La huida
-Despierta, vamos, deprisa, tenemos que irnos
–la mujer me apremió cuando yo todavía era una niña, y me desperté
sobresaltada.
-¿Qué ocurre, tía Karima?
-Hoy es el rito, Amal. No puedo permitir que te
hagan lo que me hicieron a mí. Venga, no hay tiempo que perder.
-¿Y qué me van a hacer, tía?
-Te
lo cuento cuando nos hayamos alejado del peligro. Vamos, deprisa.
Salimos
de la casa corriendo, cuatro cosas metidas en un hatillo. Nos adentramos en la
naturaleza. Cuando llegó el mediodía nos habíamos alejado lo bastante como para
sentarnos a comer, y yo esperaba que también a hablar. No entendía por qué
habíamos salido de casa en medio de la noche y sin despedirnos de mis padres.
Podrían acusar a mi tía de secuestro, y la pena que le impondrían sería muy
dura, probablemente la muerte. Nos sentamos a comer unos panes que ella misma
había cocido el día anterior.
-Necesito respuestas, tía Karima. ¿Por qué nos
hemos ido así?
-Porque ya tienes siete años y esta mañana
estaba todo dispuesto para prepararte para el matrimonio.
-Pero todavía no sangro como dice mamá que debe
pasar para poder casarme.
-Entiéndeme, niña. No es que fueran a casarte
esta mañana, pero sí iban a preparar tu sexo para tu futuro marido. Según tus
abuelas, si no te lo haces nadie te va a querer.
-¿Y entonces por qué no quieres que me lo hagan?
-Porque es una atrocidad, duele mucho, se sangra
copiosamente y muchas niñas mueren durante el rito. Que se corten ellos los
testículos si tienen lo que hay que tener. Pero no, es mejor hacer creer a las
mujeres que eso que llevan en la entrepierna con lo que se nace de forma
natural es impuro. Nada que nos da la naturaleza lo es. Impuro es el
pensamiento del que mira, no aquello con lo que se nace. En otros países no es
necesario amputarse el sexo para poder casarte.
-Pero me he ido… y mi matrimonio ya estaba
concertado. Mis padres se enfadarán conmigo.
-Otra
barbaridad. ¿Qué quieres? ¿Qué un hombre de cincuenta años te desvirgue y te
haga hijos desde el primer día y que con veinte años estés cargada de hijos y
avejentada? ¿Para eso debes sufrir tanto? ¿O no es mejor buscarse un lugar para
vivir en el que la mutilación y el matrimonio concertado sean delito? Quiero
que el día que te cases lo hagas completa, convencida y por amor, aunque
todavía no sepas lo que es. Ya lo sabrás.
Oímos ladridos. Nos estaban buscando con ayuda de los perros de la aldea. Nos pusimos en marcha enseguida. La sabana nos esperaba con sus fauces abiertas, sus amenazas podrían costarnos la vida. Pero cualquier cosa era mejor que el futuro que la superstición, la incultura y la incontinencia sexual de los hombres me tenían reservado.
Corrimos, nos ocultamos, cayó la noche muchas
veces antes de llegar a la capital de mi país, Jartum. Soy sudanesa, no lo
había dicho. Mi país llevaba muchos años en guerra, y se podía decir que no
existía un gobierno. Por eso era tan peligroso alejarse de las aldeas,
cualquier grupo de insurgentes podría interceptarnos y hacer con nosotras lo
que quisieran, violarnos, matarnos, cualquier cosa. Pasamos miedo, pero cuando
vimos la silueta de la capital, respiramos aliviadas. Mi tía lo había previsto
todo, y había sacado unos billetes de avión para Londres, a la vez que solicitó
permiso de asilo para las dos, que me fue concedido, dado que el gobierno inglés
se encontraba en plena cruzada contra la ablación, y yo era una clara candidata
a ser mutilada. Tomamos ese avión. Estaba salvada.
O eso creía yo. El gallo cantó. No nos habíamos
movido de la aldea. Lo había soñado todo, las ideas de mi tía, sus palabras,
sus recomendaciones. Lástima que la realidad fuera muy otra. Al verme en el
cuarto con mis hermanas, me asusté.
-¡Levántate,
niña! –exclamó mi madre-. Venga, no te hagas la remolona. Hoy es el gran día.
Hoy es tu rito. Te casas en cuanto te cicatricen las heridas. Tu marido es un
buen hombre, es joven, tiene cuarenta y nueve años. Te hará muchos hijos sanos.
Por cierto, la tía Karima ha muerto. No quería que cumplieras tu rito, ayer lo
dijo en la cena y tu tío la ha ajusticiado. Una pena. Venga, levántate.
La
tía me había hablado en sueños, entonces. Y su determinación había sido tan
clara, que le había costado la vida. No podía dejar que su muerte quedase
relegada en el olvido, pues ella me había querido bien, como demostró al
entregar su vida por defenderme.
Tomé
una determinación. Recordar sus palabras en el sueño. Levantarme y huir, cuatro
cosas en un hatillo. La sabana me tragó, el miedo a las fieras que allí vivían no
pudo con el terror que yo sentía ante la incomprensión de mi familia, que
asumía esta absurda tradición con tal nivel de sumisión, que nadie osaba ni
insinuar la posibilidad de cambiar las cosas. Pero yo sola no podía, así que
corrí sin mirar atrás inspirada por el sueño con mi tía, y me fui para no
volver. Nadie me persiguió, aunque ahora sé que jamás podré regresar a mi
aldea, nadie me lo habrá perdonado. Para ellos, mi caso había significado un
motivo de vergüenza.
Hoy
vivo en Inglaterra, estudié una carrera, me casé y vivo entera con todas mis
partes en un matrimonio que acepté con alegría, pues fue por amor.
Va
por ti, tía Karima, y por todas las Karimas que nos inspiran para huir de la
barbarie y el machismo atroz que intenta acabar con nosotras, humillarnos,
someternos, maltratarnos.
Pero
sobre todo, va por todas esas niñas que no pudieron evitarlo.
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