El
sentido de su vida
Cada
noche miraba al cielo a través de las gastadas ventanas de madera. Esperaba ver
algo extraordinario, algo que le sacara de su triste rutina, de casa al trabajo
y del trabajo a casa. Su empleo como operario en una cadena de montaje de una
fábrica de coches, le sumía en la infeliz impresión de que su existencia no
podía servir sólo para hacer siempre exactamente lo mismo, día tras día, año
tras año, toda la vida, su única vida.
Tras
una jornada más de agotadora rutina, ya en el lecho, cuando estaba a punto de
dormirse sintió que algo tiraba del él hacia arriba, tanto, que se vio flotando
fuera de su cuerpo mientras aquel parecía tranquilamente dormido. Se rehizo del
susto y decidió dejarse llevar. Volaba etéreo, sin frío ni calor, ni hambre ni
sed, sólo una ligera calidez que elevaba y embelesaba. Voló durante instantes
que parecieron días, recorrió el mundo y acabó flotando en el espacio exterior,
buscando descanso sobre una estrella. Se asomó a una que no era el sol, y miró
hacia uno de sus planetas. Se parecía a la Tierra. Era azul y marrón. Mar y
tierra.
Se
asomó y lo que vio le sorprendió: un planeta con ciudades integradas en la
naturaleza, con tecnología ecológica, gentes que caminan y se saludan
sonrientes, niños jugando en maravillosos jardines… El hombre era feliz al ver
aquello, y sin haberlo previsto pensó que quería quedarse allí, en ese paraíso.
Cuando se disponía a proyectarse sobre el planeta, un tirón muy fuerte le devolvió a la cruda realidad. Despertó en su cuerpo, un tanto mareado y sorprendido por lo que había visto. Entonces sintió la necesidad de saber en qué estrella había estado, así que se asomó a la ventana, sacó su viejo telescopio y comenzó a escudriñar el universo en busca de aquel planeta de ensueño.
Cuando se disponía a proyectarse sobre el planeta, un tirón muy fuerte le devolvió a la cruda realidad. Despertó en su cuerpo, un tanto mareado y sorprendido por lo que había visto. Entonces sintió la necesidad de saber en qué estrella había estado, así que se asomó a la ventana, sacó su viejo telescopio y comenzó a escudriñar el universo en busca de aquel planeta de ensueño.
Desde
entonces su vida había cobrado un sentido. Se convirtió en un astrónomo
aficionado muy valorado entre la comunidad científica. Su trabajo en la fábrica
dejó de atormentarle. La solución a su monotonía la tenía delante: el cielo.
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