Relato: Espejo espejito...
Yo dormía, pero algo me sobresaltó. No podía gritar, una mano ajena a mí me tapaba la boca con inusitada fuerza. Supongo que si me hubiese mirado al espejo en ese momento mis ojos habrían expresado el temor que vuelvo a sentir con solo recordarlo. La mano seguía oprimiendo mi boca. Una voz masculina cavernosa y oscura me susurró al oído.
-Te
sigo. Te miro. Te observo. Y eres una chica mala.
Negué
con la cabeza. No podía imaginarme a qué se refería aquel hombre acusándome a
saber de qué, no lo había visto antes, ni siguiéndome, ni entrometiéndose en
mis cosas.
Yo no era mala, sólo alguien superficial que aspiraba a conseguir logros superficiales, como todo el mundo en mi generación. Era de esa clase de chicas que siempre daba más importancia a su aspecto físico que a su mente, era verdad. Una de mis promesas de año nuevo siempre era la misma: empezar a leer libros, como mi mejor amiga, que no era tan guapa, pero con cuya conversación sabía hechizar a los chicos. Sus relaciones con ellos siempre eran largas, las mías solía consistir en una o dos citas. Quería mejorar en ese aspecto. Era jefa de animadoras del equipo de fútbol del instituto. Tenía un buen cuerpo, delgado pero bien trabajado en el gimnasio; una edad adecuada, dieciocho años; un largo y lacio pelo rubio; los ojos azules que recordaban al cielo en días despejados; unos grandes pechos que todavía se burlaban de Newton y su gravedad; unos pies pequeños y una sonrisa ancha, con los dientes blancos y bien alineados. Había pasado modelos alguna vez, y no se me daba mal la pasarela. Pensaba que aquella podría ser una salida profesional muy factible para mí, porque desde un punto de vista estético, y si no abría la boquita, estaba muy bien, aunque esté mal que yo lo diga.
Yo no era mala, sólo alguien superficial que aspiraba a conseguir logros superficiales, como todo el mundo en mi generación. Era de esa clase de chicas que siempre daba más importancia a su aspecto físico que a su mente, era verdad. Una de mis promesas de año nuevo siempre era la misma: empezar a leer libros, como mi mejor amiga, que no era tan guapa, pero con cuya conversación sabía hechizar a los chicos. Sus relaciones con ellos siempre eran largas, las mías solía consistir en una o dos citas. Quería mejorar en ese aspecto. Era jefa de animadoras del equipo de fútbol del instituto. Tenía un buen cuerpo, delgado pero bien trabajado en el gimnasio; una edad adecuada, dieciocho años; un largo y lacio pelo rubio; los ojos azules que recordaban al cielo en días despejados; unos grandes pechos que todavía se burlaban de Newton y su gravedad; unos pies pequeños y una sonrisa ancha, con los dientes blancos y bien alineados. Había pasado modelos alguna vez, y no se me daba mal la pasarela. Pensaba que aquella podría ser una salida profesional muy factible para mí, porque desde un punto de vista estético, y si no abría la boquita, estaba muy bien, aunque esté mal que yo lo diga.
Yo era físicamente perfecta, y mi amiga no.
Ella tenía algo de sobrepeso, pues prefería quedarse sentada leyendo antes que
ir al gimnasio a bajar esos kilos. No se maquillaba nunca, ni vestía a la moda,
su aspecto tiraba más por la onda grunge,
ropa desgastada hasta que se rompía. Ni siquiera sabía por qué mantenía yo una
amistad de intereses tan opuestos a los míos. Ella sólo aspiraba a estudiar una
buena carrera y poder vivir de ella. Yo quería cazar a un millonario que me
mantuviese sin tener que preocuparme por asuntos como ir al supermercado, cocinar,
limpiar o lavar la ropa. Por eso un día quedamos de ir a dar una vuelta por el
parque del barrio, para hablar de chicos y de cómo mejorar para conseguirlos a
pares. Según íbamos internándonos en el parque que ese día se encontraba
inusitadamente vacío pues el invierno comenzaba hacerse notar, llegué a la
conclusión de que aquella chica y yo no podíamos ponernos de acuerdo ni en el
color de la ropa interior, por lo que decidí romper toda relación con ella y
buscarme amistades con las que guardase intereses comunes. Y no amistad por
amistad.
-No tenemos nada en común, ¿te das cuenta, Laurie? Tú eres una chica culta, a la que su aspecto externo le da igual, pero a mí me avergüenza ir contigo por la calle por la mala pinta que llevas.
-No tenemos nada en común, ¿te das cuenta, Laurie? Tú eres una chica culta, a la que su aspecto externo le da igual, pero a mí me avergüenza ir contigo por la calle por la mala pinta que llevas.
-Annabel, llevas años deseando perderme de vista
porque te sonroja mi aspecto físico, pero no lo haces y, ¿sabes por qué?
-No, dímelo tú. Y sé sincera.
-Claro, lo voy a ser, y lo que te diré no te va
a gustar, pero es la realidad. Muy sencillo. No pasas de mí porque no puedes, y
no puedes porque dentro de tu perfección física tu cerebro es el que sale peor
parado. No tienes nada en la mollera y necesitas de mi cerebro para resolver
tus muchas dudas acerca de todo y todos. Soy esa parte de ti que no viene de
serie con tu chasis. Sin mi cerebro no sobrevivirías. Soy tu pepito grillo
particular. Y hasta ahora siempre te has servido de mis puntos de vista sin
cuestionarlos.
-Ya, pero me he cansado. ¿Sabes lo que es esto?
–saqué de mi bolso un pequeño libro y se lo enseñé.
-¡Oh, milagro! ¿Llevas un libro en el bolso?
Esto es nuevo.
-Un libro sí, que me aconseja echarte de mi
lado. Según este libro eres tóxica, porque me manipulas, me atraes con palabras
que parecen sabias y no puedo dejarte.
-Mira cielo –me dijo-. Te equivocas. Eres tú la
que me importunas con tus problemas con los hombres, con tus maquillajes, con
tus carreras en las medias, con tus superficialidades que no importan a nadie.
Nunca te he necesitado, simplemente te soporto. Nos conocimos con cuatro o
cinco años en el barrio, pero desde siempre te agarraste a mis pantalones como
si no hubiese un mañana.
-¿Sí? –respondí sintiendo que me ponía roja
de cólera, cosa que seguro que estaba afectando negativamente a mi fotogenia en
aquel momento-. ¿Pues sabes qué? Que a lo mejor es cierto que no hay un mañana…
para ti –dije mientras sacaba una daga antigua de mercadillo que había comprado
para adornar mi habitación, pero que siempre llevaba en el bolso para
defenderme.
Le clavé la daga en el corazón. Laurie cayó sin sentido, sin aliento, sin un solo pestañeo más… y oye, así muerta no parecía tan fea. Dicen que los guapos somos feos cuando morimos y viceversa. Sí, mira Marilyn, qué desfigurada sobre aquella camilla. Qué pena que la última foto pueda ser esa y no otra que resalte la belleza que siempre lució en vida. Me fui de allí sin sentir remordimientos. Llegué a casa, estudié un poco para un examen que teníamos al día siguiente, cené frugalmente y me acosté a dormir como si nada hubiera ocurrido.
Le clavé la daga en el corazón. Laurie cayó sin sentido, sin aliento, sin un solo pestañeo más… y oye, así muerta no parecía tan fea. Dicen que los guapos somos feos cuando morimos y viceversa. Sí, mira Marilyn, qué desfigurada sobre aquella camilla. Qué pena que la última foto pueda ser esa y no otra que resalte la belleza que siempre lució en vida. Me fui de allí sin sentir remordimientos. Llegué a casa, estudié un poco para un examen que teníamos al día siguiente, cené frugalmente y me acosté a dormir como si nada hubiera ocurrido.
Pero
entonces esa mano me despertó, me tapó la boca, me susurró al oído con voz
demoníaca lo que no quería oír.
-Vas
presumiendo por ahí de tu estupidez, de tu ignorancia, de tu superficialidad.
Tenías una amiga que te salvaba de tus sandeces y tus meteduras de pata, te
soportaba, te cobijaba cuando otra de tus breves relaciones se iba al garete… y
tú para agradecerle sus desvelos por ti, la matas. Sólo porque físicamente no
está a tu altura. Bien, amiga, se recoge lo que se siembra, y hoy tú has
sembrado lo que ahora recoges. Me alegro de no haber intentado ayuntarme con
una sociópata como tú.
Yo
sólo podía balbucir no… no… yo no…, las lágrimas caían copiosas sobre mis
antaño tersas mejillas. Me pregunto si en realidad me merecía lo que iba a
ocurrir. El hombre puso un cojín sobre mí cara y apretó con todas sus fuerzas.
Traté de librarme de aquella opresión que me impedía respirar, pataleé, me
estremecí por la falta de oxígeno, hasta que dejé de luchar.
Había conocido al Justiciero de la Calle. Y yo que lo creía una leyenda urbana. Qué putada. Me vio en aquel parque. Adiós a los sueños de grandeza y lujo. Adiós a mi odiosa amiga que todo lo sabía hasta que le hice callar, y por cuya causa me hacen callar a mí. Eso sí, la última foto que podrías tomarme, ¿está a la altura de mi belleza en vida? Siempre quise mejorar a Marilyn en ese aspecto.
Había conocido al Justiciero de la Calle. Y yo que lo creía una leyenda urbana. Qué putada. Me vio en aquel parque. Adiós a los sueños de grandeza y lujo. Adiós a mi odiosa amiga que todo lo sabía hasta que le hice callar, y por cuya causa me hacen callar a mí. Eso sí, la última foto que podrías tomarme, ¿está a la altura de mi belleza en vida? Siempre quise mejorar a Marilyn en ese aspecto.
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