El
Rayo de Medianoche
Cada noche baja despacio las
escaleras tras dejar el dormitorio, temiendo despertar a su marido. El hombre
duerme plácidamente mientras ella se escapa nada más que oye el primer
ronquido, señal de que ya no despertará hasta el amanecer.
Ella, llueva o nieve, sale de
la casa con un capazo de paja colgado del hombro y corre, corre todo lo que
puede para perderse en el bosque. No tiene miedo de la oscuridad de la noche,
sus ojos se vuelven felinos y lo ve todo. Se quita la ropa y se pone una túnica
blanca hasta los pies. Lo deja todo ordenado en el capazo.
La espesura se tupe cada vez más, y solo un rayo de luz entra cada año sobre el ara de los escogidos. Ella lo era. Ya llevaba casi un año lunar custodiando el Rayo de Medianoche que incidía justo en el medio del altar. Esta era la última noche, y la investirían como sacerdotisa del Rayo de Medianoche. Ello le reportaría obtener poderes para ayudar a la naturaleza y protegerla de las miserias de los hombres.
Se concentró, pues se acercaba la hora en que el Rayo incidiría sobre la piedra sagrada, y ella debería esperar la señal de que es reconocida su promesa cumplida. No falló ni un solo día. Todo debería estar en orden.
El rayo apareció de repente, y se fue moviendo poco a poco hasta incidir sobre el ara. Entonces un águila se le apareció y le dio un mensaje que llevaba en el pico. Luego se le posó en el hombro, confiada. Era su nombramiento como sacerdotisa del Rayo de Medianoche. Le emplazaban a la noche siguiente para los festejos por este motivo. Tendría que contárselo todo a su marido. Esperaba que reaccionase bien.
Regresó a casa, a su moderna
casa del siglo XXI, equipada y confortable. Se metió en la cama y su marido
despertó. Lo que no había ocurrido en un año, pasó en un segundo.
-¿De dónde vienes? –preguntó.
-Del
baño, querido.
-Ah, venga duérmete. Y no des
tantas vueltas.
La mujer tuvo que contener la risa. No era el momento. Mejor durante el desayuno.
Y durante el desayuno se lo dijo. Se lo soltó así, a bocajarro y sin salvavidas. Él la miraba atónito. No tenía ni idea de lo que le contaba su mujer. Lo había llevado con tal discreción que aquello le pillaba totalmente por sorpresa. ¿Es que su mujer se había convertido en una bruja? ¿Era eso?
-¿Eres… una bruja?
-Sacerdotisa.
Una especie de dama protectora del bosque. No debes temerme. Lo hice porque me
aburría mientras tú trabajabas tantas horas y casi ni me mirabas de lo cansado
que llegabas. Me aburrí de mis amigas, todo el día hablando de trapos, trucos
de belleza y de hombres, además de poner a parir a sus maridos. Me aburrí de
todo eso y decidí salir al bosque a explorarlo durante las tardes un ratito
cada día. Y durante uno de esos paseos me encontré algo. Un envase de plástico
de esos que sirven para guardar documentos enrollados. Lo abrí y me encontré
con ellos. Me instruyeron sobre plantas, sobre el clima, sobre ciencia,
filosofía, lenguas antiguas, magia verde, medicina… Cuando llevaba siete años
estudiando todas esas materias durante la noche con mi maestro sacerdote, entonces
llegó la licenciatura, significa que debemos pasar un año custodiando el Rayo
de la Medianoche cuando incide sobre el ara sagrada. Ayer cumplí ese año, supe
que mi tótem es el águila y esta noche
me dan el título y el poder. Necesito que vean que tú lo sabes y que lo
entiendes.
-¿Magia
verde?
-Solo
hace efecto sobre las plantas.
-¿Algo
más que deba saber?
-No.
Bueno sí, la ceremonia y la cena de celebración es al ocaso, a las ocho de la
tarde. Ponte guapo. Yo te esperaré allí. Te enviaré a alguien a buscarte.
-¿Por
qué no podemos ir juntos, ya que es inevitable que tenga que ir?
-Porque
antes de la ceremonia pública está la privada entre sacerdotes y sacerdotisas
donde juraré los votos. Después saldré ya investida y me proclamarán ante el
pueblo.
-¿Qué
pueblo? ¡Esto es una locura!
-El
bosque es nuestro pueblo. Allí nos sentimos seguros. Nos sentimos en casa.
Sabemos que nada malo puede pasarnos allí porque nuestro pueblo nos protege.
Después de la cena tendremos una sola noche para despedirnos.
-¿Despedirnos?
-Me
aburrí de ti, ¿recuerdas? Y busqué un cambio en mi vida. Mañana cohabitaremos
por última vez y nos diremos adiós. Así es el mandato del Consejo del Rayo de
Medianoche. Espero que sepas estar a la altura de lo que se espera del exmarido
de una sacerdotisa.
-¿Y
qué se espera?
-Que
sepa renunciar a ella. Yo ya solo procrearé con el maestro. Será mi esposo esta
medianoche tras nuestra despedida. Así debe ser.
-¡Anna!
¿Por qué? ¿No eras feliz? ¿Y por qué no me lo dijiste?
-Porque
si no fuiste capaz de ver la tristeza de una vida anodina en mis ojos, y la
posterior ilusión de mis escapadas nocturnas, es que después de veinte años
juntos no me conoces. Y si todavía no me conoces, nunca me conocerás. Ven
mañana. Allí te entregaré firmados los papeles del divorcio.
-¿Anna?
¡Ay, Dios mío! ¡Anna!
-Oh, querido, tranquilízate. Lo superarás. Y encontrarás
otro florero para los próximos veinte años.
-¡Anna! ¡Anna, espera!
Pero Anna ya no le escuchaba. Se había ido al supermercado
dejando a Rick con la palabra en la boca. No quería saber nada de un tipo que
no la conocía, ni se preocupaba de ella, ni le contaba cosas, ni la sacaba de casa
ni a cenar, ni de paseo, ni conocía sus ciclos menstruales, ni salían nunca de vacaciones,
ni de viaje por algún otro motivo, ni un detalle con ella, ni una caricia, ni
una mirada cariñosa, nada. Nada. Y encima le había prohibido trabajar fuera de
casa, porque él ganaba más que de sobra para los dos. Los hijos no venían,
claro que tampoco es que se pusiesen a menudo a la tarea. A lo mejor habría que
adoptarlos, asunto al que él se negaba. Si tenían que ser padres, lo serían
cuando quisiese Dios. Pero parece que la divinidad no recordaba que en esa casa
alguien necesitaba un cambio. Y un hijo lo es, pero no venía.
Y
entonces encontró ese documento ¿perdido? en el bosque.
Y su
vida cambiaría desde esta noche.
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