¿Y si…?
El
viento movía los pinos nevados. El frío parecía todavía más intenso ante el
cielo despejado. Ni una nube osaba interponerse entre Ingo, y el universo. Se
había enamorado de las estrellas desde el primer día que las vio.
-¿Qué
es eso que brilla tanto, papá? –preguntó el chico, un rubito de grises ojos angelicales
de apenas cinco años.
-Son
planetas o estrellas, que brillan para nosotros y nos proporcionan este
panorama tan extraordinariamente bello.
-¿Y
nada más? –preguntó Ingo, todavía intrigado.
-Sí,
hay un secreto. Pero si te lo cuento debes evitar contarlo, o las consecuencias
serán malas solo para ti. Sólo podrás contárselo a tu hijo mayor, como hago yo
ahora.
-¡No lo
contaré! Te lo prometo, papá –dijo enseñándole las manos para demostrar que no
estaba cruzando los dedos.
-Está
bien. Las estrellas poseen planetas a su alrededor, lugares que no podemos
visitar físicamente porque están muy lejos y nuestra tecnología todavía no
sirve para realizar viajes tan largos.
-Ya…
-Pero
hay una forma. Una forma secreta y que funciona de manera diferente en cada
persona.
-¿Sí?
¿Y cuál es?
-Son los
lugares donde ocurren los sueños.
-¿Mis
sueños ocurren en una estrella?
-O en
un planeta desconocido.
-¡Pero
mis sueños suceden todos en la ciudad!
-Fíjate
bien cuando sueñes si no ves cosas, calles y edificios distintos de la
realidad.
-Ahora
que lo dices… sí. Es como una mezcla de ciudades que he conocido antes de
verlas en las vacaciones con vosotros o por la tele, aunque hay muchas calles,
parques y puentes que no sé de dónde salen.
-¿Lo
ves? Tú vas siempre al mismo planeta, y lo estás explorando bien. Sería
interesante saber cuál es. A lo mejor podemos buscarlo y verlo por el
telescopio.
Ingo
miró hacia arriba y se quedó pensativo unos instantes, sin decir nada.
-¿Sabes
qué? ¡Creo que voy a irme a la cama a ver si vuelvo al mismo planeta o me voy a
otro!
-¡Maravillosa
idea, Ingo! ¡Investiga sobre su nombre! –le dijo a su hijo mientras le besaba
para darle las buenas noches.
-Lo
intentaré. ¡Buenas noches, papá!
El
hombre se levantó de la silla y entró en el salón para prepararse una copa.
Mientras
daba vueltas a los hielos del gin-tonic, pensó: “Qué exigente es ser padre,
lo que tengo que inventarme para que se vaya a la cama sin montar el numerito.
A ver si esta idea le dura”, dijo mientras apuraba la copa de un trago.
Pero en
su interior había nacido la duda. ¿Y si lo que había revelado era un arcano que
servía de llave para descubrir los secretos de la mente humana? ¿De dónde le
vino a él semejante idea, de una zona planetaria de sueños? ¿Sería como un
universo paralelo al que vamos cuando dormimos? Tampoco es que él gozara de una
imaginación especialmente dotada.
Ahora
que lo pensaba, tampoco él identificaba la tierra a la que viajaba por las
noches.
Posó
vacilante el vaso semivacío sobre la mesa baja del salón. Cerró la puerta de la
terraza donde la velada seguía siendo clara. Enfiló a su habitación.
Esa
noche intentaría aclarar el misterio. Entre almohadas.
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