Ilusiones sobre
una pared
París,
28 de diciembre de 1895
Salon Indien du Grand Café del Boulevard
des Capucines
-Estoy
muy nerviosa. No sé muy bien lo que nos van a ofrecer hoy aquí –dijo la mujer
mientras buscaba acomodo en la sala de aquel gran café parisino.
-Oh,
querida, no te preocupes. Se dice que es un gran invento que nos dejará a todos
con la boca abierta. Ten paciencia. Nos han invitado por algo.
-Espero
que no se trate de algo pecaminoso que ponga en peligro nuestra integridad
moral, Georges.
-No
te preocupes tanto, Eugènie. Mira, han llegado.
Dos
caballeros pulcramente vestidos se acercaron a un aparato de madera sostenido
en el aire en un soporte de tres patas también de madera que se encontraba en
la parte posterior de la sala, atestada de gente que esperaba aquel estreno
como algo, se decía, que podía cambiar el mundo. Se apagaron las luces del
local, lo que arrancó una exclamación de todos los concurrentes, que
conformaban la flor y nata de la alta sociedad parisina.
En
medio de la oscuridad, una sola luz salió en línea recta hacia la pared. Y
entonces ocurrió. Una serie de imágenes surgieron milagrosamente dibujadas en
aquella pared. Todos exclamaron sorprendidos. Aquello parecía magia. Se trataba
de las imágenes en blanco y negro de un grupo de trabajadores saliendo de una
fábrica.
-¿Qué son? -preguntó Eugènie que parecía no entender de qué iba todo aquello.
-Son
imágenes de personas que están ahí
aunque no están en realidad, pero que sin duda existen en alguna otra
parte. Creo que son sus representaciones. Es fascinante.
-Parece
como si un daguerrotipo hubiera cobrado vida. ¡Mira, ahora sale un tren! Georges,
esto es fabuloso –dijo la joven que comenzaba a comprender.
Una
proyección más para terminar. Un señor regaba su jardín, y le pasaba de todo,
un chico le pisaba la manguera para interrumpir el trabajo del jardinero, un
hombre mayor seguía la misma broma. El jardinero terminaba mojado y mojando a
todo el que pasara por allí. La escena arrancó algunas carcajadas del
respetable.
A Eugènie
se le pasó algo por la cabeza.
-No sé si esto tiene algún sentido, pero te lo voy a contar, querido Georges. En esas imágenes ellos han pactado lo que debe ocurrir. Yo puedo escribir historias que pueden ser igualmente proyectadas en la pared. ¿No conoces a esos señores? ¿Podrías hablar con ellos?
Eugènie
no sabía bien lo que acababa de decir. A Georges se le encendió una bombillita.
Méliès, que era el apellido del marido de la inspirada joven, dio un respingo.
Iba a nacer el cine como forma de ocio y cultura. El cine que cuenta cosas.
Sin
saberlo, Eugènie con su idea acababa de plantar en el corazón de un pionero
como su marido el germen del cine de ficción.
Y
es que algunas ideas que parecen absurdas acaban por cambiar el mundo. Aquel
día nacieron las ilusiones de la fábrica de sueños. El nacimiento del cine. Casi
nada.
Obreros
saliendo de la fábrica:
Llegada
del tren:
El
regador regado:
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