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jueves, 12 de mayo de 2016

Da capo





Da capo



-¡Shiss, hija! Cállate -susurró la joven madre-. Ya viene.

La madre puso su mano sobre la boca de su hija. Estaban vivas de  milagro. Un virus extraño producido por la presencia excesiva de  químicos en los productos de consumo generalizado, se había apoderado de los ciudadanos de sexo masculino entre los veinte y los sesenta años, mientras duraba su plenitud procreadora, y, tras una transformación absolutamente espeluznante, el nuevo monstruo de cada casa comenzaba a matar a cualquiera que se cruzase en su camino.

  
Ninguno de ellos mataba con sus manos, eran monstruos nacidos de la tecnología, les gustaba valerse de motosierras, armas automáticas, batidoras a pilas, todo tipo de herramientas o cualquier cosa que hiciese ruido y pudiese a la vez matar... eso hasta que culminaba su conversión que duraba una hora y durante la cual perdían los dedos para ganar pezuñas... y entonces ya solo valían zarpazos y mordiscos.

Rugían vestidos de marca porque ese era el aspecto que tenían cuando les llegó el primer brote, afectaba más a gente adinerada. Y con un ataque era suficiente. Babeaban como bulldogs, manchándose sus caros trajes que reventarían cuando su anchura de torso creciese. Y ese sería su aspecto hasta que les llegase la muerte, el de felinos gigantes harapientos, desenlace que sucedería indefectiblemente a las tres horas del brote. Podían correr, pensar, razonar, porque en la práctica seguían vivos, pero sin reconocer a ninguno de los suyos, ni familiares, ni amigos, ni meros conocidos, ni demás figurantes de la vía y lugares públicos, identificándolos a todos como enemigos a batir. Víctimas de brotes psicóticos. Condenados a matar y a morir. Nada que perder. Los soldados perfectos.



Shania temblaba. Era un lunes, llovía a cántaros y había que levantarse para ir al colegio. Se levantó bostezando. Bajó a la cocina para desayunar. Su madre hacía tortitas y su hermana pucheros mientras daba pequeños mordisquitos a una tostada con mantequilla y mermelada, pero el sueño la vencía. De repente la pequeña miró hacia el pasillo y vio a su padre entrando y saliendo del gran salón, agarrándose a él mismo por la pechera, como convulsionando. Dio grandes voces, pero esa voz no era la de su padre: rugía. Y su rostro se fue contrayendo, surcado de nuevas arrugas que de pronto se tatuaron en su piel a fuego. Y fuego era lo que parecía que el hombre sentía.  Un pelo abundante, largo y rubio cubrió poco a poco cada centímetro de su piel. Rugía como alimaña que huye de cazador impenitente.

Su padre, vestido impecable para ir a la oficina, sufría terriblemente ante los ojos asustados de sus hijas.


La pequeña Caroline de seis años emitió un gritito, huyó por la puerta de la cocina y se perdió en el bosque que rodeaba la casa.

Sin embargo, la madre y la otra niña mayor no lo vieron entrar en la cocina, y cuando quisieron acordar, el hombre irrumpió en la sagrada estancia blandiendo una desbrozadora a batería, la corbata ladeada, la boca rezumando babas.

Las dos salieron corriendo de  la casa por la puerta de servicio desde la cocina misma, metiéndose en su refugio secreto en la parte de atrás de la casa, lugar que solo conocían la madre y las niñas.

Da capo.

-¡Shiss, hija! Cállate -susurró la joven madre-. Ya viene.

La niña se serenó, pero su pánico regresó en cuanto vio las suelas de los zapatos de su padre a través de la luz de una rendija de la puerta que las cobijaba. Sonaba a ruido de sierra mecánica. Shania se tapó la boca con las manos apretando muy fuerte. No podían permitirse ni un solo estornudo, eso podría darle pistas de su escondrijo. Y eso era justo lo que no necesitaban.


La máquina se cayó al suelo, y dejó de sonar. El hombre se alejó de la puerta oculta por un lecho de hojas secas. Ellas salvaron la vida.

Qué suerte que los hombres nunca ven lo que tienen delante.

Ya solo faltaba Caroline.

La encontraron agachada, acariciando al cuerpo de un león que yacía sin vida. Sin duda habían pasado las tres horas de rigor, la niña había sido afortunada, aunque siempre les quedaría la duda de si el león habría reconocido y respetado a su hija. Solo la niña sabía el tiempo que estuvo con él, y ella nunca quiso hablar del asunto.

Tras el suceso, la madre se reunió con sus hijas, mirando como se llevaban al que una vez había sido su marido... un león de enormes dimensiones, porteado por varias personas, tal era la envergadura de su marido una vez convertido. 


Había llegado la hora de viajar al búnquer de casa de su madre, a mil kilómetros. La vida de tres personas solo puede salvarse haciendo pleno una vez, no iba a arriesgar más la vida de sus hijas.


Empezarían de cero, desde el principio, da capo...

Aunque esto es una ficción, el mensaje va para los científicos pagados por gobiernos o por empresas: cuidado con lo que fabricáis en vuestros  laboratorios, podríais ser los que iniciéis el principio del fin de todo y de todos. El mundo apela a vuestra responsabilidad.






Da capo de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons






lunes, 2 de mayo de 2016

¡Nuevo libro!

¡Nuevo libro en papel!


EN RECUERDO DE LA TIERRA.

En un futuro próximo, en el planeta Tierra se producen revueltas generalizadas por la orden de implantar un chip cerebral que convierte a los seres humanos en esclavos del poder. En ese escenario de violencia y futuro incierto, Santos y Silvia acaban de mudarse a un piso en un barrio aislado y peculiar de una ciudad española, Ponferrada, para iniciar su vida en común, aunque en ese edificio se van a producir desgraciados acontecimientos que les cambiarán la vida. Mientras los poderes en la sombra deciden si completan o no la secuencia nuclear para acabar con todo, científicos descubren la manera de viajar en el espacio de forma inocua e instantánea utilizando la teoría de cuerdas, a la vez que un lejano planeta llamado Estelande servirá de vía de escape a la catástrofe que se avecina. Animales y extraterrestres tendrán un papel inusitado en esta historia. Una distopía que describe la posible hecatombe a la cual es muy posible nos enfrentemos algún día.

 

Se trata de una distopía, una historia que se desarrolla entre Ponferrada y un planeta situado a medio millón de años luz en un contexto histórico en el que las revueltas en todo el mundo están a la orden del día. Hay una hecatombe mundial y unas personas que deciden aprovechar el desarrollo de la teoría de cuerdas para poder teletransportarse y así una nueva sociedad más justa y que no necesita el dinero para desarrollarse acaba de nacer. ¿Extraterrestres? Sí, aunque sus intenciones nada tiene que ver con lo que imaginamos. ¿Cómo reaccionaríamos si algún día llegasen a producirse estos acontecimientos? Para bien o para mal, debemos estar preparados. Una historia para valientes. 

Para adquirirlo, pinchad aquí:


¡Ah, y no os olvidéis de reseñar el libro si os ha gustado! ¡Gracias!







jueves, 28 de abril de 2016

La dama de la lámpara



La dama de la lámpara



-No, hija. No lo permitiré. No nos dejarás en vergüenza. Ninguna mujer de nuestra posición estudia, y menos para trabajar después, al contrario, la gente trabaja para nosotros y no al revés.
La madre de Florence se enfureció. Definitivamente su hija se había vuelto loca. En el siglo XIX ninguna mujer había solicitado a sus padres semejante cosa.
-Pero madre… he sentido la llamada de Dios, y me pide que me dedique a lo que te he dicho.
-¡No admiten mujeres en la escuela de enfermería! ¿Es que no lo sabes?
-Pues yo seré la primera. Y asistiré a las clases aunque tenga que vestirme de hombre para lograrlo. Me pondré ropa de padre si es menester.
-No. Antes te quito de en medio, te mando con tu hermana a su casa de campo y te hago encerrar, fíjate lo que te digo. No irás a esa escuela. Te hemos educado para ser esposa y madre con alguien de tu misma posicion social, que es lo que te corresponde. Nadie en nuestro círculo entendería otra cosa.
-Madre, por lo menos escúchame. He viajado. He visto las condiciones en que están muchos hospitales y creo que tengo la clave para mejorarlos. Puedo salvar vidas.
-¿Tú? ¿Y qué puedes aportar tú a la medicina que no sepan nuestros muy reputados y bien preparados médicos?

-Pues, entre otras cosas, un detalle que ellos no tienen en cuenta precisamente por no ser mujeres. He observado que en las casas más limpias no suelen desarrollarse ciertas enfermedades. Eso mismo es lo que quiero aplicar en los hospitales, especialmente en los hospitales de campaña. La desinfección es fundamental. Yo lo creo así. Muchos chicos heridos en la guerra podrán regresar a casa a pesar de sus heridas.
-¡No! No me convences. Te vas al campo con tu hermana.
-No has entendido nada, madre. No te estoy pidiendo permiso para estudiar y ayudar con mis conocimientos. Solo te lo estoy anunciando. La decisión está tomada y nadie me lo impedirá, ni siquiera tú.
Afortunadamente la joven Florence Nightingale no hizo caso a su madre y finalmente se salió con la suya. Estudió enfermería y enseguida se puso a trabajar, fue la primera mujer que oficialmente ocupó su tiempo en el noble oficio de curar. Mejoró las condiciones de salubridad de los hospitales, los rediseñó para luchar contra los gérmenes, lo que salvó muchas vidas, y utilizó su dulzura para animar a los enfermos a curarse, manejando la psicología para colaborar en el restablecimiento de los enfermos. Pensaba que la recuperación comenzaba en la salubridad de los hospitales, pero también en la cabeza de los aquejados por la enfermedad. Se especializó en enfermería de campaña tras su estancia en la guerra de Crimea. Impulsó la enfermería como profesión y modernizó sus bases.
Desde entonces miles de mujeres siguieron su ejemplo.

Ella recorría cada noche las estancias de los hospitales en que trabajaba, efectuaba su ronda nocturna portando un candil, y desde entonces todos la conocían como “la dama de la lámpara”.
A veces ser rebelde supone un gran avance para la humanidad. El mundo se congratula de la existencia de rebeldes como ella. Que cunda el ejemplo.



La dama de la lámpara de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons




 

jueves, 21 de abril de 2016

Sheridan de Attawapiskat (Una realidad incómoda)




Sheridan de Attawapiskat
(Una realidad incómoda)






-¡Shery, Shery, no! ¿Por qué? –La madre de la niña lloraba por la decisión de su hija.

-Nosotros vivimos mal. Somos una comunidad indígena del norte de Canadá, en Ontario, a 1600kms de Toronto –dijo el jefe de la reserva al periodista que se acercó al pueblo ante la noticia del suicidio de Sheridan-. Aquí el paro es del 70%. Mira cómo vivimos, en barracas, en remolques, en tiendas de campaña. No tenemos calefacción, ni agua corriente, ni luz. Los que no desean suicidarse se mueren de frío. Los demás beben en demasía y toman drogas para sobrellevar esta realidad tan dura. En invierno el pueblo queda aislado y solo se puede llegar volando.

-¿Cree que los diferentes gobiernos pecan de racismo hacia ustedes?

-No solo lo creo, lo afirmo, para vergüenza de un país que vive en la opulencia, pero que deja morir a sus indígenas. Sin embargo, a solo 90 kilómetros hay riqueza. Una mina de diamantes cuyos beneficios no se perciben aquí. Son recursos de la tierra que alguien decide llevarse sin dejar su impronta en la población en la que se encuentran. Los servicios públicos son mínimos, la educación menos que eso. Pero los niños siguen naciendo a pesar de todo, y la desesperación es tal, que cuando van creciendo y tomando conciencia de esta realidad tan descorazonadora, una sola idea les atenaza: la del suicidio. Se ha registrado varios intentos de suicidio colectivo, pero para las autoridades todo ello se queda en mera anécdota de barra de bar.

-¿Nada ha cambiado en los últimos 100 años?

-Nada. Parece que para nosotros solo la muerte es la solución. Por eso tenemos tan alta la tasa de intentos de suicidio. Es lo único floreciente en esta bendita tierra.

Como decía, una madre lloraba desconsolada. Su hija se había quitado la vida. Tenía 13 años. Era el mes de octubre de 2015.

Cuando concluyeron las exequias, se celebró una reunión urgente del jefe de la reserva y sus colaboradores. De ella salió una carta extrapolable a la situación general de las reservas indígenas en América del Norte, que el periodista se llevó para publicar en su periódico:

“Soñábamos con vivir en libertad, pero vosotros habéis llegado para evitarlo. Nos habéis robado la tierra, os lleváis nuestros recursos mientras el pueblo languidece y solo piensa en una solución como posible: el suicidio. Esa es nuestra realidad. Nuestros niños se quitan la vida, y los que no lo consiguen lo intentan hasta lograrlo. Queréis nuestro exterminio y no os falta mucho para conseguirlo, apenas quedamos un par de miles para dejar testimonio de vuestras verdaderas intenciones. Sin recursos, sin educación, sin la tierra que nos legaron nuestros antepasados, no hay esperanza para nosotros. No tenemos nada que agradeceros”.

El periodista se marchó, y escribió un artículo que removió conciencias y arrancó lágrimas. Decía, entre otras cosas, que más de cien personas han intentado quitarse la vida en los últimos tiempos en Attawapiskat. En Canadá, país que desde Europa vemos como símbolo de paz y prosperidad, hay gente muriendo de desesperación.

Dedicado a Sheridan, la pequeña cuya esperanza se diluyó en la nada, para vergüenza de políticos cuya ineficacia e inacción son directamente culpables de la tragedia de esta niña y de su pueblo. 






Sheridan de Attawapiskat  (Una realidad incómoda) de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons







jueves, 14 de abril de 2016

Solo para valientes


Solo para valientes


Las dos, madre e hija dormían profunda y tranquilamente en su dormitorio del piso de arriba. Desde que sus padres se habían separado, Emily no podía dormir sola, así que siempre compartía cama con su madre, a pesar de tener ya dieciséis años. La separación había resultado traumática, pero habían transcurrido ya tres años y lo estaban superando. Solo quedaba conseguir que Emily accediese a dormir en su propia habitación, aunque en aquella casa la opción era hacerlo en el sofá cama de la salita.

Después del divorcio, su madre había decidido mudarse a otra ciudad, a vivir en una casa en medio del campo, rodeadas de naturaleza. Un bosque se extendía por la parte de atrás de la casa, una enorme pradera por delante rematada en un arroyuelo que dispensaba al lugar un encanto especial, las montañas nevadas al fondo. Abundaban las casas, pero se hallaban desperdigadas por toda la zona, sin apelotonarse en torno a calles asfaltadas. La localidad a la que pertenecía aquella zona rural se encontraba a seis kilómetros, por lo que los inconvenientes de las ciudades no se dejaban sentir en aquellas latitudes.
Como decía, las mujeres dormían. De pronto y en medio de la oscuridad, se escuchó un estruendo colosal y seco, lo justo para interrumpirles el sueño. La casa comenzó a temblar, la cama se movía. Las mujeres se despertaron sobresaltadas, y se abrazaron sentadas, todavía tapadas dejando al aire solo los ojos, temblando. Los ruidos continuaron durante un rato largo. ¿Se trataba de un terremoto? ¿Un tornado, tal vez? Aquella era zona de tornados, pero no era aquella la época en que solían presentarse.

-Mamá, son las tres de la mañana, no bajes, por favor. No me dejes aquí sola.
-Pero tengo que saber lo que pasa, hija. Regresaré en breve y te lo contaré, si no lo hago no podremos volver a dormirnos.
Otro golpe seco se oyó de nuevo en el tejado. Las mujeres se taparon del todo. La casa seguía moviéndose. Todo temblaba. La madre se lo pensó mejor y decidió que se iban a quedar donde estaban. Miraban por la pequeña ventana de la habitación abuhardillada y no veían nada con aquella oscuridad, pero la casa se movía.
-¿Serán fantasmas? –preguntó Emily.
-No lo creo. Esta casa es nueva, aquí no se ha muerto nadie.
-¡Aaaaaay, qué ruido otra vez!
-¡Voy a bajar!
-¡No, mamá, tengo miedo! ¡No bajes!
-Tápate e intenta dormir. Es temprano.
-Hasta que no vuelvas no podré dormir. ¿Voy contigo?
-No, mejor quédate donde estás, no sabemos qué es lo que pasa, aquí estarás más segura. Vengo enseguida. Si en diez minutos no he regresado, llama a la policía. Ahora tranquilízate.

A pesar de las protestas, la madre bajó por la estrecha escalera sin pasamanos, temiendo caerse, pues aquello no paraba de moverse. Sacó una linterna de un cajón de la cocina y también un cuchillo cebollero por si necesitaba defenderse. Se acercó a la puerta que la separaba del exterior, y, cargándose de valor, la abrió de golpe. Iluminó el porche y allí no vio a nadie que motivase esos ruidos… o sí.
Se había desatado un terrible viento que anunciaba una tormenta de las que harían historia. Las ramas de los árboles del bosque trasero chocaban violentamente contra la cubierta de la vivienda, la cual continuaba moviéndose. Entonces ella comprendió.
Era lo que tenía vivir en una pequeña casa portátil sobre ruedas. El viento podía moverla como si de un terremoto se tratase, por perfectamente calzada que estuviese.
Se apoyó sobre el dintel de la puerta pensando en que aquella creciente moda de las casas portátiles estaría generando miedo a mucha gente aquella noche, especialmente en personas como ellas, que siempre habían vivido en pisos que pasaban desapercibidos en las ciudades, y que desde luego no se movían en caso de viento o tormenta, ni siquiera un tornado típicamente americano podía llevarse un edificio de pisos sólidamente construido.

Aquella casa llamaba la atención por su reducido tamaño, les conquistó en cuanto la vieron, pero cuando la compraron no pensaron en estos inconvenientes. Ni tampoco en los tornados que sin duda un día se presentarían por allí casi sin avisar, aunque para eso gozaban del remedio de enganchar la casa a un camión y llevársela a un lugar seguro. Pero no fue argumento suficiente. Estaba claro que no podrían evitarse algunos problemas como el de la inestabilidad de la vivienda durante las ineludibles tormentas. Miró hacia el bosque ahora oscuro y amenazante, y también pensó que si un día le daba por aparecer a un perturbado por allí empuñando un arma, entraría fácilmente y ellas se convertirían en sus víctimas, pues nadie se enteraría por mucho que gritasen, la casa más cercana se encontraba a más de cien metros. O si a alguien se le ocurría la idea de robar su casa enganchándola a un camión y con ellas dentro en horas de sueño, no podrían hacer nada por evitarlo. Multitud de dudas, de ideas peregrinas inundaron su mente, pues gozaba de una gran imaginación. Resolvió en ese mismo instante deshacerse de la causa de todos esos posibles temores. Entró y subió al dormitorio situado en el altillo, tranquilizó a su hija y apagaron la luz para intentar retomar el sueño.
Decidió venderla. Unos buenos cimientos pondrían la base de su nueva existencia liberada de aprensiones. Porque el sentido de la vida consiste en eso, en ir librándose poco a poco de ataduras, y sin duda el miedo es la más poderosa. De ellas dependía ir esquivando los factores que desatasen sus miedos atávicos. Y para dos urbanitas vivir en el borde de un bosque tupido en una casa que se mueve con el viento podía representar uno de esos factores.

A los dos días salió un anuncio en la prensa local: “En venta casa portátil sobre ruedas preparada para entrar a vivir en paraje idílico. Incluye mecedora generalizada en toda la casa los días de viento. Solo para valientes. Núm. de ref. 20654F”. 





Solo para valientes de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons




 

viernes, 8 de abril de 2016

Nicholas Winton, un ángel en la sombra







Nicholas Winton, un ángel en la sombra




-Sentaos, queridos bisnietos, hoy me siento disgustada. Ha fallecido alguien a quien quería y se lo debo todo.
-¿Quién es? ¿Alguien famoso, bisabuela?
-No, Jack. No era famoso, pero hizo por el mundo más que muchos famosos.
-¡Cuéntanos, bisa! –exclamaron los tres niños a un tiempo, curiosos.
-De acuerdo. Corría el año 1938, y estaba a punto de estallar de la Segunda Guerra Mundial. Nosotros vivíamos entonces cerca de Praga, en un campamento de refugiados. Nos habían obligado a dejar nuestra casa de Praga para encerrarnos en ese horrible lugar, sin agua corriente ni luz, sin colegio, sin nada.
-¿De refugiados? ¿Qué es eso, bisabuela?

-Pues era un lugar en el que vivíamos encerrados sin poder salir de ciertos límites, hoy a ese tipo de sitios se les llama guetos, sin más. Como éramos judíos nos tenían así, y en muchos casos, pasando hambre. En un momento dado empezaron a deportar gente a campos de concentración, y nos llegaban rumores de que en esos lugares mataban a la gente sin piedad, a todos, a hombres, mujeres y niños de toda edad y condición. Nos asustamos. Pero, un ángel surgió de la nada. Mi madre, hasta que nos encerraron en aquel campamento, había trabajado de ama de llaves en casa de un rico potentado checo que quería mucho a toda nuestra familia. Un día el potentado fue a visitarnos le contó a vuestra tatarabuela que había un plan para deportar a todo el mundo de ese campamento a un campo de exterminio, él no se andaba con eufemismos, siempre hablaba claro. Nos asustamos mucho mis tres hermanos y yo, que era la pequeña. Y era cierto, la gente de los barracones de al lado del nuestro fueron sacados con lo puesto una noche, encañonados y metidos en trenes hacia uno de esos campos. Pero nuestro amigo conocía a alguien que estaba intentando que al menos los niños se salvaran, se llamaba Operación Kindertransport. Y ahí fue donde entramos mis hermanos y yo. Era un militar inglés de la Royal Air Force que había decidido hacer algo, se llamaba Nicholas Winton. Tenía una oficina en plena ciudad de Praga, a la que no podíamos ir, pero nuestro amigo el potentado nos ayudó a realizar los trámites. Nos pidió fotos y los datos personales para empezar a tramitar nuestra salida del país por Holanda destino Inglaterra. La única condición era pagar 50 libras para cubrir los costes de una eventual repatriación. Nosotros no teníamos dinero, pero el señor Winton organizó una colecta en Inglaterra y así pudo costear ese gasto. La gente en Inglaterra fue muy solidaria, donaron el dinero y además ofrecieron sus casas y sus familias para acoger a todos los niños que llegáramos y por eso en agradecimiento nunca quise irme de aquí. Este se convirtió en mi país y esta gente en mi familia. De mis padres nunca supimos… solo que los deportaron unos días después, según nos contó el propio Winton. Supongo que los matarían en uno de esos malditos campos.


-¿Y cómo vinisteis?
-En tren hasta Holanda y de ahí en barco hasta Londres. Fue un viaje largo, pero estábamos tan excitados con la idea de empezar una nueva vida y libre en Londres que no nos cansamos mucho. Yo no perdí detalle de todo el paisaje, aquellas dos noches no dormí. Llegamos sin novedad, estuvimos en un centro de bienvenida que Nicholas Winton había abierto para recibirnos y atendernos a nuestra llegada y a los dos días ya teníamos familia de acogida.
-¿Es la misma familia Williams?
-La misma de los que lleváis los apellidos.
-¿Y pudo salvar a muchos niños?
-A 669 niños. Somos muchos los que le debemos la vida. En aquellos tiempos al emprender tan heroica tarea él también puso en riesgo la suya.

-¡Pero nadie lo conoce!
-Porque así de injusta es la vida con algunas personas. Sin embargo hoy hay cientos y tal vez miles de personas que se lo deben todo. Y tuvo una vida larga, 106 años. Fue su recompensa, eso y que la reina lo nombrase sir. Yo le lloraré siempre.
-¿Llegaste a hablar con él?
-Claro, en realidad su empresa la llevaban él, un amigo suyo y unos pocos voluntarios. Hace unos pocos años salimos en la tele para agradecerle unos pocos supervivientes sus desvelos por nosotros en aquellos tiempos. Le dimos una gran sorpresa, no lo esperaba. Lloraba, qué grande. Era una buena persona, decía que se le rompía el alma al ver cómo vivíamos en aquel campamento. Seguro que hoy hay mucha gente entristecida.
-Bueno –dijo la niña-. No estés triste, bisa. Ya vivió mucho, y seguirá viviendo en los corazones de los niños a los que salvó y que hoy son estupendos bisabuelos como tú, y también en los de sus descendientes. Su memoria no morirá.
-Claro pequeña, tienes razón –dijo la bisabuela mientras miraba hacia el cielo y su agradecimiento se escapaba de sus ojos en forma de lágrima.


Sir Nicholas Winton (Hampstead, Londres, GB, 19 de mayo de 1909- Slough, Berkshire, GB, 1 de julio de 2015). Un grande y desconocido de la historia. Tal vez dentro de unos años sepamos de otros Nicholas Winton que trabajan ahora mismo por los niños sirios o los que sufren en otras guerras. Sin conocer a estos héroes de nuestros días, va por ellos. Y por sir Nicholas Winton, of course.






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jueves, 31 de marzo de 2016

¡Solos!






¡Solos!


Los jóvenes, que llevaban varios meses encerrados en una casa provista de cámaras por todas partes, vieron como las puertas se abrían. Nadie les dijo nada, ni de quedarse, ni de salir. Hacía varios días que notaban que algo extraño había sucedido, pues nadie del programa se había puesto en contacto con ellos, cuando antes el trato con la organización era diario. Como decía, las puertas se abrieron solas. Salieron un poco extrañados.

Lo que vieron fuera les dejó sin habla. El pueblo en el que se enclavaba la casa se encontraba inusualmente vacío. Calles sin coches, aceras desiertas, tiendas cerradas. Algunas casas se encontraban en un estado ruinoso, mientras las numerosas aves que solían surcar los cielos de aquella región habían desaparecido. Llamaron a la puerta de una de las casas. Nadie respondió. Se dirigieron a la plaza del ayuntamiento. Nadie. La Casa Consistorial cerrada. Ninguna bandera culebreaba en el balcón principal. Allí se encontraba la comisaría de policía. Entraron para informarse de lo que estaba sucediendo. Nadie, las luces apagadas, los calabozos abiertos. Ningún policía, ni siquiera uno para recoger llamadas de urgencia. La Casa de Salud aledaña. Entraron. Nadie tampoco, ni celadores, ni gente, ni colas en la consulta del médico. Algo extraño había sucedido y no sabían qué era. Ni un alma, ni vivo ni muerto.
Coches aparcados. Abrieron uno y lo puentearon. Decidieron regresar a Madrid. No disponían de teléfonos móviles. En el interior del coche había uno, pero no funcionaba.
Condujeron hasta la capital, y durante el trayecto no se cruzaron ni vieron ni les rebasó ningún vehículo, lo que les extrañó tovadía más. Al ir transitando por la autopista de entrada a Madrid viniendo de Segovia, divisaron el skyline de la ciudad. Las torres Kio destacaban a lo lejos y otros rascacielos en construcción arañaban el azul celeste. Sin embargo algo no iba bien, lo que vieron les obligó a parar el coche en el arcen y bajarse. No dudaron en hacerlo aunque estaba prohibido, pero al verse solos, no dudaron.
El perfil de la ciudad mostraba esos rascacielos destruidos, echando humo. De hecho multitud de volutas de humo salían desde diferentes puntos de la ciudad. Algo horrible habia destruido la ciudad, y ellos habían permanecido al margen de todo en aquella casa, en aquel estúpido concurso.
 
Llegaron a la ciudad. Nadie. Vacía. El holocausto nuclear había hecho acto de presencia, por fin. Se fijaron en un kiosko de prensa. Los periódicos que allí se exhibían tenían fecha de dos semanas atrás, justo cuando la vida abandonó a los humanos. Según las portadas, la debacle fue mundial. Los que habían podido habían huido a refugios subterráneos, los demás habían muerto, pero, curiosamente esas bombas atómicas tenían el poder de desintegrar los cuerpos y su indumentaria en cuanto la radiación les alcanzaba. Por la calle sólo quedaban sus pendientes, anillos y demás abalorios tirados donde probablemente habían caído los cuerpos, pues unas manchas negruzcas como de hogueras apagadas teñían las aceras alrededor de las joyas caídas. Todo se desintegraba, y solo permanecían los componentes metálicos, los bolsos de piel también desaparecían. Las aceras estaban llenas de joyas y monedas, que nadie podría lucir o gastar jamás.
Se asustaron. Miraron alrededor. No tenían a quién preguntar. Madrid vacía como nunca. La Castellana, la Gran Vía, la calle de Alcalá sin coches, sin gente, los árboles quemados.

La escena que Dante hubiera descrito como la antesala misma de su infierno.
Finalmente, el mundo se había acabado, con sus miserias y sus inmundicias. El dolor había desaparecido. Pero la felicidad potencial no. Quedaban dos chicos y tres chicas que se habían topado con ese cambio de golpe, sin estar previamente preparados para ello. Ellos tendrían en adelante la misión de colonizar el mundo. Un mundo repoblado por participantes y seguidores habituales de realities. El futuro de la humanidad en manos de esas mentes empequeñecidas y ahora de vuelta a las cavernas, sin últimas tecnologías, sin luz, sin las comodidades propias del siglo en el que se encontraban.
Y sin embargo, al día siguiente volvería a salir el sol.

(Dedicado a todas esas mentes enfermas que están buscando denodadamente este final: políticos corruptos y sus aliados, empresarios que buscan el beneficio por encima de todo y de todos, predicadores apocalípticos que se frotan las manos ante la posibilidad de negocio, terroristas y fanáticos a los solo les mueve el afán de dinero y poder, y tantos otros buitres que saben sacar provecho de la desgracia ajena… Dedicado también a esos científicos que buscan la forma de salir de este planeta hacia un lugar seguro en el que empezar de nuevo… para que haya una vía de escape cuando esto llegue, que llegará, intuyo, pues lo que sobran son estúpidos dispuestos a pulsar el botón.)





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