La dama
de la lámpara
-No,
hija. No lo permitiré. No nos dejarás en vergüenza. Ninguna mujer de nuestra
posición estudia, y menos para trabajar después, al contrario, la gente trabaja
para nosotros y no al revés.
La
madre de Florence se enfureció. Definitivamente su hija se había vuelto loca.
En el siglo XIX ninguna mujer había solicitado a sus padres semejante cosa.
-Pero madre… he sentido la llamada de Dios, y me
pide que me dedique a lo que te he dicho.
-¡No admiten mujeres en la escuela de
enfermería! ¿Es que no lo sabes?
-Pues yo seré la primera. Y asistiré a las
clases aunque tenga que vestirme de hombre para lograrlo. Me pondré ropa de
padre si es menester.
-No. Antes te quito de en medio, te mando con tu
hermana a su casa de campo y te hago encerrar, fíjate lo que te digo. No irás a
esa escuela. Te hemos educado para ser esposa y madre con alguien de tu misma
posicion social, que es lo que te corresponde. Nadie en nuestro círculo
entendería otra cosa.
-Madre, por lo menos escúchame. He viajado. He visto
las condiciones en que están muchos hospitales y creo que tengo la clave para
mejorarlos. Puedo salvar vidas.
-¿Tú? ¿Y qué puedes aportar tú a la medicina que
no sepan nuestros muy reputados y bien preparados médicos?
-Pues, entre otras cosas, un detalle que ellos
no tienen en cuenta precisamente por no ser mujeres. He observado que en las
casas más limpias no suelen desarrollarse ciertas enfermedades. Eso mismo es lo que quiero aplicar en los hospitales, especialmente en los hospitales de campaña.
La desinfección es fundamental. Yo lo creo así. Muchos chicos heridos en la
guerra podrán regresar a casa a pesar de sus heridas.
-¡No! No me convences. Te vas al campo con tu
hermana.
-No
has entendido nada, madre. No te estoy pidiendo permiso para estudiar y ayudar
con mis conocimientos. Solo te lo estoy anunciando. La decisión está tomada y
nadie me lo impedirá, ni siquiera tú.
Afortunadamente la joven Florence Nightingale no
hizo caso a su madre y finalmente se salió con la suya. Estudió enfermería y enseguida se
puso a trabajar, fue la primera mujer que oficialmente ocupó su tiempo en el
noble oficio de curar. Mejoró las condiciones de salubridad de los hospitales,
los rediseñó para luchar contra los gérmenes, lo que salvó muchas vidas, y
utilizó su dulzura para animar a los enfermos a curarse, manejando la psicología
para colaborar en el restablecimiento de los enfermos. Pensaba que la recuperación
comenzaba en la salubridad de los hospitales, pero también en la cabeza de los aquejados
por la enfermedad. Se especializó en enfermería de campaña tras su estancia en
la guerra de Crimea. Impulsó la enfermería como profesión y modernizó sus
bases.
Desde entonces miles de mujeres siguieron
su ejemplo.
Ella
recorría cada noche las estancias de los hospitales en que trabajaba, efectuaba
su ronda nocturna portando un candil, y desde entonces todos la conocían como
“la dama de la lámpara”.
A
veces ser rebelde supone un gran avance para la humanidad. El mundo se congratula de
la existencia de rebeldes como ella. Que cunda el ejemplo.
La dama de la lámpara de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons
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