Relato: Una distopía no tan lejana
Aquel presidente del gobierno metía miedo. Pertenecía a esa ideología que segregaba, dividía, discriminaba y exprimía el dinero, la moral y la vida de los que no pensaban así. Su aspecto era terrible: Una cara larga acanalada por arrugas profundas y con grandes ojos estrábicos; una boca superlativa en la que los dientes sobresalían y sus colmillos, torcidos e indiscretos, parecían esperar un cuello al que echar el diente; unas orejas de soplillo y enorme tamaño; una calvicie más que evidente sobre una base canosa; unas narices enormes, anchísimas y llenas de viruelas. Una sonrisa estentórea permanente y una de sus cejas hacia arriba como cuestionándoselo todo. Una barba de chivo incipiente y tan áspera como su carácter. Y bajo esa asimetría que lo convertía en un ser difícil del ver, se escondía una personalidad abyecta, que ejercía de político pero que en realidad sólo deseaba llenar sus arcas personales de dinero de la forma que fuera, total, él mismo se había dado las leyes que lo protegerían en caso de ser cazado en algún renuncio ante una sociedad cada vez menos crítica, más preocupada por mal sobrevivir que por la actividad de sus mandatarios. La democracia se había ensañado aquella vez con los ciudadanos.
-Éste es el último invento, señor. Es tal y como nos lo pidió. Vea.
La pantalla del ordenador mostró una sociedad virtual formada por personas aparentemente felices y bien vestidas que paseaban por las calles portando una pequeña mochila a la espalda, de la que salía un tubo que iba directamente conectado al cuello de cada uno a través de un chip.
-El dispositivo va conectado directamente desde la mochila directamente al cuello, así los controles serán muy precisos.
-¿Y está en la mochila? ¿Se puede mojar?
-Sí, está recubierto por una superficie plástica que lo aísla de la humedad y otras circunstancias climáticas. La señal con las mediciones llega a la base de datos de la matriz que está aquí mismo, en el Ministerio. El tubito que sale de la mochila va conectado al cuello mediante un collar ceñido con un chip que capta las entradas de aire que se produzcan por la nariz o por la boca, es indiferente. Pero hay más. Si algún ciudadano no paga su recibo, mire lo que pasa…
En la pantalla las personas seguían paseando por la calle tranquilamente y portando la pequeña mochila. De repente se vio cómo una de ellas se desplomaba directamente sobre la acera. El hombre se cogía a sí mismo por el cuello y pataleaba en clara señal de lo que le estaba pasando: se estaba ahogando, sin más. En pocos instantes había muerto.
-Se les envía un requerimiento de pago hasta en dos ocasiones, y si no abonan el precio estipulado con arreglo a su consumo y los peajes correspondientes que usted establecerá, se les corta el suministro. El chip del cuello les ahoga, literalmente.
-Buen invento éste –comentó el presidente-. Nos vamos a hacer de oro con lo que nos dé. Enhorabuena. ¿Policía? Hay una persona amenazándome. Vengan a sacarlo de aquí enseguida.
-Sabes demasiado. Policía, está aquí, pasen deprisa. Enciérrenlo.
-Muy bien, pero que muy bien –musitó el presidente mientras se mesaba su corta barba de chivo-, muy buena idea la de los contadores de oxígeno. Tendrán que pagar porque les irá la vida en ello.
Y soltó una risa sardónica que hizo marchitarse al pequeño ramo de flores que hasta entonces lucía ajeno a todo en un florero sobre la mesa.
Estábamos perdidos. Una forma de robo legal más. Del científico que había creado el invento de extorsión nunca más se supo. La guerra iba a ser inevitable.
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Una distopia no tan lejana de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons