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miércoles, 5 de agosto de 2015

lady relatos: El mismo cadalso

Relato: El mismo cadalso


Cuentos y relatos sobre la Revolución
-Nicolas-Jacques Pelletier, por el poder que nos concede el pueblo, este tribunal le condena a la pena capital mediante el procedimiento de la guillotina. La pena se cumplirá mañana a mediodía en la Plaza de la Revolución.
La gente exclamó de gozo. Por fin un entretenimiento en las largas y grises jornadas de París, y además sin coste para el pueblo. Todos regresaron a sus casas felices, salvo el propio Pelletier. Se trataba de un asaltante de caminos que se buscaba la vida en las bolsas de los poderosos que recorrían las rutas del país en sus lujosos carruajes. Si hubiera desarrollado su actividad en callejas de la capital no habría sido detenido con tanta celeridad, pero, como molestaba a la nobleza, enseguida dieron con él. Y es que no podía permitirse ese libertinaje entre las masas de la nueva Francia. 

Nicolas fue devuelto a la celda encadenado y encerrado en un lugar infecto de dos por dos metros, con el suelo cubierto de paja, paredes desconchadas que dejaban ver sus vergüenzas y ratas que iban y venían a su antojo. Se dejó caer en el suelo, abatido por la noticia. Le quedaban sólo unas horas de vida. El miedo se fue apoderando de él poco a poco. Sudaba copiosamente y temblaba de forma apenas perceptible. Sus ojos lloraban, apenados y temerosos de lo que estaba por llegar. Miraba hacia el alto tragaluz a través de cuyos barrotes podía adivinar el azul del cielo, que poco a poco se fue volviendo gris. Entonces un soldado golpeó el pequeño ventanuco de la puerta de la celda que se abría a la altura de los ojos. Alguien quería hablarle.
Cuentos y relatos sobre la guillotina y Guillotin
-Usted no me conoce. Soy Joseph Ignace Guillotin. Soy médico.
-No necesito médicos. Necesito un milagro. Mañana me ajustician –contestó el reo.
-Lo sé. Estuve presente en la lectura del veredicto. No voy a juzgar si usted lo merece o no, pues ha sido el tribunal el que ha estudiado su caso. Estoy aquí por otra razón.
-No tengo ganas de aguantar a señoritingos remilgados el día antes de mi muerte.
-Soy el que ha recomendado a las autoridades el uso de la guillotina. Es un medio de ejecución limpio y rápido. No se enterará de nada.
-¿Y ha venido hasta aquí para decirme eso? ¿Qué voy a morir usando un invento suyo? ¡Pues ya puede marcharse por donde ha venido!
-No es un invento mío, viene utilizándose en otros países de Europa desde hace siglos. En condiciones normales podrían ejecutarlo mediante desmembramiento.
-¿Y qué?
-Pues que resulta muy doloroso. Los rictus de los rostros de los ejecutados de esa manera no dejan lugar a dudas, el último momento de un desmembrado es de un dolor indescriptible. La otra opción es la horca, y créame, si por cualquier causa tiene la desgracia de no romperse el cuello al caer cuando se abra la trampilla, le esperaría media hora de pataleo antes de expirar. Una terrible agonía, sin duda. El hacha no es mejor, a veces el verdugo no es muy diestro y tarda varios golpes en conseguir cumplir la sentencia, con el correspondiente dolor del reo que espera.
-O sea, que ha venido a buscar… ¿el qué, entonces? ¿Mi bendición ante su idea de acortar ese momento?
-Sepa que será el primer ajusticiado por guillotina desde que comenzó la Revolución. Y no estará solo. La plaza aparecerá llena de gente, y un dibujante del tribunal captará el momento para la historia. Todo el mundo le recordará.
Cuentos y relatos sobre la Revolución y lo de después-¡Maldito privilegio! ¿No cree? –contestó el condenado-. Me parecería mejor si en vez de haber inventado un aparato para  “matar bien”, idease algo para acabar con el hambre de las gentes sencillas, y así no necesitar probar su maravilloso invento. ¡O que ajusticiasen a todos esos remilgados de pañuelo en meñique que viven a todo trapo a costa de los pobres que apenas pueden comer a diario, y aún así viven atenazados por impuestos que no pueden pagar para mantener a tanta enagua de seda! ¿No le parecería más práctico?
-No es mi trabajo ocuparme de los problemas sociales, pero voy a confesarle un secreto que tal vez le anime un poco, acerque la oreja, no quiero que nadie más lo sepa. Se lo cuento sólo para que vea que no sólo se trata de un instrumento que ajusticia pobres. Y se lo contaré sólo si jura que no lo revelará.
-Bueno, no tengo nada que perder –dijo.
El hombre se acercó al ventanuco, y el médico le dijo algo que mudó de asombro la expresión del rostro del desgraciado. Incluso soltó una carcajada como nunca se había oído en aquella cárcel.

Al día siguiente a mediodía, cuando Nicolas subía la escalera del cadalso sobre el que descansaba la guillotina, miró hacia la atestada plaza y habló de modo que los que estaban cerca apenas acertaron a entender: “¿Así que los insignes señores de Versalles serán los siguientes en poner sus cabezas donde pongo yo ahora la mía? ¡Cuánto honor, igualado a ellos en el último suspiro!” El verdugo le conminó a callarse extrañado de la tontería que acababa de oír de boca de alguien que se encontraba en sus últimos momentos de vida. Pero Nicolas-Jacques Pelletier siguió riéndose hasta que la cuchilla cercenó su cuello y su cabeza cayó en el cesto. La expresión de risa de aquel desgraciado fue motivo de comentarios en todo París, nadie lo había entendido. Sólo alguien y que había asistido a la ejecución para comprobar la efectividad del nuevo instrumento de justicia había entendido aquella reacción y de la cual no podía hablar: el doctor Guillotin.



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-La aparición. Cuento corto que trata sobre una sobrecogedora aparición que lleva sucediendo desde siglos atrás. La acción ocurre en el sugestivo paraje de Las Médulas.
-Almas de seda blanca. Relato que sucede en el Palacio de Versalles; con un pequeño Mozart como principal invitado.


Llicència de Creative Commons
El mismo cadalso de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

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