Realidades paralelas
El
hombre se encontraba bloqueado. Era escritor, y su vida dependía de cada
párrafo, de cada palabra que salía de su pluma como se decía antes, en su
generación la herramienta de cualquier literato había evolucionado hasta
convertirse en un montón de teclas ante una pantalla. Cada día se sentaba ante
su portátil con la esperanza de que la inspiración regresase para iluminarle de
nuevo. Era un autor prolífico, más de veinte obras autoeditadas conformaban su
producción literaria, pues llevaba toda la vida escribiendo y hacía muchos años
que peinaba canas. Sus temas favoritos iban de la novela de todo tipo, hasta el
ensayo o el teatro. Con la poesía no se había atrevido nunca. Escribía durante
horas todos los días. Vivía solo en aquella casa de madera, y aislado de toda
población, casi nunca hablaba con nadie, sólo con su perro, un mastín leonés de
imponente presencia y café con leche. Su casa se encontraba en medio de una
páramo yermo, sus vistas se circunscribían al horizonte que limitaba un paisaje
pelado y triste. Su única forma de abrirse al mundo era a través de internet,
donde publicaba sus libros una vez terminados, esperando que se vendiesen y así
poder seguir viviendo sin lujos, pero tampoco pasando estrecheces. Publicaba un
libro nuevo cada año en una empresa internacional a través de la red, y de eso
iba tirando.
Pero un
día la inspiración le abandonó. De repente se levantó y sintió náuseas.
Desayunó frugalmente y se sentó ante el portátil. Estaba escribiendo un libro
sobre escritores en crisis, y era tanto lo que le afectaba aquella ficción, que
se estaba convirtiendo en realidad condicionando su humilde existencia. El
protagonista de su libro había perdido la inspiración, como él, y buscaba una
solución para atraer de nuevo a las musas. Y había encontrado una forma: un
pacto con el diablo. El diablo y él quedaron en un cruce de caminos una noche, y el autor ficticio firmó un documento con su sangre. En el documento se decía que sólo
su alma podría librarse de ser moneda de cambio a su muerte, si durante la vida
en su lugar él le entregaba el alma de al menos dos personas. A partir de ese
día las cosas le empezaron a ir mejor, lo que le asustaba sobremanera. El caso
es que a ese escritor, tras la firma del pacto, le llovían ofertas millonarias
de editoriales de todo el mundo que él iba rechazando una a una, tal y como
ellas le habían rechazado a él en su momento. Rechazó todas menos una. La
oferta venía de una editorial importante que le solicitó escribir un libro
sobre pactos con el diablo. Aceptó con una condición, que ese libro se
regalaría a quien lo desease leer. La editorial aceptó, y desde entonces sus demás
libros escalaron todas las listas de best-sellers. Cuando le llegó la hora de
dejar este mundo, más de medio millón de almas aguardaban para ser fagocitadas
por el diablo, almas que el autor había conseguido reclutar con la lectura del
libro gratuito, y poder romper así su compromiso, pues sobrepasaba con mucho la
condición impuesta por el demonio en su momento. El maligno aceptó a
regañadientes el cambio y así el autor esquivó su ingreso en el infierno,
aunque desde entonces el diablo nunca dejó de acechar a escritores para
aprovecharse de sus faltas de inspiración.
El
escritor solitario y abandonado por las musas terminó la historia del colega y
el pacto. Había conseguido escribir en medio del miedo. Y razones no le
faltaban. Temblaba cuando miró por la ventana. Su perro llevaba todo el día
ladrando sin parar hacia un lugar indeterminado, el animal sentía, pero no
podía ver quién le perturbaba de aquella manera.
Apoyado
en el porche de la casa, un ser rojo con cuernos y rabo se reía mientras miraba
al escritor con los brazos cruzados.
Ya
nunca volvió a quedarse en blanco.
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