la mayoría pasa hambre y muere por eso.
-No entiendo si hay comida porque no todos comen.
La madre empezó a sentirse más cómoda al comprobar que el ser se sorprendía de los defectos y desigualdades de este mundo.
-Porque unos pocos poseen la riqueza y explotan al resto para conseguir dinero para comida.
-¿Dinero qué es?
-Es… uff…
-Deja que yo te ayude –dijo la madre-. Dinero son trozos de papel o piezas de metal fundido a los que se le da un valor. La gente trabaja para conseguirlos, y luego tú vas a algunos sitios con esos papeles o esos trozos de metal y los das a cambio de comida y lo que necesites. ¿No pasa lo mismo en tu mundo?
-No, mamá –dijo el ser, pensando que aquel era nombre de la mujer-. Nosotros comemos. Todos comemos. No dinero. No trozos. Nosotros andamos libres por planeta. No papeles. Nosotros nacemos, crecemos, tenemos hijos, y comemos siempre. No trabajar, sólo vivir, comer, viajar. Quien quiere hace cosas, quien no quiere no hace.
-¿Y os matáis entre vosotros? Nosotros sí. Hemos inventado la guerra. En la guerra muere mucha gente. Mueren niños. Eso es lo peor.
-¿Matáis? ¡No, matáis no! Nosotros tenemos paz. No daño, no enfados. Cuidamos niños, amamos. Amamos a todos. Vivimos muchos siglos. Yo tengo doce.
-¿Doce siglos? ¿No tenéis enfermedades?
-Doce. No enfermedades.
-¿Y religiones? ¿Tenéis dioses?
-No. ¿Qué es “dioses”?
-Si no los tenéis, mejor que no empecéis con eso. Os va mejor así, créeme.
-Yo veo que no quiero planeta con enfermedades, guerras, trozos, hambre. No ir a la Tierra. No entendemos.
La madre y el chico se miraron. Tampoco lo entendían. El ser dijo adiós y ya nunca volvieron a saber de él.
Pero la conversación se quedó para siempre en el corazón de ambos. Había planetas en los que la gente no poseía la tierra, era de todos por el simple hecho de haber nacido, y por ese mero hecho también se comía, todos lo hacían. Y no conocían las guerras, los territorios, el dinero que todo lo corrompe, las religiones que siempre han sido causa de desencuentros entre los seres humanos. Todo ello convertía al planeta de los humanos en una sociedad incomprensible para otras civilizaciones.
Para ellos y también para los atribulados habitantes de la Tierra.





Lo incomprensible de Susana Villar está subjecta a una licència de Reconoixement 4.0 Internacional de Creative Commons 




martes, 24 de noviembre de 2015

Sclerotic Reflections



Sclerotic Reflections


Vivían en un revoltijo, dando vueltas, nadando, mezclándose entre ellas, sin más oficio que el comadreo, pues no sentían hambre, sed, cansancio, dolor, calor o frío. Su vida transcurría como en una centrifugadora, y, como tampoco tenían nada mejor que hacer, al encontrarse en uno de sus múltiples giros al habitáculo donde se encontraban, ellas hablaban.
-Dicen que a todas nos llega la hora de irnos.
-¿Y no quedará nada de nosotras?
-Nada. En cuanto se produzca la marcha, no habrá vuelta atrás.
-¿Y por qué pasa eso? –preguntó una de ellas con cara de mareo.
-Porque a veces la persona tiene catarro, o está triste. Para eso estamos nosotras, para dar lustre a ese dolor o esa congestión.
-Yo casi prefiero irme por causa del catarro, no me gusta la tristeza. Soy positiva. Y… ¿sabéis cómo es el otro mundo?
-¿El mundo exterior? No. Nadie ha vuelto para contarlo. Me temo que no hay forma de saberlo. Dicen que hay mucha luz, más que aquí, una vez pude ver algo, una línea, como un resplandor en aquella dirección –señaló con el dedo hacia su izquierda-, pero no podría decir nada más.
-¿Y qué te pasó entonces para ver algo? Desde aquí no se distingue nada especial.
-Pues… oí la llamada junto con otras compañeras y nos pusimos en marcha hacia nuestro final. Sin embargo, cuando me tocaba salir algo pasó. La señal cesó, pero me dio tiempo a ver esa fina línea de luz.
-¿Y cómo era? ¿Cómo la luz que hay aquí?
-No… era resplandeciente, cálida, casi molestaba. En realidad era bellísima. Duró poco, de repente dejé de verla y regresé. Nunca podré olvidarla. Nuestro paraíso después de la muerte debe de ser algo parecido.
-¡Soldados! ¡Firmes! –dijo una voz desde el techo de la estancia-. Prepárense la primera línea. Hay aviso de shock. ¡Pelotón! ¡A su izquierda! ¡Ar! ¡Marchen!
Todas formaron raudas a la primera señal, pues llevaban toda la vida esperando el momento cumbre de sus vidas, el de su final, el sentido para el que habían sido creadas. Marcharon hacia su izquierda sin variar su dirección aunque caminaban casi a oscuras, emocionadas, en silencio absoluto. De repente sintieron unas ligeras sacudidas, se notaba que la persona se encontraba en una situación difícil. El grupo se estrechó y la fila pasó a ser de a dos. Poco a poco cada pareja de formación se iba tirando de la mano como en un tobogán, en cuanto recibían la señal de hacerlo. Y al cumplir la orden de arriba, la luz se hacía de repente ante ellas, una luz total, que lo abarcaba todo. Todas se quedaron boquiabiertas al ver el panorama que ante ellas se extendía: el mundo.
La mujer se encontraba ante una pequeña montaña de flores y velas encendidas apoyadas alrededor de una fuente. Había miles de personas que hacían lo mismo. Sollozaban por París.
Los ojos de la mujer se abrieron de improviso: las lágrimas saltaron de sus ojos y resbalaron hacia una de las velas cuya luz parpadeaba en el suelo junto con otras miles.
Habían dado su vida para ayudar a la mujer a desahogar su dolor. Y su nueva existencia transcurriría rauda, apenas dos segundos hasta caer al suelo o en algún otro sitio. Sólo que ellas no lo sabían, no sabían qué había sucedido en aquel lugar. Sólo sabían que el sentido de su vida era aquel deslizamiento, y para ello habían entrenado en la escuela que había constituido su anterior vida.
Pero todas ellas disfrutarían de aquella visión, aquellos aromas, aquellos sonidos, el tacto cálido de aquella piel. Su brevedad les merecía la pena, porque se llevaban la visión de un mundo inesperado y breve.
Siempre me pregunté de qué hablarían las lágrimas.



 

 Sclerotic Reflections de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons
 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Lucecitas verdes sobre las copas de los árboles




LUCECITAS VERDES 
SOBRE LAS COPAS DE LOS ÁRBOLES



Unos cuantos subíamos por la pared desvencijada de un edificio casi en ruinas. Poníamos los pies encima de los salientes de madera de las toscas ventanas, no se me olvida, pintadas todas de verde, la pintura saltada, la sensación de que allí hacía tiempo que no vivía nadie. Tiestos con restos de plantas resecas, cables de televisión y teléfono inservibles, subíamos aquello sin pararnos a respirar, mirando hacia abajo y viendo que lo de abajo se encogía, mientras lo de arriba parecía no terminarse nunca.    


Al cabo de varias horas de escalar aquella fachada, llegamos a una azotea, y de ahí a la escalera, abrimos la puerta de la que resultó ser mi antigua casa. Un hombre abrió la ventana de la cocina. Delante de mi casa florecieron de la nada miles de plantas de todos los tamaños en frondoso bosque. Se hizo de noche mirándolo.

El hombre se puso de pie ante nuestra sorpresa. Se colocó delante de la ventana abierta, me miró y me hizo un gesto con la cabeza mirando hacia el vacío de la noche estrellada. Y acto seguido, se tiró. Pero no cayó al suelo, sino que salió planeando sobre los árboles del bosque, y  mientras lo hacía, miles de lucecitas verdes como fuegos de artificio salían de su vientre hacia todos los lados. Cuando llegó a la copa más alta del bosque, se paró, y me miró.


Entonces me tiré. Y me pasó lo mismo, planeé en dirección hacia los árboles y de mi vientre salían despedidas miles de chispitas verdes como fuegos de artificio que llamaban al cielo anochecido a un espectáculo improvisado. Sentí un calor muy agradable, y una inmensa felicidad en mi primer vuelo, en medio de luces de fiesta, de bocas abiertas, de comentarios de acera. Al diablo con todo.


Puedo volar. 


  



Lucecitas verdes sobre las copas de los árboles de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons