Para Elisa
La mujer recibió la noticia de su vida: tras años de
espera la requerían en un puesto de trabajo de la administración del estado
para cubrir una plaza durante un periodo vacacional. Ella aceptó sin pensarlo
mucho y al día siguiente firmaría el contrato feliz porque en Justicia, que era
la oposición de la que hacía más de un lustro se había examinado como agente
judicial, se habían acordado de ella, por fin.
El único inconveniente era que tenía que desplazarse a la
capital de la provincia, pero entrando en Internet supo de una residencia en
que muchos funcionarios eventuales como ella alquilaban una habitación para así
solventar el capítulo de dónde establecerse mientras durase el contrato. Llamó
y concertó su llegada para el día siguiente. Se trataba de un edificio
neoclásico con una gran escalinata flanqueada por un enorme jardín poblado de
árboles de distintas especies, aislado de la calle por una valla del mismo
estilo que el edificio que las monjas que regentaban la institución abrían y
cerraban de noche. Impresionante. Precioso. Y lo mejor, no muy caro y cerca del
trabajo.
Firmó el contrato y se incorporó a su puesto
inmediatamente.
Los días iban pasando tranquilos hasta que un nuevo
compañero llegó a su oficina. Resultó que ya se conocían de años atrás, habían
sido vecinos en su ciudad de origen, pero su relación había sido inexistente,
sólo de hola y adiós en el ascensor. Él padecía una enfermedad psiquiátrica y
formaba parte de ese tanto por ciento de personas con problemas que el estado contrata
para su inserción laboral. Se saludaron y a otra cosa. Se veían a diario. El
hombre preguntó a la mujer que qué hacía por las tardes al salir del trabajo.
Le preguntó si querría ella salir a tomar algo con él, pero Elisa le contestó
con toda la inocencia que ella prefería quedarse en casa estudiando para la
oposición que había decidido preparar y en meses iba a salir.
Resultó que Daniel, que así se llamaba el hombre, había
tomado habitación en la misma residencia que Elisa, lo que llevó a preguntarle
si ella querría bajar a la sala de televisión con él. Elisa estaba felizmente
casada desde hacía más de treinta años y su marido lo era todo para ella. De
nuevo le dijo que prefería quedarse en su cuarto estudiando, leyendo o
escuchando la radio.
Durante los días siguientes él se hacía el encontradizo
con ella continuamente, asunto al que ella no dio mayor importancia, ya que
verse por aquel Palacio de Justicia no era tan raro, pues sus dimensiones no
eran para perderse. La veía, pero no decía nada.
Cuando Elisa llevaba gran parte del contrato cumplido,
unas compañeras le contaron que Daniel había estado preguntado por ella a todo
el que veía diciendo que los dos regresarían juntos a la residencia en el coche
que él tenía y que ambos iban a celebrar el fin de su contrato. La mujer negó
diciendo que no tenía relación con ese compañero, y que no tenía intención
alguna de subirse en su coche, y mucho menos celebrar nada con él.
Ella empezó a hilar cabos. Las miradas en la cafetería de
personal sin decirle nada, las muchas veces que se lo encontraba por todas
partes. Por primera vez sintió miedo. Lo comentó con algunas compañeras en el
vestuario con las que había establecido una relación de confianza.
-Estás paranoica. Nadie te persigue. Vive la vida y
disfrútala, nada te amenaza –le decían ante los temores que ella exponía.
Aquel día salió del trabajo casi de noche, pues en su
departamento tenían mucho trabajo atrasado. Cuando llegó a la residencia, tenía
que atravesar el enorme jardín cuajado de lugares en los que ocultarse para
superar la escalinata. Cuando entró por la puerta respiró aliviada. Nada. Qué
imaginación la suya. Subió hasta su cuarto. Entró.
Se metió en la ducha. Salió. Cenó algo liviano y se tumbó
en la cama. Se fue calmando a medida que transcurría la noche.
Al día siguiente Daniel ya no estaba en el trabajo, lo
que la colmó de paz.
Pero también aquel día era casi de noche cuando se
disponía a entrar en la residencia tras la jornada laboral. Y cuando iba a
hacerlo, oh sorpresa, él le salió al encuentro.
-Hola querida -dijo- te estaba esperando.
-Lo siento, Daniel, pero no veo la razón.
-Vamos a celebrar que ya he terminado mi contrato.
-No, disculpa. No te conozco más que de vista y además no
alterno, estoy felizmente casada. Por favor, déjame pasar. Mucha suerte en tu
vida. Adiós Daniel.
Pero el hombre tenía otros planes. La atacó. La arrastró
entre los árboles y allí la golpeó hasta que ella quedó tendida inconsciente.
-Error, Elisa. Tenías que haber dicho sí, dicho sí, dicho
sí -repitió mientras se balanceaba nerviosamente de adelante hacia atrás.
Al día siguiente una de las monjas la encontró y llamó a
una ambulancia.
Pero Elisa no pudo superar la fuerza de una obsesión. Su
futuro se desarrollaría en una camilla de hospital, en un coma que ya nunca le
abandonaría. Daniel había vencido.
Nunca subestiméis la fuerza de la mente, nunca olvidéis
que lo que para unos es blanco, para otros es negro. Pero sobre todo lo que
nunca debemos obviar es la fuerza del amor enfermizo.
Demasiado
tarde para Elisa.
Para Elisa de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons
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