Lo
que más duele
El agobiante ruido cesó. Me
había asustado durante mi estancia en aquel lugar oscuro, al que había llegado
sin saber cómo. Recordaba un último paseo por el centro comercial antes de
salir y tomar aquel atajo hasta el coche. Vi gente que iba y venía absorto en
la vorágine consumista de los fines de semana. Después y de repente, nada más, despierto
en este sitio que no sé identificar.
Tengo dolores por todo el
cuerpo. Estoy tirado en una camilla blanca, atado y amordazado, siento una
presión en mi miembro viril que me desagrada, y lo que veo por los alrededores no
tranquiliza a mi atribulado espíritu. Se trata de una sala muy grande, no veo
el final, que debe estar situada en una nave industrial, pues los techos se
elevan muy por encima de lo habitual en casas normales. Las paredes están cubiertas
de un alicatado formado por un solo azulejo blanco que se pierde en la lejanía
de unas paredes que parecen no tener fin. El suelo es de un material parecido a
la cerámica, del mismo blanco impoluto. Lo que llama la atención es la blancura
deslumbrante y la rigurosa limpieza que allí se percibe. No hay nada más que la
camilla en la que reposo. Ni otro mobiliario, ni ventanas, nada. Solo una gran
campana extractora se abre en el techo justo encima de mí.
Unas cámaras situadas en cada
esquina apuntan hacia mí. Pero hay algo curioso, apuntan hacia mi estómago del
que salen unos electrodos conectados por largos cables, los cuales penetran en
la pared y se pierden por ella hasta un lugar en el que pasa algo que yo
desconozco.
Una de las pantallas que cuelga
de una de las esquinas superiores del techo se enciende de repente.
-Buenos días, querido espécimen.
No se asuste. Está aquí porque necesitamos gente como usted para conocerla
mejor. Nuestra intención es solo científica. Le estudiaremos y luego le
devolveremos al lugar del que le tomamos.
Así que, es eso. Soy un espécimen.
Me han abducido, pero ¿quiénes? ¿Extraterrestres? Lo dudo. Mi mentalidad
materialista niega tal opción. Eso reduce las posibilidades a muy pocas: solo
la inteligencia de algún país querría investigarme. No lo entiendo, solo soy
entrenador de gimnasio en el que me paso la vida intentando ayudar a que los
demás consigan sus metas.
-Hágaselo encima, tiene puesta
una sonda en su miembro que le ayudará a aliviar esos síntomas. Por los otros
no se preocupe, durante su etapa de sueño le pusimos varios enemas que han
dejado su intestino limpio.
-¿Mi etapa de sueño? ¿Cuánto
tiempo he dormido?
-Dos meses y tres semanas. Le
queda una y esta prueba terminará.
-Me… duele el estómago. Me
duele mucho. Llevo notándolo desde que desperté aquí.
-Magnífico. Queremos saber
hasta dónde puede llegar.
-¿De saber hasta dónde puedo
llegar en qué aspecto? ¡Qué dolor, por favor!
-Saber qué ocurre exactamente
en un humano adulto que no come. Cuánto tiempo puede estar sin ingerir nada,
las molestias que eso causa y así aplicar los sustitutivos que hemos preparado
para terminar con los síntomas.
-¡Para terminar con los síntomas
dame para comer un buen botillo del Bierzo y verá lo que es reponer fuerzas!
-No conozco ese alimento del
que habla. Lo investigaremos. Ahora mismo está usted pasando por la
autodigestión, por eso le duele el estómago, porque se está autodigiriendo. Las
cámaras no se pierden detalle de su interior para ver la evolución de esa
autodigestión.
-Para eso estamos aquí, para
ponerlo en el brete de morir, y nosotros evitarlo. Nuestro supersuero
revitalizante lo hará. Le salvará la vida y luego las pruebas seguirán.
-¡No! ¡Me niego a pasar por
esto! ¡Déjeme ir ya! ¡En cuanto salga de aquí les denunciaré!
-No nos detendrán, pues no hay
un lugar en el que diga que estuvo. Esto no es una nave industrial como su
mente cree. Es una nave.
Pierdo el conocimiento. En
realidad durante esa conversación, mi consciencia va y viene, supongo que el
déficit de nutrientes me está afectando ya. El dolor es insoportable, me
retuerzo atado a la camilla. El blanco que me rodea me deslumbra y solo estoy a
gusto con los ojos cerrados, comiéndome los terribles dolores que emanan de mi
propio interior. Cuando los retortijones se volvieron continuos, la voz de la
pantalla regresó.
-Querido espécimen: ¿Volverás a
decir a alguna humana que lo mejor para adelgazar es dejar de comer? (¿Cómo
podían saber eso si había formado parte de conversaciones privadas con personas
a las que ayudo a diario en mi
gimnasio?)
-Nnnnnoooo… noooooo… qué dolor,
por favor…
-¿Y vender porquerías a
muchachos que quieren ver crecer sus músculos sin esfuerzo?
Empiezo a comprender. Aunque parezca una locura, una nave
extraterrestre que sigue mis conversaciones privadas en el gimnasio trata de
darme una lección.
-Lo he entendido… paren esto,
por favor… estoy muy mal…
-Silvia era una joven muy bella
que murió de anorexia por tus malos consejos. Manuel ha tenido que ingresar en
una institución para superar su vigorexia adquirida en tu gimnasio. A Lucía le
cambió el metabolismo en tu negocio por seguir tus dietas milagrosas, y ahora
está a la espera de hacerse una seria cirugía para superar su obesidad mórbida,
Alex murió a los treinta y ocho años por tomar los complementos y otras cosas
que vendes… ¿quieres que siga? Has fastidiado la vida de muchas personas, ahora
te toca a ti pasar por cada uno de tus consejos.
Así que es eso. No me
escogieron al azar, sino que sabían a quien elegían. Me van a hacer pasar por
cada una de mis recomendaciones en el gimnasio. Si recomendé no comer, ahora lo
sufro. Si vendí suplementos y otros productos de ese tipo a chavales para hacer
crecer el músculo sin dar golpe, me los van a administrar aquí, y junto con mis
dietas harán que las carnes lleguen a rezumar de la camilla… Como poco, y si
consigo salir de aquí, mi metabolismo habrá cambiado para siempre.
-Tiene razón –dice el hombre de
la pantalla que parece leerme el pensamiento-. Su obesidad mórbida le
acompañará el resto de su corta vida, porque aunque usted vende ideas de
superación y fuerza de voluntad, en realidad carece de todo eso, no posee
determinación, ni lucha por nada, ni siquiera por usted mismo. Es usted un ser
superficial que solo piensa en sacar provecho sexual de su buen aspecto, un ser
prescindible, que no aporta nada bueno a su sociedad. La próxima vez que se
permita dar consejos a alguien, piense primero si lo que recomienda lo
aplicaría en sí mismo. ¡Qué! ¿Cómo van esos dolores, querido anoréxico?
Entiendo el mensaje. Me dejo
llevar por la situación mientras el dolor me engulle, aunque el que de verdad
duele no es tanto el estómago como la conciencia. Cierro los ojos esperando que en algún
momento esta pesadilla termine.
Después de esto nunca más podré
regresar a mi trabajo en el gimnasio, y más si salgo de aquí sufriendo obesidad
mórbida. Cuando aconsejaba mal a propósito sabía que jugaba con fuego, pero no
calculaba lo que me sucedería para comprenderlo.
Y lo peor, nunca podré contar a
nadie qué me impulsó a dejar el negocio. Dirían que estoy loco. A lo mejor tienen razón.
Lo que más duele de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons
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