Sclerotic
Reflections
Vivían
en un revoltijo, dando vueltas, nadando, mezclándose entre ellas, sin más
oficio que el comadreo, pues no sentían hambre, sed, cansancio, dolor, calor o
frío. Su vida transcurría como en una centrifugadora, y, como tampoco tenían
nada mejor que hacer, al encontrarse en uno de sus múltiples giros al
habitáculo donde se encontraban, ellas hablaban.
-¿Y no quedará nada de nosotras?
-Nada. En cuanto se produzca la marcha, no habrá
vuelta atrás.
-¿Y por qué pasa eso? –preguntó una de ellas con
cara de mareo.
-Porque a veces la persona tiene catarro, o está
triste. Para eso estamos nosotras, para dar lustre a ese dolor o esa
congestión.
-Yo casi prefiero irme por causa del catarro, no
me gusta la tristeza. Soy positiva. Y… ¿sabéis cómo es el otro mundo?
-¿El mundo exterior? No. Nadie ha vuelto para
contarlo. Me temo que no hay forma de saberlo. Dicen que hay mucha luz, más que
aquí, una vez pude ver algo, una línea, como un resplandor en aquella dirección
–señaló con el dedo hacia su izquierda-, pero no podría decir nada más.
-¿Y qué te pasó entonces para ver algo? Desde
aquí no se distingue nada especial.
-Pues… oí la llamada junto con otras compañeras
y nos pusimos en marcha hacia nuestro final. Sin embargo, cuando me tocaba
salir algo pasó. La señal cesó, pero me dio tiempo a ver esa fina línea de luz.
-¿Y cómo era? ¿Cómo la luz que hay aquí?
-No… era resplandeciente, cálida, casi
molestaba. En realidad era bellísima. Duró poco, de repente dejé de verla y
regresé. Nunca podré olvidarla. Nuestro paraíso después de la muerte debe de
ser algo parecido.
-¡Soldados!
¡Firmes! –dijo una voz desde el techo de la estancia-. Prepárense la primera
línea. Hay aviso de shock. ¡Pelotón!
¡A su izquierda! ¡Ar! ¡Marchen!
Todas
formaron raudas a la primera señal, pues llevaban toda la vida esperando el
momento cumbre de sus vidas, el de su final, el sentido para el que habían sido
creadas. Marcharon hacia su izquierda sin variar su dirección aunque caminaban
casi a oscuras, emocionadas, en silencio absoluto. De repente sintieron unas
ligeras sacudidas, se notaba que la persona se encontraba en una situación
difícil. El grupo se estrechó y la fila pasó a ser de a dos. Poco a poco cada
pareja de formación se iba tirando de la mano como en un tobogán, en cuanto
recibían la señal de hacerlo. Y al cumplir la orden de arriba, la luz se hacía
de repente ante ellas, una luz total, que lo abarcaba todo. Todas se quedaron
boquiabiertas al ver el panorama que ante ellas se extendía: el mundo.
La
mujer se encontraba ante una pequeña montaña de flores y velas encendidas
apoyadas alrededor de una fuente. Había miles de personas que hacían lo mismo.
Sollozaban por París.
Los
ojos de la mujer se abrieron de improviso: las lágrimas saltaron de sus ojos y
resbalaron hacia una de las velas cuya luz parpadeaba en el suelo junto con
otras miles.
Habían dado su vida para ayudar a la mujer
a desahogar su dolor. Y su nueva existencia transcurriría rauda, apenas dos
segundos hasta caer al suelo o en algún otro sitio. Sólo que ellas no lo sabían,
no sabían qué había sucedido en aquel lugar. Sólo sabían que el sentido de su
vida era aquel deslizamiento, y para ello habían entrenado en la escuela que
había constituido su anterior vida.
Pero todas ellas disfrutarían de aquella
visión, aquellos aromas, aquellos sonidos, el tacto cálido de aquella piel. Su
brevedad les merecía la pena, porque se llevaban la visión de un mundo
inesperado y breve.
Siempre me pregunté de qué hablarían las
lágrimas.
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