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jueves, 9 de enero de 2020




¡Hola amig@s!

He regresado con una nueva obra, que pongo a vuestra disposición. Se trata de mi último libro, una historia llena de historias, un libro de aventuras en un contexto histórico muy diferente al nuestro. Se desarrolla hace dos mil años, en Bergidum, el actual Bierzo, en el entorno del paraje de Las Médulas... en la antigua Gallaecia, y en Stonehenge, el célebre templo ubicado en el Reino Unido.

Imaginaos, los romanos están sacando el oro de Las Médulas, y en ese entorno el pueblo astur -que no celta como muchos creen- trata de sobrevivir a la romanización. Norenia es una niña a la que se le dan bien las plantas y cómo administrarlas para curar enfermedades y atajar o evitar infecciones en heridas. Lleva una vida normal para la época, hasta que un incidente traumático le lleva a marcharse, en un viaje iniciático en el que buscará el sentido de su vida. Pensad en lo arriesgado de la empresa, una mujer sola por aquellos montes, a merced de fieras y ladrones, de pícaros y de pueblos distintos al suyo, pero con los que guarda semejanzas. En ese viaje conocerá a personas que van  a influir en su vida y a ayudarle a conseguir su propósito, aprender medicina en un lugar contrastado: la escuela de druidas de Stonehenge, donde vivirá grandes aventuras.

Los historiadores dicen que nunca en el mundo astur hubo druidas, pero yo he creado una, que me ha llevado a investigar y aprender sobre esos pueblos para ofreceros hoy una historia que desde el primer párrafo me fascinó. Ojalá me contéis qué habéis sentido y que os ha gustado. 

Si lo que os cuento ha avivado vuestra curiosidad, aquí os dejo el enlace donde puede adquirirse el libro:



Muchas gracias por estar ahí.










jueves, 24 de noviembre de 2016

Hasta el último minuto




 
Hasta el último minuto





-Maruja, no te escucho nada bien –aseguró Rafael, mientras el arcaico teléfono hacía ruidos que impedían entenderse-. Te decía que he sabido por casualidad que tu nombre figura en una lista negra como si fueras una delincuente. No me gustó nada el asunto, corres peligro.

-Ya, las líneas están saturadas y se acoplan continuamente. No te preocupes por mí. Llamo para despedirme. Debo abandonar mi tierra, lo sé, tengo un contacto en el Ministerio del Interior que me ha avisado. Lo haré mañana temprano. Las maletas están preparadas para salir de urgencia. En realidad llevan hechas unos días, pues la situación se está agravando a ojos vista. Lo esperaba.
-¿A dónde irás?
-Creo que están preparando una ruta alternativa por los montes de Orense para salir hacia Portugal, pero no puedo darte más datos, es mejor que no sepas nada. No quiero pensar que pudieran estar escuchando esta conversación.
-No lo creo, tranquilízate, pero es mejor que no pierdas el tiempo. Sal de ahí cuanto antes. La guerra es ya un hecho imparable y las detenciones no es que sean inminentes, ya han comenzado.

-Me va a costar alejarme de mi tierra mientras los usurpadores del poder permanecen aquí destruyéndolo todo y a todos. No hay derecho.
-No dispones de más opciones si quieres librarte de la cárcel, están empezando a detener a todo el mundo que no responda o no se pliegue a sus postulados. Y en la cárcel no suelen estar mucho tiempo cuando se ratifica la tendencia a la izquierda de los sospechosos.
-Los asesinan. Ya. No quiero morir, amigo poeta. No todavía. Aun tengo mucho que pintar. Dime que todo va a ir bien, necesito oírlo.
-Todo irá bien, querida amiga, ánimo. Te espero aquí, en Nueva York. Podrás exponer. Yo me ocuparé de todo.
-Antes paso por Buenos Aires, se han llevado casi todos los cuadros ya para exponer allí, en realidad en este piso no quedan más que un par de sillas viejas y un camastro. Permaneceré allí unos meses y luego iré a verte. Ya charlaremos de esa exposición. No estaría mal.
-Ten mucho cuidado, Maruja. No quiero que tu talento se pierda por una mala caída o algún imprevisto.
-No te preocupes, seré cauta. Tengo que colgar. Salgo de aquí a pasar la noche en otro sitio, no quiero ser rastreada.
-Haces bien, buen viaje, cara amiga. Un abrazo. Te espero.
-Adiós querido, adiós, adiós.
Maruja y Rafael colgaron ambos al mismo tiempo. Cuidaban de esta amistad desde hacía demasiado tiempo para perderla por un cambio de régimen que ninguno de los dos aprobaba. Hay asuntos que valen más que eso. Él, afamado poeta que entonces no se encontraba demasiado bien ni de dinero ni de salud, lo que le llevaba a deprimirse con facilidad, de apellido Alberti. Y ella, una pintora reconocida en el mundo, pero desconocida en España, que apenas llenaría una pequeña reseña en los libros de historia, pero cuya obra fue muy valorada dentro del surrealismo. Su nombre: Maruja Mallo.
Se movía en el círculo de colegas como Picasso, Magritte, Miró… o poetas como Breton o Alberti, al que le unió una larga amistad. Triunfó en países como Francia, Argentina, Estados Unidos o Reino Unido. Aquí no olvidamos jamás nuestro carácter cainita hacia todo lo español, y más proviniendo de mujer y además de izquierdas, y no se le reconocieron sus méritos artísticos hasta muchos años después, poco antes de su muerte acaecida en 1995.
De justicia es revisitarla y traerla al presente. Va por ella.



Hasta el último minuto de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons  




viernes, 18 de noviembre de 2016

Coly Breeh





Coly Breeh




Se hizo de noche. La joven caminaba despacio, mirando hacia todos los lados, sentía el frío del anochecer y algunas miradas puestas en ella. Regresaba a casa tras un día de instituto agotador. Sabía que no estaba sola, en ese camino entre árboles nunca lo estaba. 

Las sombras se alargaban a medida que ella iba avanzando. Los árboles se estiraban para hacer que la penumbra se espesara, y así disuadir a otros de tomar aquel atajo. Graznidos, rugidos, ladridos, aullidos. Todo eso se oía. Y entre todo eso, un cri cri cri mezclado con llanto. Y entre ese llanto, más cri cri cri mezclado con graznidos, rugidos, ladridos, aullidos. La chica recorría todos los días ese mismo camino pues por él se ahorraba veinte minutos entre clase y casa. Sus amigas vivían en otros barrios de la ciudad, por lo que siempre hacía el mismo recorrido ella sola.
Un día los cri cri cri se convirtieron en suspiros. Mery, que así se llamaba la joven, se paró cuando los escuchó. Miró bien a su alrededor, pero no veía quién podía encontrarse allí aparte de ella misma. Echó a andar, pero los suspiros arreciaron. Entonces ella lo vio. Se trataba de un pequeño ser de sexo aparentemente femenino, de blanco y largo vestido, que no abultaba más que una salchicha pequeña. El ser se mantenía en el aire merced a unas pequeñas y transparentes alitas que se movían tan deprisa que resultaba imposible contar sus aleteos. 

-¿Qué eres? –preguntó la joven.
-Soy Coly Breeh, espíritu de las aves pequeñas. Cuido de ellas, las ayudo. Soy uno de los suyos –dijo suspirando.
-Hola Coly Breeh, yo me llamo Mery. ¿Eres un hada? No te haré daño, al contrario, me fascina verte. ¿Qué te pasa?
-Mi vestido… me he enganchado con esas ramas y se ha roto. Necesito uno nuevo, o mis compañeras no me reconocerán al regresar a casa al amanecer. Nos exigen ser cuidadosas con la ropa, pero yo soy tan despistada y patosa, que me van a abroncar. No me libraré.
-Bueno… tal vez yo pueda hacer algo. En casa tengo vestidos de muñecas con las que ya no juego, pero a ti te sentarían de maravilla. No los necesito. Si me sigues, te los daré.
-De acuerdo. Te seguiré, pero si veo humanos, me esconderé. Ellos no deben verme. Y tú no debes contar a nadie que me has visto. Ni siquiera para aumentar tu baja popularidad.
-¿Cómo sabes eso?
-Fácil. Todos los días vienes por aquí tú sola. Nunca te acompaña nadie. No tienes demasiados amigos.
-Es cierto. No soy muy sociable, y mis pocos amigos viven en la dirección opuesta. ¿Si yo te ayudo me ayudarás a mí a arreglar mi problema?
-Sí, pero vamos ya. Se hace muy tarde para ti.


Caminó sola, mientras el hada la seguía ocultándose entre hierbas y árboles, volando incansable. Llegaron a la casa. Su madre no se encontraba en ella en aquellos momentos. Mery entró y el hada la siguió hasta su cuarto. Allí abrió un armario de muñecas, lleno de ropa de todo tipo. Coly Breeh se mostró sorprendida y a la vez encantada con aquel espectáculo.

Sin embargo, la joven era humana y por ello crecía en ella el germen de la abyección. Su baja popularidad en el colegio había encendido en ella la llama de la maldad, la traición se instaló en su corazón. Decidió otro destino para el diminuto espíritu del bosque. Mientras veía al hada revoloteando entre los vestidos y escogía uno blanco de fiesta muy largo y amplio, la encerró en un tarro de conservas vacío. Cerró la tapa. Ya tenía argumentos para que todos le hicieran un poco de caso al día siguiente. El ser miraba a la joven desde dentro sin rebelarse, en realidad no lo necesitaba, solo pensaba en la pena que le daba la pobre chica. Sin embargo en el mundo natural la traición se paga cara.

Tratar de cazar un hada es imposible. Cuando al día siguiente la madre entró en la habitación de Mery para despertarla, ahogó un grito cuando vio lo que allí había sucedido. El armario de los vestidos de juguete se encontraba vacío, la habitación lucía revuelta, la ventana abierta de par en par con las cortinas volando al viento, y su hija dormía, pero su tamaño había disminuido hasta el del hada, que había huido con su botín.

Mery era la cazadora cazada. Y es que entre otros poderes, las hadas pueden ver las intenciones de los humanos y anteponerse a ellas. Y ella necesitaba aumentar su popularidad, lo que puso a Coly Breeh sobre aviso.


Método inadecuado. Aviso a transeúntes de bosques y zonas solitarias: no molestes al espíritu del bosque, aunque él se muestre ante tus sorprendidos ojos.





Coly Breeh de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons






viernes, 11 de noviembre de 2016

En algún lugar del multiverso





En algún lugar del multiverso





Curioseaban mientras sus espíritus revoloteaban alrededor del candidato.
-Observa, Heinrich, mi trabajo está dando sus frutos; míralos, pobres diablos, que elevan al poder a uno de mis cachorros más entusiastas. Y los que vendrán después. Debo decir que siento una profunda emoción que hace tambalear mi psicopatía, casi siento empatía por mis valientes.

-Siempre te dije que bajar el nivel en los colegios era fundamental para conseguir nuestros fines, Adolf. Funciona a largo plazo, ya lo estamos viendo.
-Estamos de acuerdo. Pero míralos, cómo unos se llevan las manos a la cabeza, mientras otros disparan sus rifles al aire para celebrarlo. Todo me lo deben a mí, que he sido el compositor de la ideología que más está creciendo en el mundo.
-Aumenta a ojos vista, führer, es imparable.
-Sí. Es maravilloso, Heinrich. Los siguientes que nos glorificarán serán los franceses. Vámonos ahora, dejemos que se preparen para la gran guerra. Sin duda será la última.
Los espíritus abandonaron el salón del hotel neoyorquino donde se celebraba la victoria del candidato republicano.
Amenaza cumplida. No hay lugar al que huir ni sitio en el que esconderse. El reloj del fin echó a andar, tras años esperando su turno. Entonces regresaron las palabras del poeta:
“El futuro es incierto y el fin siempre está cerca”.


Pongo mi mano en el alma y cierro los ojos a este escenario infame.

Dormir, tal vez soñar con otra realidad libre del odio y la sinrazón.





 

En algún lugar del multiverso de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons  





sábado, 5 de noviembre de 2016

Los caragachas





Los caragachas




Caragacha: Dícese de la postura que adoptan los individuos que miran sus dispositivos móviles aislándoles de la realidad. (De la unión y apócope  de “cara” y “agachada”).
La gente se agolpaba delante de la puerta de la casa. La mujer gritaba, lloraba, se desesperaba mientras la policía intentaba cumplir con su trabajo: echar de su casa a la mujer y a sus dos hijos pequeños, tan pequeños que ambos cabían debajo de un cesto. Y los de asuntos sociales también se encontraban allí, para llevarse a los niños con ellos a un centro de menores.

Todo comenzó cuando una crisis económica terrible había asolado la zona, de tal manera que si entraba un sueldo en una casa aunque fuera bajo, era motivo de felicidad, la justa para ir tirando. 
Sin embargo, a pesar de los problemas económicos que afectaban a todos, las tecnologías móviles se extendían cual virus por todo el planeta, y eso había traído mucho dolor a la sociedad, tanta, que la mujer vio irse a sus hijos y echó a correr tras el coche, pero, al comprender que los había perdido, decidió arrojarse por un una pasarela cercana. Nada se pudo hacer por ella. Pobre.

Un año antes, la mujer y su marido viajaban en moto por una de esas carreteras secundarias de la España profunda, cuando un coche pilotado por un joven distraído, chocó con ellos frontalmente. 
El marido falleció en el acto y la mujer fue ingresada con graves heridas, de las que tardó meses en recuperarse. Pero los problemas no habían hecho más que comenzar: la única entrada de dinero llegaba a través del trabajo de su marido, con el que ya no podría contar, y ella no encontraba nada desde hacía años. 
Como consecuencia de esa situación, la joven mujer y sus hijos habían dejado de pagar la hipoteca, y aquel día iban a desahuciarlos, y, de rebote, a perder la custodia de los pequeños. Su vida dejó de tener sentido, ni siquiera se planteó luchar por recuperarlos, pues su situación, sin familia ni amigos influyentes, la abocaba a una vida sin techo. 

El banco no podía esperar, qué penita dan los bancos, tan pobres ellos, que no pueden sobrevivir sin su puntual cuota mensual sacada del sudor ajeno, recibos hijos de la usura y el dolor, la privación y las ilusiones logradas a duras penas. La vida al día, al borde de la exclusión, sustento obtenido del lomo esclavizado en que se convirtió la vida del proletario.
En el juicio del accidente algo llamó la atención de los medios de comunicación estatales: el joven del coche iba interactuando con su móvil mientras conducía.
Los caragachas cuestan vidas por su adicción malsana y nunca admitida.
La ruina no de algunos, como de esta familia de ficción, sino de muchos y en la vida real, lágrimas tecnológicas, ojos ahogados en llanto.

Sois una terrible desgracia para la sociedad, hijos de la manipulación, la inmadurez y la impaciencia.


Dedicado al individuo que casi nos mata hace poco más de un mes cuando viajábamos en nuestra moto, mientras como típico caragacha iba mirando a su interesante y muy importante pantallita en vez de a la carretera en una vía comarcal, y que invadió nuestro carril a la salida de un cambio de rasante que terminaba en curva. Todavía me invaden sudores fríos, no de ficción, sino reales. Aquel día nacimos de nuevo. 

Desde entonces mi móvil se ha convertido en un mero instrumento de uso esporádico, no en un fin en sí mismo. Lo que debería ser. Y punto.
Nada es más importante que la vida.




Los caragachas de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons




viernes, 28 de octubre de 2016

Nuela, la de las flores





Nuela, la de las flores



Iba una mujer paseando con su nieto de seis años por la parte antigua de la ciudad. El niño se fijó en un nuevo elemento que habían instalado en medio de la plaza del Ayuntamiento. Se trataba de un grupo escultórico de bronce que representaba a una anciana rodeada de niñas a las que ofrecía flores. El niño se paró a mirar el grupo escultórico, sin saber bien qué significaba. La abuela le secundó, esperando una pregunta inteligente de su nieto.

-¿Quiénes son estas personas, abu?
-Son Manuela Gonzálvez y unas niñas. Detrás de esas esculturas hay una historia, ven, vayamos a ese banco a sentarnos un rato y te la contaré.
El niño obedeció encantado, adoraba que los mayores le contasen historias. Se sentaron, y la abuela comenzó a hablar.
-Manuela nació aquí en nuestra ciudad, en una familia muy sencilla, sin casi posibles, pues su padre era zapatero remendón y su madre limpiaba casas. Entre los dos míseros sueldos apenas hacían uno de la época. Hablamos de 1941, en plena posguerra. El hambre era una constante sobre todo en las ciudades. Aquí no fue distinto. Muchas familias lo estaban pasando mal, aunque la de Manuela resistía. Sin embargo, un mal día la desgracia llamó a su puerta: su padre fue atropellado por un tranvía y falleció. Y con él se esfumaba la entrada de dinero más importante en la casa, por lo que Nuela como la conocían en el barrio, que por entonces tenía doce años, tuvo que dejar el colegio y ponerse a trabajar. La florista del barrio se apiadó de ella y la contrató para vender ramitos de flores por la calle y ayudar así al negocio también lejos de la tienda. Nuela vendía mucho y bien los ramitos de flores de diferentes tipos a los viandantes que se encontraba por la zona antigua, y la dueña de la floristería estaba muy contenta con ella. Normalmente vendía tres cestas grandes de ramitos al día, lo que estaba muy bien, pensando en que la carestía de la posguerra alcanzaba a casi todo el mundo que con ella se cruzaba cada día por la calle. 

Una de aquellas jornadas en las que el mal tiempo dominaba la vida cotidiana, Nuela avanzaba con dificultad, pero no cejaba en su empeño, y a cada persona que veía ofrecía su mercancía. Entonces vio a unas niñas llorando y les preguntó qué les pasaba. Las niñas, que eran cuatro y la mayor tenía ocho años, le dijeron que su madre estaba muy enferma pero que no tenían dinero para pagar los medicamentos que podían curarla. Nuela se apiadó de ellas, y las acompañó a su casa, que se encontraba cerca. Se trataba de un piso desvencijado con las ventanas rotas, pero limpio y ordenado en su pobreza. La madre yacía en su cama. Una de las niñas se acercó para decirle que tenían una visita. Nuela se acercó con respeto y ofreció un ramo a la madre.
-No puedo pagárselo, pero gracias.
-No me ha entendido. Le regalo este ramo. Lo pondré en ese jarrón. Ahora tengo que irme, pero regresaré con ayuda.

Le tocó la frente y ardía. Se despidió y salió de allí rápidamente. Si se daba prisa igual podía encontrar la farmacia abierta. Al cabo de un rato regresó a casa de la enferma y dejó sobre la mesa una bolsa de papel con la medicación que le había sugerido el farmacéutico. También dejó un paquetito de pasteles que pensaba que les iba a ayudar a quitar el hambre aquella noche. Se dio cuenta de que había gastado el dinero que había conseguido vendiendo flores en aquel acto de amor al prójimo. Entonces tuvo miedo y decidió que la floristera no supiese lo que había ocurrido con su dinero. Resolvió buscarse la vida para que al regresar a la tienda la jefa no sospechase nada. No se le ocurría cómo arreglarlo, cuando se le encendió la bombilla. Haría algo distinto que tal vez le ayudaría a salir del paso. Se acercó al museo más importante de la ciudad, y, una vez situada al lado de la puerta principal comenzó a cantar, dando grandes voces, no entonaba bien, y su voz carecía de todo matiz. Resultaba desagradable escucharla y cualquiera hubiera dado cualquier cosa porque aquella criatura hubiese cerrado la boca. Sus voces llamaron la atención de la policía, que la detuvo al instante, pues existía una ley que prohibía mendigar. Pero, cuando se la llevaban, una mujer muy bien vestida que salía de aquel edificio paró la acción de los agentes, que obedecieron sin rechistar.


-¿Quién eres y qué haces aquí? -preguntó la mujer a la niña.
-Me llamo Nuela y necesito dinero para ayudar a una familia que lo está pasando mal.
-¿La tuya?
-No. La mía lo pasa mal, pero menos que otras. Gasté lo que había sacado vendiendo flores para ayudarla, y ahora no sé cómo hacer para reponerlo. La florista se enfadará y me despedirá.
-Se me ocurre algo. Ven. Vamos a esa floristería de ahí enfrente.
Entramos en la tienda de la competencia y la mujer sacó una billetera. Llenó la cesta de ramitos para que Nuela no tuviera que ponerse a cantar, y le dio además unos cuantos billetes que ella guardó agradecida. Nunca supo quién era la mujer que le había ayudado. Ese día Nuela vendió todo el contenido de la cesta de tal modo que cuando regresó a la floristería llevaba todo el dinero y más. Le dio a la florista lo que le correspondía y guardó el resto. Luego fue a casa de la enferma y le dio todos los billetes menos uno, que se guardó para su propia familia. 

-Así podrá pagarse toda la medicación hasta que se cure. Luego se pondrá a trabajar y ya no pasarán más hambre.
Así fue. La madre se repuso, volvió a trabajar y esa familia salió adelante.
Después de ese día la niña ayudaba a todas las familias de los niños que veía pidiendo o llorando por la calle. Buscaba la forma de reponer el dinero, unas veces limpiaba los escaparates de las tiendas a cambio de una propina, otras veces ayudaba a gente mayor a cruzar las calles, otras se ofrecía para limpiar a fondo un negocio a cambio de algo de dinero que servía para reponer el conseguido y gastado en caridad proveniente de la venta de las flores. Hasta descargó mercancías en un puerto seco de camiones cercano, despertando la admiración de los allí presentes por su gran fuerza de voluntad. A todos los que ayudaba les regalaba un ramito. Por eso se le conocía como “Nuela, la de las flores”. Nunca dejó la floristería porque eso le aseguraba un sueldo pequeño con el que poder ayudar. Se apresuraba en vender dos cestos de mañana y uno de tarde de forma apresurada para poder disponer de todo el tiempo libre posible después, porque en esa otra jornada laboral complementaria podía pasar de todo, tanto conseguir el dinero para reponerlo, como todo lo contrario. Pero ella tuvo suerte. Era tan dispuesta y trabajadora, y sus intenciones eran tan sanas, que pasó muchos años ayudando, hasta que las cosas mejoraron y ya no se veía tanta desgracia por las calles. Cuando la floristera falleció le dejó el negocio a ella, que desde entonces ya no necesitaría trabajar en otros lugares para seguir ayudando, entonces iba directamente a las casas de los necesitados y actuaba según cada situación. Les daba dinero, apoyo psicológico y ayuda para encontrar trabajo. Poco a poco se hizo mayor y no hace mucho, apenas cinco años, murió. Entonces toda la gente a la que ayudó con los años y que fue mucha, solicitaron del Ayuntamiento un homenaje a quien lo dio todo por los demás, y erigieron esa escultura tan bonita.


-Es una gran historia, abu. Y esa señora era buena.
-Sí, cariño -dijo ella, sonriendo, sin revelarle que la enferma de la historia era su madre, y que una de las cuatro niñas que lloraban era ella misma-. Ojalá hubiese más como ella. El mundo sería mucho mejor.





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miércoles, 19 de octubre de 2016

Nunca más



NUNCA MÁS
(Inspirado en hechos reales)






-¡Mamá, mamá, ven! ¡Tengo miedo!
-¿Qué ocurre Gabrielito? –contestó la madre apresurada en pos de su hijo pequeño, de apenas cinco años, que lloraba desconsolado.
-Unos señores muy malos querían que tú te murieras.
-¿Qué yo muriera? ¿Y por qué iban a querer eso? Nunca he molestado a nadie, ni tengo deudas con nadie.
-Pues hay tres señores que querían que te pasase algo malo. El primero es como unos que a veces salen en la tele con vestidos negros brillantes hasta los pies y sombreros raros. El que yo vi tiene gafas y está siempre diciendo a otros señores dónde tienen que vivir, si en una casa o en la cárcel.
La madre palideció. Pensó que su niño no se había dado cuenta de los malos tratos ya casi olvidados a que fue sometida por su ex pareja, pero ese sueño evidenciaba otra cosa. Aún así no intervino y dejó que su hijo siguiese hablando.
-Los otros dos son papá y su amigo. Soñé que papá y ese amigo suyo te secuestraban, te llevaban a otro pueblo y allí te tapaban la boca y te ponían una media en la cabeza, después te pegaban. Luego te dejaban tirada en un camino sin ropa. Yo estaba por allí pero no podía ayudarte, porque soy pequeño y porque en ese sueño yo veía lo que pasaba pero no podía meterme.

La joven madre salió llorosa de la habitación. Se apoyó contra la pared mientras una lágrima pugnaba por abandonar sus bellos ojos. Se trataba de la película completa de lo que había sufrido hacía poco tiempo. Aquello había finalizado con la muerte de su ex, propiciada por él mismo en una reyerta por un asunto de drogas, pero la realidad le decía que su hijo sabía mucho, conocía demasiados detalles del caso para su edad. Tal vez necesitase terapia. Lo consultaría.

Se secó las lágrimas, respiró profundamente y entró de nuevo en la habitación del niño. Sea como fuere, debía mostrar fortaleza ante su retoño.
-¿Te sientes mejor ya, hijo? Solo fue una pesadilla, ya ves que estoy aquí, y estoy  bien. Solo fue un mal sueño, mi vida. Trata de dormir –decía ella mientras mecía a su niño y se tragaba las lágrimas.

Dedicado a todas las víctimas de violencia de género, mujeres, hijos y hombres que también sufren este dolor en el que debería ser su refugio y ante las personas que supuestamente deberían amarlas.

Que sirva también como vergüenza y escarnio público de todos los que infligen ese dolor a quienes un día dijeron amar. La sociedad les condena y les aparta. En realidad están solos. Y también para los jueces, para que restauren esa seguridad jurídica que la ciudadanía demanda, para que esta lacra un día sea historia.
Siempre con las víctimas. 




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