Coly Breeh
Se
hizo de noche. La joven caminaba despacio, mirando hacia todos los lados,
sentía el frío del anochecer y algunas miradas puestas en ella. Regresaba a
casa tras un día de instituto agotador. Sabía que no estaba sola, en ese camino
entre árboles nunca lo estaba.
Las sombras se alargaban a medida que ella iba
avanzando. Los árboles se estiraban para hacer que la penumbra se espesara, y
así disuadir a otros de tomar aquel atajo. Graznidos, rugidos, ladridos,
aullidos. Todo eso se oía. Y entre todo eso, un cri cri cri mezclado con
llanto. Y entre ese llanto, más cri cri cri mezclado con graznidos, rugidos,
ladridos, aullidos. La chica recorría todos los días ese mismo camino pues por
él se ahorraba veinte minutos entre clase y casa. Sus amigas vivían en otros
barrios de la ciudad, por lo que siempre hacía el mismo recorrido ella sola.
Un
día los cri cri cri se convirtieron en suspiros. Mery, que así se llamaba la
joven, se paró cuando los escuchó. Miró bien a su alrededor, pero no veía quién
podía encontrarse allí aparte de ella misma. Echó a andar, pero los suspiros
arreciaron. Entonces ella lo vio. Se trataba de un pequeño ser de sexo
aparentemente femenino, de blanco y largo vestido, que no abultaba más que una
salchicha pequeña. El ser se mantenía en el aire merced a unas pequeñas y
transparentes alitas que se movían tan deprisa que resultaba imposible contar
sus aleteos.
-¿Qué eres? –preguntó la joven.
-¿Qué eres? –preguntó la joven.
-Soy Coly Breeh, espíritu de las aves pequeñas.
Cuido de ellas, las ayudo. Soy uno de los suyos –dijo suspirando.
-Hola Coly Breeh, yo me llamo Mery. ¿Eres un
hada? No te haré daño, al contrario, me fascina verte. ¿Qué te pasa?
-Mi vestido… me he enganchado con esas ramas y
se ha roto. Necesito uno nuevo, o mis compañeras no me reconocerán al regresar
a casa al amanecer. Nos exigen ser cuidadosas con la ropa, pero yo soy tan
despistada y patosa, que me van a abroncar. No me libraré.
-Bueno… tal vez yo pueda hacer algo. En casa
tengo vestidos de muñecas con las que ya no juego, pero a ti te sentarían de
maravilla. No los necesito. Si me sigues, te los daré.
-De acuerdo. Te seguiré, pero si veo humanos, me
esconderé. Ellos no deben verme. Y tú no debes contar a nadie que me has visto.
Ni siquiera para aumentar tu baja popularidad.
-¿Cómo sabes eso?
-Fácil. Todos los días vienes por aquí tú sola.
Nunca te acompaña nadie. No tienes demasiados amigos.
-Es cierto. No soy muy sociable, y mis pocos
amigos viven en la dirección opuesta. ¿Si yo te ayudo me ayudarás a mí a
arreglar mi problema?
-Sí,
pero vamos ya. Se hace muy tarde para ti.
Caminó
sola, mientras el hada la seguía ocultándose entre hierbas y árboles, volando
incansable. Llegaron a la casa. Su madre no se encontraba en ella en aquellos
momentos. Mery entró y el hada la siguió hasta su cuarto. Allí abrió un armario
de muñecas, lleno de ropa de todo tipo. Coly Breeh se mostró sorprendida y a la
vez encantada con aquel espectáculo.
Sin embargo, la joven era humana y por ello crecía en ella el germen de la abyección. Su baja popularidad en el colegio había encendido en ella la llama de la maldad, la traición se instaló en su corazón. Decidió otro destino para el diminuto espíritu del bosque. Mientras veía al hada revoloteando entre los vestidos y escogía uno blanco de fiesta muy largo y amplio, la encerró en un tarro de conservas vacío. Cerró la tapa. Ya tenía argumentos para que todos le hicieran un poco de caso al día siguiente. El ser miraba a la joven desde dentro sin rebelarse, en realidad no lo necesitaba, solo pensaba en la pena que le daba la pobre chica. Sin embargo en el mundo natural la traición se paga cara.
Tratar de cazar un hada es imposible. Cuando al día siguiente la madre entró en
la habitación de Mery para despertarla, ahogó un grito cuando vio lo que allí
había sucedido. El armario de los vestidos de juguete se encontraba vacío, la habitación lucía revuelta, la
ventana abierta de par en par con las cortinas volando al viento, y su hija
dormía, pero su tamaño había disminuido hasta el del hada, que había huido con
su botín.
Mery era la cazadora cazada. Y es que entre otros poderes, las hadas pueden ver las intenciones de los humanos y anteponerse a ellas. Y ella necesitaba aumentar su popularidad, lo que puso a Coly Breeh sobre aviso.
Método inadecuado. Aviso a transeúntes de bosques y zonas solitarias: no molestes al espíritu del bosque, aunque él se muestre ante tus sorprendidos ojos.