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jueves, 14 de julio de 2016

Asco de sí mismo




Asco de sí mismo


Las fiestas patronales habían vuelto tercamente, como cada año. La pequeña ciudad de provincias se preparaba para la sucesión de festejos que tendrían lugar a lo largo de siete días. El plato fuerte, como siempre, era la suelta de vaquillas, a la que era obligatorio acudir disfrazados. De hecho todo el mundo se disfrazaba, tanto los que corrían delante de los animales, como los que preferían ver el festejo sin más. Las vaquillas en realidad no eran tales, sino disfraces muy bien pertrechados con personas dentro que simulaban carreras, cogidas y faenas entre aficionados con muletas. Pero la simulación era tan perfecta que en la ciudad se congregaban miles de personas para ver pasar a los corredores y a las falsas terneras.

Los días pasaban entre verbenas, exposiciones, carreras de coches, festivales gastronómicos y chapuzones en la playa fluvial para alejar el habitual calor de agosto. Todo parecía ir bien, hasta que se produjo algo que se estaba extendiendo por toda la geografía mundial, y con la globalización había llegado a aquella pequeña ciudad de provincias.


Carrera de falsas vaquillas. Todos disfrazados. Todos. Todas. Se hizo la noche tras la carrera que transcurrió sin novedad, divertida, como siempre, y subida a la red y muchas veces compartida para solaz y sonrisa de cualquiera que viera esas imágenes. Los bares atestados, ninguno de sus parroquianos estaría en condiciones de coger el coche. Ni de razonar. Ni de pensar más que en satisfacer sus bajos instintos.
Eran seis. Tomaron a una chica también disfrazada que caminaba por una calle de un barrio periférico y que trataba de llegar a su casa, una travesía solitaria en aquel momento, pues coincidía con la hora en que todos estaban ya cenando aprovechando el parón de la orquesta para tal fin. La llevaron a empujones a un callejón. La toquetearon unos mientras otros la sujetaban para que no tratase de huir. Otro le ató su pañuelo rojo en la boca para que no gritase. Allí, en medio de aquella oscuridad y sobre el suelo sucio de todo tipo de basura abandonada de años, los seis desahogaron en ella sus bajos instintos, uno detrás de otro. Cuando terminaron discutieron sobre qué hacer con ella, si dejarla ir, o matarla para evitar la denuncia. La chica se encontraba exhausta, casi sin conocimiento, rebosando fluidos, temiendo un más que posible embarazo.

 El grupo decidió irse y dejarla vivir, porque como iban disfrazados, la joven no podría o no sabría identificarlos. Suponían que la joven estaba tan bebida y tal vez drogada como cada uno de ellos.
Cuando uno de los jóvenes llegó a casa al amanecer, extrañamente sobrio tras un desayuno fuerte antes de llegar a dormir, se encontró con un panorama que no esperaba. Su padre se encontraba abrazando a su madre, que lloraba desconsoladamente.
-Julio, te estábamos esperando, queríamos contártelo nosotros. A tu novia esta noche la atacó un grupo de seis hombres, han llamado sus padres por si tú sabías algo… La encontraron aquí cerca en un callejón, amordazada, y con signos de haber sido violentada –el padre tragó saliva, mientras los ojos se le anegaban de lágrimas.

-¡No puede ser! Ella ayer se fue con su peña de amigas. Qué horror. ¿Y cómo está?
-Nos íbamos al hospital, nos acaban de llamar hace como una hora. Si quieres venir con nosotros, ven.

A Julio se le erizó todo el pelo de su cuerpo. No podía ser. No podía ser ella. ¡Él había maltratado, vejado, golpeado y violado a aquella joven con especial saña! Decidió ir para asegurarse de que no se trataba de ella.
Pero sus temores se hicieron reales cuando la vio. El terror se apoderó de él. Era ella. El disfraz descansaba sobre una silla.
Fue lo último que hizo. Salió del hospital sin decir nada, llegando a un descampado que precedía a un espeso bosque, corriendo como un loco, gritando, llorando, maldiciendo su mala suerte, mientras un pensamiento le machacaba la cabeza: “Tendrás lo que te mereces, eres un degenerado, y has violado a tu chica”.
Encontraron su cuerpo balanceándose en un árbol, su cuello rodeado de una soga que le robó el último hálito, pues había destrozado a quien más quería, y no se sentía con fuerzas para dar la cara por una fechoría de semejante calibre. La muerte le pareció suficiente castigo. Pero para ella, desde que supo la verdad, pues la verdad se acaba sabiendo sobre todo en una pequeña ciudad de provincias, nunca sería suficiente, pues los recuerdos la atormentarían el resto de su vida. Hubiera preferido para él una cadena perpetua, para que tuviese tiempo de meditar y sufrir por el daño infligido, sabiendo que solo muerto abandonaría aquellas paredes. Eso podría haber compensado un poco, solo un poco, lo vivido aquella aciaga noche.


Moraleja:
Existen algunos “hombres” que son incapaces de aguantar la visión de una mujer sin tratar de violentar su libertad. Esos no son hombres. Los hombres de verdad tratan a las mujeres con respeto en todo momento y en todos los órdenes de la vida. Conocen y respetan el significado de la palabra NO. Los demás son, sencillamente, basura. El típico macho hipócrita que mataría por defender a su madre y hermanas, pero que no tiene reparos en destrozarle la vida a cualquier otra mujer. Trogloditas a los que les tiemblan las carnes porque peligra su estatus presunta y falsamente superior. Críos con mucho músculo pero poco cerebro.
Un día, la mujer despertará. Y ninguno más se atreverá a robarle la dignidad.


Dedicado a nosotras, potenciales víctimas.




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