Relato: ¿Salvados?
El coche frenó bruscamente, pero el conductor no anduvo vivo y se le fue de la calzada. Cuando él y el otro ocupante quisieron darse cuenta, medio automóvil colgaba peligrosamente de un enorme farallón hacia abajo. Oscilaba amenazante hasta que por fin paró de zarandearse y se estabilizó.
-¡Pásame ese martillo, deprisa, que nos caemos! Menos mal que tengo aquí mi material de escalada de los domingos. Clavaré unas puntas, después pasaré esa cuerda y…
-¿Y no sería mejor intentar salir del coche sin más, abrir la puerta y salir?
-Si salimos bruscamente, todo caerá, y nosotros también.
-Espera. Yo tengo una solución más sencilla.
El copiloto sacó un silbato de su bolsillo y lo hizo sonar. Al momento ocurrió algo que ni su compañero de viaje ni nadie más sabía, que él guardaba un as en la manga. Un caballo blanco alado llegó volando hacia ellos.
-No puede ser… ¿qué es eso? –preguntó él, fuera de sitio. Ese animal no existe.
-No es un animal. Es un dron. No alucines tanto.
-¿Un dron con forma de Pegaso?
-Eso es. Llevo toda la vida trabajando para conseguir una maravilla como esa. Cuando tú salías de marcha y yo me quedaba en casa, trabajaba en él. Cuando tú te ibas de vacaciones y yo no te acompañaba, trabajaba en él. Pero ya lo he terminado y funciona.
El caballo se acercó a los dos hombres que permanecían dentro del coche que amenazaba con caer al vacío. Ambos saltaron a la vez a su grupa ayudados por un brazo biónico que les ayudó a acomodarse adecuadamente.
Entonces, el coche se precipitó hacia las fauces del mar.
Los hombres cabalgaron en el dron pegaso hacia un lugar indefinido. Nunca más se supo de ellos. El inventor ignoraba que su obra no era más que una idea que alguien desde otra parte de la galaxia le había inculcado durante sus sueños para atraerlo hacia sí. Sin embargo su amigo sobraba, no entraba en aquel ataque a la libertad, por lo que, antes de llegar a destino, el pegaso sacó su brazo biónico, tomó al hombre en volandas y lo lanzó en medio del mar. El inventor, horrorizado por lo que acababa de ocurrir con su hermano, trataba de dominar la consola insertada en la cerviz de su invento bajo la falsa piel, pero éste parecía actuar de forma independiente: sabía a dónde iba. Y cabalgaba las nubes a tal velocidad que el hombre empezaba a notar la falta de aire.
Cuando el inventor miró al lugar al que el dron se dirigía sintió un escalofrío, pero antes de ver algo más sufrió un desvanecimiento que le dejó sin sentido durante la última parte del viaje. Una nave interestelar le esperaba con sus puertas abiertas, ya casi en los límites de la atmósfera. Unos seres de aspecto extraño aguardaban bajo el umbral de la puerta.
-Ya está aquí –dijeron en un lenguaje ininteligible para el recién llegado-. Ya no saben vivir sin la tecnología. Éste nos facilitará aún más las cosas. Un científico más para los miles que ya trabajan para nosotros. ¡Todos preparados! ¡Ya llega el siguiente! ¡Soldados, en formación!
-Perfecto –contestó otro que parecía estar por encima en el escalafón social-. La rebelión de las máquinas se acerca, y nos allanará el camino. Pronto el planeta azul será nuestro.
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