Lo incomprensible
La
madre entró en la habitación de su hijo de once años sin llamar. Siempre había
tenido ese defecto. Pero lo que vio le cerró la boca. Varios días antes se
había dirigido a él, intrigada.
-¿Con
quién hablas cuando estás en tu cuarto? Que yo sepa no te he comprado un móvil.
Sabes que no lo tendrás hasta los catorce años.
-Pero sí tengo ordenador, y una buena
conexión a internet. No puedo decirte más.
Y
así había acabado la conversación. Estaba claro que su hijo hablaba con alguien
desconocido a través de la pantalla. Aquel día no dijo nada más, pero siempre
tuvo la mosca detrás de la oreja. Y cuando aquella tarde le oyó hablar de
nuevo, no pudo reprimirse y entró. Y, como decía, lo que vio le aterrorizó.
El
monitor mostraba la imagen de un ser que no llevaba ropa, era alargado de
talle, de piel marrón claro, con unas grandes orejas de soplillo que salían al
menos quince centímetros de la cabeza, que carecía de pelo, y cuya boca era
circular, y su nariz era un tubo acabado en un anillo grueso en la punta. Los
ojos eran grandes y almendrados. Parecía estar sentado, y hablaba cuando ella
entró. Su
voz era gutural, probablemente como consecuencia de aplicarle un programa decodificador
y un traductor al castellano. La voz sonaba distorsionada.
-No te preocupes, X-19, se trata de mi madre. No
puede estarse quieta.
-¿Qué es eso? –preguntó ella visiblemente
inquieta.
-Mamá, te presento a X-19, mi amigo de las
estrellas. Es extraterrestre.
-En… cantada –contestó sin saber bien cómo
reaccionar.
-Mamá, X-19 y yo llevamos días charlando sobre
cómo es la Tierra y cómo somos nosotros los terrícolas. Pero hay cosas que a él
le cuesta entender.
-No entiendo concepto tuyo de vida. Tú explica
–dijo el ser.
-Pues es así. El planeta está dividido en
trozos. Cada uno nace en un trozo y digamos que ese ser pertenece a ese trozo.
-¿Trozos?
-Sí, pedazos de tierra, porciones… se dice de
muchas maneras: países, naciones, regiones. Todo eso es porque cada trozo habla
una lengua distinta y sus costumbres también sos distintas.
-Eso entiendo. Pero no entiendo tú naces en
trozo y no puedes ir a otro trozo.
-No puedes sin unos papeles, unos documentos que
te piden. Si vas a otro trozo sin pasaporte o visado, no te dejarán pasar,
aunque en tu trozo haya guerra, no quede nada que comer o corras peligro.
-¿Pero no ser todos habitantes de planeta? ¿Para
andar por planeta necesita papeles?
-Eso es. Ya lo vas entendiendo.
-Tú dijiste antes, “no quede nada que comer”.
¿No comen todos?
-No. En la Tierra hay unos pocos seres que
tienen el acceso a toda la comida, pero la mayoría pasa hambre y muere por eso.
-No
entiendo si hay comida porque no todos comen.
La
madre empezó a sentirse más cómoda al comprobar que el ser se sorprendía de los
defectos y desigualdades de este mundo.
-Porque unos pocos poseen la riqueza y explotan
al resto para conseguir dinero para comida.
-¿Dinero qué es?
-Es… uff…
-Deja que yo te ayude –dijo la madre-. Dinero
son trozos de papel o piezas de metal fundido a los que se le da un valor. La
gente trabaja para conseguirlos, y luego tú vas a algunos sitios con esos
papeles o esos trozos de metal y los das a cambio de comida y lo que necesites.
¿No pasa lo mismo en tu mundo?
-No, mamá –dijo el ser, pensando que aquel era nombre
de la mujer-. Nosotros comemos. Todos comemos. No dinero. No trozos. Nosotros
andamos libres por planeta. No papeles. Nosotros nacemos, crecemos, tenemos
hijos, y comemos siempre. No trabajar, sólo vivir, comer, viajar. Quien quiere
hace cosas, quien no quiere no hace.
-¿Y os matáis entre vosotros? Nosotros sí. Hemos
inventado la guerra. En la guerra muere mucha gente. Mueren niños. Eso es lo
peor.
-¿Matáis? ¡No, matáis no! Nosotros tenemos paz.
No daño, no enfados. Cuidamos niños, amamos. Amamos a todos. Vivimos muchos
siglos. Yo tengo doce.
-¿Doce siglos? ¿No tenéis enfermedades?
-Doce. No enfermedades.
-¿Y religiones? ¿Tenéis dioses?
-No. ¿Qué es “dioses”?
-Si no los tenéis, mejor que no empecéis con
eso. Os va mejor así, créeme.
-Yo
veo que no quiero planeta con enfermedades, guerras, trozos, hambre. No ir a la
Tierra. No entendemos.
La madre y el chico se miraron. Tampoco lo
entendían. El ser dijo adiós y ya nunca volvieron a saber de él.
Pero la conversación se quedó para siempre
en el corazón de ambos. Había planetas en los que la gente no poseía la tierra,
era de todos por el simple hecho de haber nacido, y por ese mero hecho también
se comía, todos lo hacían. Y no conocían las guerras, los territorios, el
dinero que todo lo corrompe, las religiones que siempre han sido causa de
desencuentros entre los seres humanos. Todo ello convertía al planeta de los
humanos en una sociedad incomprensible para otras civilizaciones.
Para ellos y también para los atribulados
habitantes de la Tierra.
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