RELATO: MELENAS
Melenas había nacido libre. Era un caballo de hermosa planta, alto, fibroso, de brillante piel negra y largas crines. Melenas sabía correr como el viento, alzarse de manos hacia las nubes y rodearse de otros que, como él, sólo aspiraban a vivir en la naturaleza, felices. Melenas trotaba, pastaba y amaba tiernamente a Lunita, la yegua por la que había abandonado a sus padres. Melenas y Lunita tenían dos preciosos potrillos que crecían felices a su lado. Pero un día unos hombres que pasaban por aquellas praderas americanas lo vieron, y, sin piedad, le tendieron una emboscada. Lunita pudo escapar, pero Melenas fue secuestrado y llevado a un rancho lejano. Ya no era libre. Ya no era feliz.
Una vez allí recibió golpes en su grupa que un hombre de facciones duras le propinaba con una fusta, hasta que le hacía sangrar, así una jornada tras otra. Melenas se cansó de tanto dolor gratuito y un día decidió rebelarse y golpeó al hombre con sus dos patas de atrás, el cual cayó con tan mala suerte, que dio con la cabeza en una piedra y perdió el conocimiento. Nuestro amigo se marchó hacia el otro lado de la zona acotada por altas vallas donde otros caballos pastaban tranquilos. Nadie lo había visto, pero el hombre sabía lo que había ocurrido. Cuando llegaron otros humanos a ver qué había pasado y se encontraron con aquello, decidieron que debían castigar a aquel díscolo que sólo echaba de menos a su manada pero sobre todo, a su libertad. El hombre al despertar contó que el caballo le había coceado, sin darse cuenta de que él sólo reclamaba mejor trato, y desde luego, regresar con su familia a su tierra con la que soñaba cada noche.
Mientras tanto, Lunita oteaba cada día el horizonte esperando verlo regresar, pero siempre volvía al seno de la manada triste, aunque sin perder la esperanza. Sabía que era tan fuerte su amor que él nunca se daría por vencido.
A Melenas lo amordazaron para que no relinchara, le redujeron el tiempo de pasto y de abrevadero, y lo sometieron a trabajos forzados en los campos durante tres años, convirtiéndolo en un esclavo. Melenas miraba hacia las estrellas y les pedía que un día aquello se acabara, que aquel abuso absurdo debía terminarse, y que si no podía regresar con los suyos, recibiría a la muerte con agrado. Cualquier cosa antes que continuar así. Los días resultaban muy duros y los castigos corporales y la reducción de su sustento seguían torturándolo. Pero al comprobar que la muerte no llegaba, se acrecentaron las ansias de Melenas por recobrar su libertad perdida y el amor de los suyos.
Un día, otro hombre de largos cabellos como el enflaquecido y avejentado Melenas, que se vestía con un taparrabos y llevaba una pluma en la cabeza lo vio, y se apiadó de él, pues era el caballo de peor planta de la manada cautiva en aquel lugar. Aquella noche lo sacó subrepticiamente de aquel cercado y se lo llevó.
Pero, para sorpresa de Melenas, una vez lejos de aquel rancho, el hombre se bajó de su grupa y lo animó a marcharse. Melenas agradeció el gesto de aquel humano diferente con una caricia de su hocico en el rostro del hombre y se marchó, con energías renovadas en busca de Lunita y sus potrillos, a los que a buen seguro ya casi no reconocería.
El reencuentro fue un estallido de felicidad para toda la manada, a pesar del lamentable estado físico del caballo. Melenas y Lunita recobraron su vida, su amor, libres de humanos que coartaban las libertades, pero agradecidos a otros que sí las protegían.
When all else fails,
you can whip the horse's eyes,
and make them sleep,
and cry…
Jim Morrison
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