Realidades paralelas
El
hombre se encontraba bloqueado. Era escritor, y su vida dependía de cada
párrafo, de cada palabra que salía de su pluma como se decía antes, en su
generación la herramienta de cualquier literato había evolucionado hasta
convertirse en un montón de teclas ante una pantalla. Cada día se sentaba ante
su portátil con la esperanza de que la inspiración regresase para iluminarle de
nuevo. Era un autor prolífico, más de veinte obras autoeditadas conformaban su
producción literaria, pues llevaba toda la vida escribiendo y hacía muchos años
que peinaba canas. Sus temas favoritos iban de la novela de todo tipo, hasta el
ensayo o el teatro. Con la poesía no se había atrevido nunca. Escribía durante
horas todos los días. Vivía solo en aquella casa de madera, y aislado de toda
población, casi nunca hablaba con nadie, sólo con su perro, un mastín leonés de
imponente presencia y café con leche. Su casa se encontraba en medio de una
páramo yermo, sus vistas se circunscribían al horizonte que limitaba un paisaje
pelado y triste. Su única forma de abrirse al mundo era a través de internet,
donde publicaba sus libros una vez terminados, esperando que se vendiesen y así
poder seguir viviendo sin lujos, pero tampoco pasando estrecheces. Publicaba un
libro nuevo cada año en una empresa internacional a través de la red, y de eso
iba tirando.

El
escritor solitario y abandonado por las musas terminó la historia del colega y
el pacto. Había conseguido escribir en medio del miedo. Y razones no le
faltaban. Temblaba cuando miró por la ventana. Su perro llevaba todo el día
ladrando sin parar hacia un lugar indeterminado, el animal sentía, pero no
podía ver quién le perturbaba de aquella manera.
Apoyado
en el porche de la casa, un ser rojo con cuernos y rabo se reía mientras miraba
al escritor con los brazos cruzados.
Ya
nunca volvió a quedarse en blanco.

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