EL
ÚLTIMO RECURSO
-No me toque. Váyase, déjeme en paz. Quiero
estar solo.
-Lo lamento, pero tienes que acompañarnos –dijo
el policía que pertenecía al grupo étnico de los desteñidos.
-¡No he hecho nada!
-¿Seguro? ¿Y esto que tienes en tu mochila, qué
es entonces? ¿Podrías explicarlo?
-Es… una cabellera.
-Es una cabellera que conserva su trozo de piel.
Y todavía sangra.
-¡Forma parte de las tradiciones!
-No es verdad. Los de tu tribu hace siglo y medio que renunciaron oficialmente a este
tipo de ritos.
-Esta vez no pude negarme. Tuve que hacerlo.
Manitú se lo ordenó al jefe.
-¿Habláis con los dioses?
-¿Y qué tiene eso de particular? Ustedes los
cristianos llevan haciéndolo dos mil años.
-Pero no matamos a nadie por orden de nuestro
Dios.
-¡Ni nosotros! Pero no diga eso. ¿Y la
inquisición? ¿No mataba por motivos religiosos? No mienta, inspector. Ya nos
conocemos. No soy un tipo violento. No había arrancado una cabellera en mi
vida, pero esta vez tuve que hacerlo. Sin embargo no he matado a nadie.
-Pero has profanado una tumba. Y eso no está
bien.
-Hable con el jefe. Él me dijo lo que debía
hacer. Mire, por ahí viene.
-¡Gran jefe Serpiente Veloz!
-He venido porque he oído la llamada. Piedra
Plana me necesita.
-Claro que necesita de su testimonio. Está
detenido por profanar una tumba.
-Yo se lo ordené. Hay que volver a los dioses.
El hombre blanco prometió darnos una vida a cambio de nuestras tierras y sólo
nos ha traído whisky y una juventud perdida. La cabellera es de su padre, que
como sabes fue enterrado ayer en las plataformas de nuestra necrópolis, al modo
tradicional –el jefe y el inspector se conocían de muchos años atrás, por eso
se tuteaban.
-Sabes que debéis enterrar a vuestros muertos
bajo tierra, como exige la ley.
-Nuestras
leyes son otras. Y no hacemos daño a nadie con ellas. En cambio, vosotros
deberíais analizar si las vuestras ayudan o perjudican. Ahora debo ofrecerle la
cabellera al dios para que nos devuelva la vida y la dignidad. Es un gran
sacrificio.
El
inspector echó un vistazo a la reserva en cuyas afueras se encontraban. Se
veían pasar jóvenes completamente borrachos con botellas en la mano, caminando
de lado a lado por las calles sin asfaltar. Y era mediodía. No vio uno ni dos:
en el escaso lapso de tiempo que estuvo en aquel lugar contó más de cien
jóvenes en esas circunstancias.
-Es cierto que hay que hacer algo. No es normal,
que de doscientos veinte jóvenes que tiene esta reserva ciento noventa sean alcohólicos.
-Pues eso estamos intentando arreglar.
-¿Cortándole la cabellera a un difunto? Además,
¿no debería pertenecer a un enemigo?
-Yo pregunté al dios qué podíamos hacer. Y una
noche reciente él me contestó en mis sueños. Envió a uno de sus súbditos a
cortarle la cabellera a su padre, y luego se la ofreció al dios, de
tal modo que toda la tribu se curó. Nosotros ahora no tenemos más enemigo que
el whisky y el desempleo, y a esos no se les puede cortar la cabellera. Pero el
dios habló y ordenó. Y lo que él hizo, nosotros lo vamos a hacer igualmente:
respetar su mandato. Piedra Plana perdió a su padre hace tres días, y ayer, con
la luna adecuada era el momento. Piedra Plana, ¿tienes la ofrenda?
-Sí, gran jefe –la sacó de su mochila y se la
entregó.
-Bien, esta medianoche toda la tribu se reunirá
en torno al fuego en el sitio de costumbre para realizar el ritual. Escríbelo
en la pizarra de avisos de la Casa del Pueblo, para que todos lo sepan.
-Iré también a la emisora de radio para que lo
digan.
-Perfecto, hijo. Ve ahora.
-Está bien, jefe, me iré y haré como que no he
visto nada. Dejaré que resolváis esto a vuestra manera, pero no toleraré que
alguien resulte herido.
-Gracias y descuide, inspector.
“Ojalá les salga bien –pensó el viejo
inspector de policía-. Si creyendo en esos ritos algún muchacho recapacita y
deja de beber, lo daré por bien empleado.”
El
policía se subió al coche mientras miraba cómo el anciano jefe y el joven
huérfano se alejaban cada uno en una dirección. En la reserva nunca dejaron de
intentarlo, pero, por más cabelleras que ofrecieron, el mal nunca los abandonó
del todo. El efecto placebo que suponen los ritos religiosos no siempre sirvió
para ayudar. Tal vez si el grupo de los desteñidos interviniera con sus psicólogos
y personal sanitario entendido en adicciones, se lograría algo. Pero desde el
siglo XIX ellos vivían a su suerte, sin esperanza, sin futuro, sin brillo en
los ojos.
Y
todo eso en la tierra de las oportunidades.
In
God we trust.
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