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jueves, 21 de enero de 2016

¡Corre, Lizzy, corre!




¡Corre, Lizzy, corre!

Detroit, 2023



-¡Ven, deprisa, por aquí, escóndete!
Un joven de apenas diecinueve años trataba de ayudarla. La perseguían. 

Tiró de su brazo hacia sí, sacándola de la vista de sus perseguidores. La ocultó en un escondrijo que conocía entre aquellos añejos restos de arqueología industrial, una vieja fábrica de luz abandonada desde hacía décadas. Todo el hierro había sido sustraído en una rapiña constante, pero las paredes y estructuras seguían en pie, aunque sin techo, lo que convirtió aquel lugar en un extraño reducto en el que la naturaleza verde y el ladrillo se mezclaban en insólita armonía, convirtiendo el lugar en un dédalo inmenso.


-¿Quién eres? ¿Por qué me ayudas? –preguntó ella, todavía asustada-. Soy Elizabeth.
-No importa quien soy yo, Lizzy. Y no te ayudo, me ayudo a mí. Cuanto menos sepas, mejor. Calla. Ya llegan.
El joven sacó una pistola. Quitó el seguro. El clic hizo temblar a la chica.
Era un grupo de once pistoleros a sueldo y varios operadores y técnicos de televisión.
Doce concursantes armados al estilo Rambo. Corrían, miraban, lo escudriñaban todo. Se jugaban algo importante, no dinero, ni fama, sino al contrario, su reputación de matones les podría suponer integrarse en alguna mafia. Para eso concursaban, era como un examen de ingreso, como un casting macabro. Se trataba de un black reality. El premio era cazar a Lizzy, una víctima elegida al azar. El pecado de la chica había sido estar en el sitio inadecuado en el momento inadecuado.
El ganador de la IX Edición, el joven escondido a su lado.





¡Corre, Lizzy, corre! de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons



miércoles, 13 de enero de 2016

David

Feliz año a todos.

Regreso con una nueva historia en este recién comenzado 2016, que no ha empezado muy bien. En cuestión de una semana dos referentes musicales se han ido para siempre: el cañero e inigualable Lemmy Kilmister y mi muy valorado y muy querido David Bowie. Mi sensibilidad está a flor de piel, y mi cuento de esta semana no podía dejar esta circunstancia sin mención. Mi homenaje a ellos. Nos veremos, chicos.



David


Un joven.
Una ventana.
Una estrella.
Una luz.
Una nave.
Una puerta.
Un ser.




Un joven asustado.
Una ventana reveladora.
Una estrella resplandeciente.
Una luz viajera.
Una nave aterrizada.
Una puerta abierta.
Un ser brillante.

Un joven asustado con la boca abierta.
Una ventana reveladora batiendo las contras.
Una estrella resplandeciente que se acerca en silencio.
Una luz viajera que surge de la nave.
Una nave aterrizada en pleno campo.
Una puerta abierta que muestra una luz cegadora.
Un ser brillante desciende de la nave.
-David. Debes regresar. Venimos a buscarte.

El joven siguió al ser de luz sin hacerse esperar, apenas tenía 69 años.
El mundo cayó en la oscuridad  y las lágrimas mientras la nave regresaba al éter sin conceder despedidas.
El joven regresó a donde había venido. A las estrellas.
-¿Es aquella estrella de allí, papá?
-Sí cariño, aquella es la estrella de David –respondió el padre, sin poder reprimir una lágrima.



A David Bowie, uno de mis padres musicales y fuente de constante inspiración, al día siguiente de su muerte, acaecida el 10 de enero de 2016. Te echaremos mucho de menos en esta tierra tan escasa de genios como el tuyo. Feliz viaje, hombre de las estrellas.





David de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons


jueves, 17 de diciembre de 2015

El sentido de su vida




El sentido de su vida


Cada noche miraba al cielo a través de las gastadas ventanas de madera. Esperaba ver algo extraordinario, algo que le sacara de su triste rutina, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Su empleo como operario en una cadena de montaje de una fábrica de coches, le sumía en la infeliz impresión de que su existencia no podía servir sólo para hacer siempre exactamente lo mismo, día tras día, año tras año, toda la vida, su única vida. 

Tras una jornada más de agotadora rutina, ya en el lecho, cuando estaba a punto de dormirse sintió que algo tiraba del él hacia arriba, tanto, que se vio flotando fuera de su cuerpo mientras aquel parecía tranquilamente dormido. Se rehizo del susto y decidió dejarse llevar. Volaba etéreo, sin frío ni calor, ni hambre ni sed, sólo una ligera calidez que elevaba y embelesaba. Voló durante instantes que parecieron días, recorrió el mundo y acabó flotando en el espacio exterior, buscando descanso sobre una estrella. Se asomó a una que no era el sol, y miró hacia uno de sus planetas. Se parecía a la Tierra. Era azul y marrón. Mar y tierra.
Se asomó y lo que vio le sorprendió: un planeta con ciudades integradas en la naturaleza, con tecnología ecológica, gentes que caminan y se saludan sonrientes, niños jugando en maravillosos jardines… El hombre era feliz al ver aquello, y sin haberlo previsto pensó que quería quedarse allí, en ese paraíso.

Cuando se disponía a proyectarse sobre el planeta, un tirón muy fuerte le devolvió a la cruda realidad. Despertó en su cuerpo, un tanto mareado y sorprendido por lo que había visto. Entonces sintió la necesidad de saber en qué estrella había estado, así que se asomó a la ventana, sacó su viejo telescopio y comenzó a escudriñar el universo en busca de aquel planeta de ensueño.
 

Desde entonces su vida había cobrado un sentido. Se convirtió en un astrónomo aficionado muy valorado entre la comunidad científica. Su trabajo en la fábrica dejó de atormentarle. La solución a su monotonía la tenía delante: el cielo.




Y con esto os dejo hasta después de las fiestas. ¡Nos vemos en 2016! ¡Divertíos!







El sentido de su vida de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons

jueves, 3 de diciembre de 2015

Lo incomprensible




Lo incomprensible


La madre entró en la habitación de su hijo de once años sin llamar. Siempre había tenido ese defecto. Pero lo que vio le cerró la boca. Varios días antes se había dirigido a él, intrigada.
-¿Con quién hablas cuando estás en tu cuarto? Que yo sepa no te he comprado un móvil. Sabes que no lo tendrás hasta los catorce años.
-Pero sí tengo ordenador, y una buena conexión a internet. No puedo decirte más.
Y así había acabado la conversación. Estaba claro que su hijo hablaba con alguien desconocido a través de la pantalla. Aquel día no dijo nada más, pero siempre tuvo la mosca detrás de la oreja. Y cuando aquella tarde le oyó hablar de nuevo, no pudo reprimirse y entró. Y, como decía, lo que vio le aterrorizó.
El monitor mostraba la imagen de un ser que no llevaba ropa, era alargado de talle, de piel marrón claro, con unas grandes orejas de soplillo que salían al menos quince centímetros de la cabeza, que carecía de pelo, y cuya boca era circular, y su nariz era un tubo acabado en un anillo grueso en la punta. Los ojos eran grandes y almendrados. Parecía estar sentado, y hablaba cuando ella entró. Su voz era gutural, probablemente como consecuencia de aplicarle un programa decodificador y un traductor al castellano. La voz sonaba distorsionada.
-No te preocupes, X-19, se trata de mi madre. No puede estarse quieta.
-¿Qué es eso? –preguntó ella visiblemente inquieta.
-Mamá, te presento a X-19, mi amigo de las estrellas. Es extraterrestre.
-En… cantada –contestó sin saber bien cómo reaccionar.
-Mamá, X-19 y yo llevamos días charlando sobre cómo es la Tierra y cómo somos nosotros los terrícolas. Pero hay cosas que a él le cuesta entender.
-No entiendo concepto tuyo de vida. Tú explica –dijo el ser.
-Pues es así. El planeta está dividido en trozos. Cada uno nace en un trozo y digamos que ese ser pertenece a ese trozo.
-¿Trozos?
-Sí, pedazos de tierra, porciones… se dice de muchas maneras: países, naciones, regiones. Todo eso es porque cada trozo habla una lengua distinta y sus costumbres también sos distintas.
-Eso entiendo. Pero no entiendo tú naces en trozo y no puedes ir a otro trozo.
-No puedes sin unos papeles, unos documentos que te piden. Si vas a otro trozo sin pasaporte o visado, no te dejarán pasar, aunque en tu trozo haya guerra, no quede nada que comer o corras peligro.
-¿Pero no ser todos habitantes de planeta? ¿Para andar por planeta necesita papeles?
-Eso es. Ya lo vas entendiendo.
-Tú dijiste antes, “no quede nada que comer”. ¿No comen todos?
-No. En la Tierra hay unos pocos seres que tienen el acceso a toda la comida, pero la mayoría pasa hambre y muere por eso.
-No entiendo si hay comida porque no todos comen.
La madre empezó a sentirse más cómoda al comprobar que el ser se sorprendía de los defectos y desigualdades de este mundo.
-Porque unos pocos poseen la riqueza y explotan al resto para conseguir dinero para comida.
-¿Dinero qué es?
-Es… uff…
-Deja que yo te ayude –dijo la madre-. Dinero son trozos de papel o piezas de metal fundido a los que se le da un valor. La gente trabaja para conseguirlos, y luego tú vas a algunos sitios con esos papeles o esos trozos de metal y los das a cambio de comida y lo que necesites. ¿No pasa lo mismo en tu mundo?
-No, mamá –dijo el ser, pensando que aquel era nombre de la mujer-. Nosotros comemos. Todos comemos. No dinero. No trozos. Nosotros andamos libres por planeta. No papeles. Nosotros nacemos, crecemos, tenemos hijos, y comemos siempre. No trabajar, sólo vivir, comer, viajar. Quien quiere hace cosas, quien no quiere no hace.
-¿Y os matáis entre vosotros? Nosotros sí. Hemos inventado la guerra. En la guerra muere mucha gente. Mueren niños. Eso es lo peor.
-¿Matáis? ¡No, matáis no! Nosotros tenemos paz. No daño, no enfados. Cuidamos niños, amamos. Amamos a todos. Vivimos muchos siglos. Yo tengo doce.
-¿Doce siglos? ¿No tenéis enfermedades?
-Doce. No enfermedades.
-¿Y religiones? ¿Tenéis dioses?
-No. ¿Qué es “dioses”?
-Si no los tenéis, mejor que no empecéis con eso. Os va mejor así, créeme.
-Yo veo que no quiero planeta con enfermedades, guerras, trozos, hambre. No ir a la Tierra. No entendemos.
La madre y el chico se miraron. Tampoco lo entendían. El ser dijo adiós y ya nunca volvieron a saber de él.
Pero la conversación se quedó para siempre en el corazón de ambos. Había planetas en los que la gente no poseía la tierra, era de todos por el simple hecho de haber nacido, y por ese mero hecho también se comía, todos lo hacían. Y no conocían las guerras, los territorios, el dinero que todo lo corrompe, las religiones que siempre han sido causa de desencuentros entre los seres humanos. Todo ello convertía al planeta de los humanos en una sociedad incomprensible para otras civilizaciones.
Para ellos y también para los atribulados habitantes de la Tierra.





Lo incomprensible de Susana Villar está subjecta a una licència de Reconoixement 4.0 Internacional de Creative Commons 




martes, 24 de noviembre de 2015

Sclerotic Reflections



Sclerotic Reflections


Vivían en un revoltijo, dando vueltas, nadando, mezclándose entre ellas, sin más oficio que el comadreo, pues no sentían hambre, sed, cansancio, dolor, calor o frío. Su vida transcurría como en una centrifugadora, y, como tampoco tenían nada mejor que hacer, al encontrarse en uno de sus múltiples giros al habitáculo donde se encontraban, ellas hablaban.
-Dicen que a todas nos llega la hora de irnos.
-¿Y no quedará nada de nosotras?
-Nada. En cuanto se produzca la marcha, no habrá vuelta atrás.
-¿Y por qué pasa eso? –preguntó una de ellas con cara de mareo.
-Porque a veces la persona tiene catarro, o está triste. Para eso estamos nosotras, para dar lustre a ese dolor o esa congestión.
-Yo casi prefiero irme por causa del catarro, no me gusta la tristeza. Soy positiva. Y… ¿sabéis cómo es el otro mundo?
-¿El mundo exterior? No. Nadie ha vuelto para contarlo. Me temo que no hay forma de saberlo. Dicen que hay mucha luz, más que aquí, una vez pude ver algo, una línea, como un resplandor en aquella dirección –señaló con el dedo hacia su izquierda-, pero no podría decir nada más.
-¿Y qué te pasó entonces para ver algo? Desde aquí no se distingue nada especial.
-Pues… oí la llamada junto con otras compañeras y nos pusimos en marcha hacia nuestro final. Sin embargo, cuando me tocaba salir algo pasó. La señal cesó, pero me dio tiempo a ver esa fina línea de luz.
-¿Y cómo era? ¿Cómo la luz que hay aquí?
-No… era resplandeciente, cálida, casi molestaba. En realidad era bellísima. Duró poco, de repente dejé de verla y regresé. Nunca podré olvidarla. Nuestro paraíso después de la muerte debe de ser algo parecido.
-¡Soldados! ¡Firmes! –dijo una voz desde el techo de la estancia-. Prepárense la primera línea. Hay aviso de shock. ¡Pelotón! ¡A su izquierda! ¡Ar! ¡Marchen!
Todas formaron raudas a la primera señal, pues llevaban toda la vida esperando el momento cumbre de sus vidas, el de su final, el sentido para el que habían sido creadas. Marcharon hacia su izquierda sin variar su dirección aunque caminaban casi a oscuras, emocionadas, en silencio absoluto. De repente sintieron unas ligeras sacudidas, se notaba que la persona se encontraba en una situación difícil. El grupo se estrechó y la fila pasó a ser de a dos. Poco a poco cada pareja de formación se iba tirando de la mano como en un tobogán, en cuanto recibían la señal de hacerlo. Y al cumplir la orden de arriba, la luz se hacía de repente ante ellas, una luz total, que lo abarcaba todo. Todas se quedaron boquiabiertas al ver el panorama que ante ellas se extendía: el mundo.
La mujer se encontraba ante una pequeña montaña de flores y velas encendidas apoyadas alrededor de una fuente. Había miles de personas que hacían lo mismo. Sollozaban por París.
Los ojos de la mujer se abrieron de improviso: las lágrimas saltaron de sus ojos y resbalaron hacia una de las velas cuya luz parpadeaba en el suelo junto con otras miles.
Habían dado su vida para ayudar a la mujer a desahogar su dolor. Y su nueva existencia transcurriría rauda, apenas dos segundos hasta caer al suelo o en algún otro sitio. Sólo que ellas no lo sabían, no sabían qué había sucedido en aquel lugar. Sólo sabían que el sentido de su vida era aquel deslizamiento, y para ello habían entrenado en la escuela que había constituido su anterior vida.
Pero todas ellas disfrutarían de aquella visión, aquellos aromas, aquellos sonidos, el tacto cálido de aquella piel. Su brevedad les merecía la pena, porque se llevaban la visión de un mundo inesperado y breve.
Siempre me pregunté de qué hablarían las lágrimas.



 

 Sclerotic Reflections de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons
 

miércoles, 11 de noviembre de 2015

Lucecitas verdes sobre las copas de los árboles




LUCECITAS VERDES 
SOBRE LAS COPAS DE LOS ÁRBOLES



Unos cuantos subíamos por la pared desvencijada de un edificio casi en ruinas. Poníamos los pies encima de los salientes de madera de las toscas ventanas, no se me olvida, pintadas todas de verde, la pintura saltada, la sensación de que allí hacía tiempo que no vivía nadie. Tiestos con restos de plantas resecas, cables de televisión y teléfono inservibles, subíamos aquello sin pararnos a respirar, mirando hacia abajo y viendo que lo de abajo se encogía, mientras lo de arriba parecía no terminarse nunca.    


Al cabo de varias horas de escalar aquella fachada, llegamos a una azotea, y de ahí a la escalera, abrimos la puerta de la que resultó ser mi antigua casa. Un hombre abrió la ventana de la cocina. Delante de mi casa florecieron de la nada miles de plantas de todos los tamaños en frondoso bosque. Se hizo de noche mirándolo.

El hombre se puso de pie ante nuestra sorpresa. Se colocó delante de la ventana abierta, me miró y me hizo un gesto con la cabeza mirando hacia el vacío de la noche estrellada. Y acto seguido, se tiró. Pero no cayó al suelo, sino que salió planeando sobre los árboles del bosque, y  mientras lo hacía, miles de lucecitas verdes como fuegos de artificio salían de su vientre hacia todos los lados. Cuando llegó a la copa más alta del bosque, se paró, y me miró.


Entonces me tiré. Y me pasó lo mismo, planeé en dirección hacia los árboles y de mi vientre salían despedidas miles de chispitas verdes como fuegos de artificio que llamaban al cielo anochecido a un espectáculo improvisado. Sentí un calor muy agradable, y una inmensa felicidad en mi primer vuelo, en medio de luces de fiesta, de bocas abiertas, de comentarios de acera. Al diablo con todo.


Puedo volar. 


  



Lucecitas verdes sobre las copas de los árboles de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons



jueves, 29 de octubre de 2015

La huida



La huida

-Despierta, vamos, deprisa, tenemos que irnos –la mujer me apremió cuando yo todavía era una niña, y me desperté sobresaltada.
-¿Qué ocurre, tía Karima?
-Hoy es el rito, Amal. No puedo permitir que te hagan lo que me hicieron a mí. Venga, no hay tiempo que perder.
-¿Y qué me van a hacer, tía?
-Te lo cuento cuando nos hayamos alejado del peligro. Vamos, deprisa.
Salimos de la casa corriendo, cuatro cosas metidas en un hatillo. Nos adentramos en la naturaleza. Cuando llegó el mediodía nos habíamos alejado lo bastante como para sentarnos a comer, y yo esperaba que también a hablar. No entendía por qué habíamos salido de casa en medio de la noche y sin despedirnos de mis padres. Podrían acusar a mi tía de secuestro, y la pena que le impondrían sería muy dura, probablemente la muerte. Nos sentamos a comer unos panes que ella misma había cocido el día anterior.
 -Necesito respuestas, tía Karima. ¿Por qué nos hemos ido así?
-Porque ya tienes siete años y esta mañana estaba todo dispuesto para prepararte para el matrimonio.
-Pero todavía no sangro como dice mamá que debe pasar para poder casarme.
-Entiéndeme, niña. No es que fueran a casarte esta mañana, pero sí iban a preparar tu sexo para tu futuro marido. Según tus abuelas, si no te lo haces nadie te va a querer.
-¿Y entonces por qué no quieres que me lo hagan?
-Porque es una atrocidad, duele mucho, se sangra copiosamente y muchas niñas mueren durante el rito. Que se corten ellos los testículos si tienen lo que hay que tener. Pero no, es mejor hacer creer a las mujeres que eso que llevan en la entrepierna con lo que se nace de forma natural es impuro. Nada que nos da la naturaleza lo es. Impuro es el pensamiento del que mira, no aquello con lo que se nace. En otros países no es necesario amputarse el sexo para poder casarte.
-Pero me he ido… y mi matrimonio ya estaba concertado. Mis padres se enfadarán conmigo.
-Otra barbaridad. ¿Qué quieres? ¿Qué un hombre de cincuenta años te desvirgue y te haga hijos desde el primer día y que con veinte años estés cargada de hijos y avejentada? ¿Para eso debes sufrir tanto? ¿O no es mejor buscarse un lugar para vivir en el que la mutilación y el matrimonio concertado sean delito? Quiero que el día que te cases lo hagas completa, convencida y por amor, aunque todavía no sepas lo que es. Ya lo sabrás. 

Oímos ladridos. Nos estaban buscando con ayuda de los perros de la aldea. Nos pusimos en marcha enseguida. La sabana nos esperaba con sus fauces abiertas, sus amenazas podrían costarnos la vida. Pero cualquier cosa era mejor que el futuro que la superstición, la incultura y la incontinencia sexual de los hombres me tenían reservado.
Corrimos, nos ocultamos, cayó la noche muchas veces antes de llegar a la capital de mi país, Jartum. Soy sudanesa, no lo había dicho. Mi país llevaba muchos años en guerra, y se podía decir que no existía un gobierno. Por eso era tan peligroso alejarse de las aldeas, cualquier grupo de insurgentes podría interceptarnos y hacer con nosotras lo que quisieran, violarnos, matarnos, cualquier cosa. Pasamos miedo, pero cuando vimos la silueta de la capital, respiramos aliviadas. Mi tía lo había previsto todo, y había sacado unos billetes de avión para Londres, a la vez que solicitó permiso de asilo para las dos, que me fue concedido, dado que el gobierno inglés se encontraba en plena cruzada contra la ablación, y yo era una clara candidata a ser mutilada. Tomamos ese avión. Estaba salvada.
O eso creía yo. El gallo cantó. No nos habíamos movido de la aldea. Lo había soñado todo, las ideas de mi tía, sus palabras, sus recomendaciones. Lástima que la realidad fuera muy otra. Al verme en el cuarto con mis hermanas, me asusté.
-¡Levántate, niña! –exclamó mi madre-. Venga, no te hagas la remolona. Hoy es el gran día. Hoy es tu rito. Te casas en cuanto te cicatricen las heridas. Tu marido es un buen hombre, es joven, tiene cuarenta y nueve años. Te hará muchos hijos sanos. Por cierto, la tía Karima ha muerto. No quería que cumplieras tu rito, ayer lo dijo en la cena y tu tío la ha ajusticiado. Una pena. Venga, levántate.
La tía me había hablado en sueños, entonces. Y su determinación había sido tan clara, que le había costado la vida. No podía dejar que su muerte quedase relegada en el olvido, pues ella me había querido bien, como demostró al entregar su vida por defenderme.
 Tomé una determinación. Recordar sus palabras en el sueño. Levantarme y huir, cuatro cosas en un hatillo. La sabana me tragó, el miedo a las fieras que allí vivían no pudo con el terror que yo sentía ante la incomprensión de mi familia, que asumía esta absurda tradición con tal nivel de sumisión, que nadie osaba ni insinuar la posibilidad de cambiar las cosas. Pero yo sola no podía, así que corrí sin mirar atrás inspirada por el sueño con mi tía, y me fui para no volver. Nadie me persiguió, aunque ahora sé que jamás podré regresar a mi aldea, nadie me lo habrá perdonado. Para ellos, mi caso había significado un motivo de vergüenza.

Hoy vivo en Inglaterra, estudié una carrera, me casé y vivo entera con todas mis partes en un matrimonio que acepté con alegría, pues fue por amor.
Va por ti, tía Karima, y por todas las Karimas que nos inspiran para huir de la barbarie y el machismo atroz que intenta acabar con nosotras, humillarnos, someternos, maltratarnos.
 Pero sobre todo, va por todas esas niñas que no pudieron evitarlo.

La huida de Susana Villar està subjecta a una llicència de Reconeixement 4.0 Internacional de Creative Commons