Relato: El Amo del Bosque
Ellas regresaban cada día por el mismo camino, un bosque de eucaliptos. Eran tres, una amiga y dos hermanas, las tres adolescentes más rubias del instituto. Se llevaban bien, permanecían juntas cada día durante las clases, durante los recreos, durante las tediosas horas libres del instituto. Se trataba de un grupo cerrado, las hermanas se llamaban Sandra y Elisa, Marta la amiga. Tenían en común las cosas que todos los adolescentes parecen tener, sus revelaciones que todos descubrimos de la vida, sus pequeñas conspiraciones con chicos que empezaban a despertar en ellas sentimientos nunca antes vividos, pero sobre todo, lo que más conversaciones iniciaba eran sus dudas acerca de todo. Dudas sobre el sentido de la vida, sobre la muerte, sobre el amor, dudas, preguntas, vacilaciones que parecían no satisfacerse nunca. Ellas eran hermosas, pero una sombra oscura atravesaba sus miradas. Algo en ellas era diferente a los demás de su edad. Cada día atravesaban el bosque siempre advertidas por sus familias de que el mejor camino era el de la acera que llevaba desde el centro de estudios a casa, pero ellas siempre tomaban ese atajo a través del campo que separaba el instituto de la urbanización en la que vivían.
Él lo sabía. Las veía pasar cada día con sus mochilas a la espalda cargadas de libros, pensaba él. Le gustaba una de ellas, Sandra, la más rubia de las tres, la que parecía la más callada. El hombre se escondía cada día tras los árboles esperando no ser descubierto, pues había concebido un plan para conquistar a la bella que le quitaba el sueño. Nunca las había visto por separado, siempre iban juntas, así que la empresa le parecía difícil. Él las había seguido al instituto y había recopilado datos sobre Sandra, de tal modo que creía saberlo todo de ella. Un día supo que el instituto organizaba un baile de alumnos, así que resolvió despertar en la chica el interés por un admirador desconocido como él. Escribió en papelitos que iba dejando caer por todo el bosque lemas como “Sandra, conóceme, soy tu príncipe”, “Sandra, te amo”, “Ven conmigo al baile”, “Te veo”. Esas cuatro frases cada una en varios papeles distintos. Eso despertaría su interés, seguro, pensaba él.
Cuando al día siguiente de sembrar todo el bosque de papelitos, ellas se dieron cuenta del estado de suciedad en el que se encontraba aquel lugar, y sin leer ni uno de ellos, decidieron cambiar de ruta. Eso desesperó al hombre, que resolvió presentarse por la tremenda ante ella, corriendo el riesgo de sufrir un rechazo.
-Sandra –le dijo un día ante la atónita mirada de las tres-. ¿Tendrías un momento para mí? Desearía hablar contigo.
-No te conozco, y por tanto no debo ir contigo a ningún sitio –respondió tajante.
-¡Será sólo un momento! No te entretendré, te lo prometo. Es que quiero darte algo.
Las tres se quedaron mirando asombradas. ¿Qué sería lo que quería darle? Sandra claudicó, para sorpresa del hombre. Su curiosidad pudo con su sensatez.
-Bien, ¿qué es? –preguntó.
-Esto –y le dio un beso en la boca. Sandra reaccionó propinándole un sonoro bofetón.
-Así que era eso –dijo-. Sexo, sólo sexo. Todos sois iguales. Dais asco.
-No, no. Yo soy distinto. Soy capaz de cualquier cosa por ti.
-¿Cualquier cosa? –inquirió divertida.
-Lo que sea.
-Bien, entonces quiero que ahora mismo vayas al bosque y recojas toda la basura que hay tirada por todos los sitios.
-¿Cómo lo has sabido? –preguntó él.
-No hace falta ser muy listo para darse cuenta de que tú estás detrás de cada papel que ha ensuciado el bosque. Y cuando hayas terminado pasaremos revista. Y entonces ya veremos.
El hombre se marcho y pasó el día entero recogiendo papeles. Horas después ya estaba todo listo. Salió al paso de las jóvenes y les contó que todo estaba ya limpio.
-Bien, entonces quiero que hoy a medianoche me esperes en la parte central de ese bosque. Hoy te entregarás a mí.
El hombre no cabía en sí de gozo. ¡Entregarse a ella! ¡Mucho más de lo que había esperado!
Llegó la noche. El reloj dio las doce y el hombre llegó puntualmente, se sentó en una piedra cuadrada que destacaba en un claro en el que no había árboles y desde el cual se veía la luna y todo el firmamento, esperando a su amada.
Pero ¡ay! su amada no llegó nunca. A veces el amor sale demasiado caro. Una jauría de perros asilvestrados le rodeó y se lo llevó a la espesura para hacer justicia. El hombre trató de resistirse, pero fue inútil. Su cuerpo les sirvió de alimento y en poco rato ya no quedaba nada de él.
Las jóvenes, no lo habíamos dicho, pertenecían a una logia de defensa de los montes, llamada El Amo del Bosque. La pena por ensuciar o quemar un espacio natural, protegido o no, era servir de festín para los perros.
Ni que decir tiene que, en esa comarca nunca ardía un monte, es más, sus vitrinas lucían numerosos premios por su labor de cuidado de la naturaleza.
Aunque muchos de esos reconocimientos hubiesen supuesto la muerte de un incauto.
Sí, definitivamente, a veces el amor se cobra un precio demasiado alto.
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El Amo del Bosque de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons
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