LUCECITAS
VERDES
SOBRE LAS COPAS DE LOS ÁRBOLES
Unos cuantos subíamos por la pared
desvencijada de un edificio casi en ruinas. Poníamos los pies encima de los
salientes de madera de las toscas ventanas, no se me olvida, pintadas todas de
verde, la pintura saltada, la sensación de que allí hacía tiempo que no vivía
nadie. Tiestos con restos de plantas resecas, cables de televisión y teléfono
inservibles, subíamos aquello sin pararnos a respirar, mirando hacia abajo
y viendo que lo de abajo se encogía, mientras lo de arriba parecía no
terminarse nunca.
Al cabo de varias horas de escalar aquella fachada, llegamos a una azotea, y de ahí a la escalera, abrimos la puerta de la que resultó ser mi antigua casa. Un hombre abrió la ventana de la cocina. Delante de mi casa florecieron de la nada miles de plantas de todos los tamaños en frondoso bosque. Se hizo de noche mirándolo.

Entonces me tiré. Y me pasó lo mismo, planeé en dirección hacia los árboles y de mi vientre salían despedidas miles de chispitas verdes como
fuegos de artificio que llamaban al cielo anochecido a un espectáculo improvisado.
Sentí un calor muy agradable, y una inmensa felicidad en mi primer vuelo, en
medio de luces de fiesta, de bocas abiertas, de comentarios de acera. Al diablo
con todo.
Puedo volar.

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