Relato: Amarna o el principio de todo
-Saldremos mañana en cuanto amanezca –dijo
Amenofis mientras miraba hacia un horizonte adornado por innumerables tonos de
amarillo.
-Nos buscarán y nos matarán –aseguró Nefertiti,
la esposa del faraón-. Ellos no se van a resignar. Estás haciendo historia,
pero no podrás disfrutar de la leyenda que hoy nace. Se está levantando aire.
Es peligroso cruzar el desierto en estas condiciones.
-Llevan años construyendo el que tras el viaje
que mañana emprendemos se convertirá en nuestro hogar. Un hogar en el que nos
sentiremos seguros. Es maravilloso, querida esposa. Allí llegarán más hijos que
bendecirán nuestra vejez.
-Amarna. Ya. La ciudad de Tebas se ha quedado
pequeña para tus pretensiones. No nos dejarán llegar a la vejez, si crees en
otra cosa muestras una ingenuidad impropia de un faraón. Conspirarán para
matarnos y así restituir el poder a la clase sacerdotal.
-No pretendo más que instaurar la razón. No hay
más dios que Atón, esa bola amarilla que da color a la arena del desierto. No
se necesitan sacerdotes para adorarlo, yo seré el mediador entre el pueblo y el
dios. Nada más. El sol nos da luz, calor, rige las estaciones y nos proporciona
cosechas. Cuando se digna en honrarnos con su presencia trae alegría a los
corazones de los hombres. Se lo debemos todo, y fragmentar la devoción que sólo
a él le pertenece es un acto injusto que
yo califico de…
-…de
lo mismo que los sacerdotes te acusan hoy a ti. Te acusan de herejía y
sacrilegio. Niegas el carácter sagrado del resto de divinidades, esas que han
sobrevivido el paso del tiempo hasta que llegaste tú y te empeñaste en
cambiarlo todo. Podríamos vivir tan felices sin esta locura que has desatado.
Tiembla mi alma de pensar que acabaremos asesinados en cualquier esquina y
tirados en cualquier fosa sin someternos al rito que por realeza nos
corresponde. Eso significa que nuestra muerte, cuando llegue, será definitiva.
Akhenatón y Nefertiti |
-Ya no pueden acusarme de nada, porque Amenofis
ha muerto. Nos espera ya toda la corte para la ceremonia. Hoy me coronan en la
nueva fe con un nombre que saldrá en todos los cartuchos que de mí hablen en
adelante. Seremos Akhenatón I y su esposa Nefertiti, la mujer más hermosa que
el único dios llamado Atón ha otorgado jamás a un hombre.
-¿A un hombre? ¿Acaso no eres tú un dios como tu
condición de faraón hace suponer?
-Sólo
hay un dios, y no soy yo. Las cosas van a cambiar.
Mientras
tomaba de la mano a su esposa, el faraón pensaba. Pero le fue imposible hacerse una idea de cómo iban a cambiar las cosas.
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